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Opinión

24 de Diciembre de 2019

Soledad Mella: Ahora nos miran a la cara

Agencia Uno
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Por Soledad Mella*

Recopilado por Constanza Pérez

Hace tiempo que nuestro país estaba sumido en una indiferencia con respecto a muchas cosas que se daban a diario y que, aparentemente, a nadie le importaba mucho. Subían el Transantiago y todos pagando sin chistar, subían la luz, el agua y pasaba lo mismo. Y para qué hablar del costo de vida que día a día se encarecía más y más, pero el pueblo estaba más preocupado de la clasificación de la Roja al mundial o la Copa América. Pasábamos el año entre cahuines televisivos, el fútbol, los portonazos y robos a cajeros, la fiesta de Halloween, el dieciocho, la Teletón y un largo etcétera. Así, nadie tomaba en cuenta las movilizaciones de los estudiantes, de las organizaciones sociales y de los sin casa. Veían desde muy lejos la lucha mapuche.

Muchos hablaban de que la cosa estaba mal, pero reclamaban en contra de los que se atrevían a salir a las calles. “Son puros cabros hueones que no vivieron el 73 y andan protestando en vez de ir a estudiar”, “dejen de hacer desorden, son puros anarquistas”; eran algunas de las frases que se escuchaban comúnmente. La gente no pescaba y se daba la situación de que, por un lado, el Estado actuaba sin freno, privatizando todo y reprimiendo con fuerza a los movilizados, y por el otro lado, un pueblo adormecido que no escuchaba a los avanzados.

Manifestaciones en Plaza Dignidad. Fotografía: Agencia Uno.

Fueron años de silencio, de aguante, pero algo empezó a cambiar desde la Revolución Pingüina del 2006, más o menos. Muchos quedamos desalentados con el desenlace inmediato de esta movilización, y no imaginamos nunca qué sería de estos niños en cinco o diez años más. Hoy, ellos son los adultos treintañeros que invadieron las calles de Chile, que se sumaron a los pingüinos de ahora e iniciaron todo.

En nuestro país se venía gestando desde dentro una rebelión popular muy lejana a los partidos políticos, distanciada de las representaciones electorales, más bien cercana a sus problemáticas particulares y colectivas. Los gobiernos de la Concertación y la derecha habían logrado construir una capa superficial de tranquilidad y paz social que les permitió dictar las políticas económicas sin mayor contrapeso. Era toda la clase política de Chile unida en este objetivo, desde los ultras de la UDI hasta los amarillos del PC.

El modelo económico chileno levantó un estilo de vida superficial que inundó las poblaciones de consumismo, el crédito blando permitió que los más pobres tuvieran acceso a medios materiales impensables años atrás: una tele gigante, un auto, un celular del año. Fue la hipnosis colectiva, la competencia entre nosotros afloró; ya no nos saludábamos entre vecinos y el endeudamiento se apoderó de todos. Esa situación fue el arma que mantuvo a los chilenos sometidos al abuso sin reclamar y solo hablar despacito o echando la chuchada cuando estábamos solos.

Personas de la tercera edad manifestándose en Valparaiso. Fotografía: Agencia Uno.

Muchos sabíamos que el modelo era llamado neoliberal y que en su esencia se sostenía a costa de la explotación de los trabajadores y de la privatización de los recursos naturales. Sabíamos que no daría marcha atrás. Fueron años en que los poderosos podían jactarse de su éxito e invitar al resto de América a imitar sus logros y llegar a los niveles de desarrollo que tenía el Chile de los empresarios. Sin embargo, debajo, por los caminos del pueblo, se gestaba la rabia, la desobediencia, el “basta ya”. Los que dieron la cara primero fueron los secundarios, levantando la protesta social desde sus reivindicaciones como estudiantes pero sumando las demandas de otros sectores como los pensionados, por ejemplo.  En las poblaciones de muchas regiones se mantenía viva la llama de la insurrección social, las actividades culturales, las marchas locales y los cortes de calle en poblaciones combativas como la Villa Francia, La Pincoya, Lo Hermida, La Victoria y Lanin en Temuco, San Pedro de La Paz en Concepción, y así en varios otros rincones del país. Los 29 de marzo y los 11 de septiembre nunca dejaron de reivindicarse en el pueblo activo.

Las últimas elecciones fueron tajantes en la saturación de la gente, millones de chilenos no fueron a votar demostrando su descontento con el sistema: el hecho de que ya no queríamos votar por el mal peor, era la señal de que se cuajaba el hastío y la rabia de los abusos. Las noticias de los robos de los pacos, los milicos, las colusiones, la corrupción de los políticos, los sueldos de hambre, las miserables pensiones y toda la mierda que se desató marcaron el tope. El ejemplar modelo neoliberal comenzaba a romperse y la erupción volcánica de millones de chilenos inundó las calles. La dignidad de un pueblo comenzó a desarrollarse.

No es por una ideología, no es por la manipulación de un partido. El levantamiento no paró banderas añejas de los traidores de la izquierda. En la calle está la bandera chilena, negra entera, y la bandera mapuche como símbolos de las reivindicaciones de un pueblo que se levantó, no para aceptar migajas, sino que para cambiarlo todo.

*Ella es dirigente de la población Lo Hermida y dirigente líder del Movimiento de Recicladores de Chile.

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