Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

30 de Abril de 2020

Las últimas palabras públicas de Luis Sepúlveda

En febrero de este año, el escritor chileno Luis Sepúlveda (1949-2020) asistió al congreso literário de Póvoa de Varzim, en el norte de Portugal. Allí se contagió de Covid-19, enfermedad que semanas después le costaría la vida. Esta es una traducción de la última charla dada por Sepúlveda, en la que el autor de “...y una gaviota que le enseñó a volar” se explayó sobre la imaginación, la libertad y las fuerzas que la amenazan. Muchas de sus palabras parecen aplicarse al estallido chileno. Por ejemplo: bajo el ataque de la extremo derecha, Sepúlveda nos deja un antídoto, tan profundo como modesto: “preservar el valor real de las palabras”.

Luis Sepúlveda
Luis Sepúlveda
Por

Traducción por Jonás Romero Sánchez**

LIBERTAD E IMAGINACIÓN

Decir o escribir “érase una vez la libertad” es casi como iniciar un cuento. Érase una vez un lobo bueno, un príncipe malo. Érase una vez la libertad. Pero con esa fórmula estamos colocando la Libertad en un estado pretérito. Velar por el valor real de las palabras es, tal vez, la misión de los escritores (si existe una). Y ver la Libertad -una palabra llena de sentido- en pretérito, es duro. Una vez hubo algo llamado Libertad. Una vez pensamos en cualquier cosa a la que llamamos Libertad. Una vez soñamos con la Libertad. Pero, ¿cómo es que era ella?

La Libertad siempre estuvo asociada a la gloria del libre albedrío, a lo que podemos o merecemos hacer, y también al dolor. Uno de los grandes filmes de Kirk Douglas, que murió recientemente, fue Espartaco. En él, hay una representación brutal de esa faceta dolorosa. Los centuriones no saben quién es Espartaco, quien está liderando una revuelta de esclavos contra los romanos. Por eso preguntan: ¿quién es Espartaco? Sabiendo que eso puede significarle la muerte, alguien se levanta y dice: “soy yo”. Y después otro esclavo: “soy yo”. Y después otro. Y otro. El precio de la libertad de cada uno de los que dice “soy yo” es su muerte, el castigo más atroz. 

Pero la libertad, con el tiempo, pasó a ser sinónimo de muchas cosas. De la patria, la patria justa, de la revolución. Todos recuerdan aquella representación de la Revolución Francesa, la que rápidamente se volvió colectiva: una mujer alta, fuerte, altiva, con el pecho descubierto y una bandera en la mano. Una libertad conductora de masas. Pero, ¿qué masas son esas? Ese cuadro, que tan fuertemente representa la Libertad, no muestra con claridad a quien viene atrás. Ciertamente no son los pobres y desprotegidos, a pesar de que ellos son quienes históricamente han impulsado estos cambios. Son los burgueses. Y esos burgueses están siempre empeñados en fragmentar la Libertad, en dividirla, en darle otros nombres para que no sea, simplemente, la Libertad. Quieren llamarle libertad de comercio, libertad de lucro, libertad empresarial. Así, detrás de esa fragmentación, de estos apellidos, tal vez se pierda el nombre. El valor más intrínseco, antiguo y genuino, de la Libertad. La Libertad como suprema aspiración del hombre. 

Es necesario reconocer que es difícil definir la Libertad. A lo largo del tiempo, han surgido varias definiciones. Rosa Luxemburgo, por ejemplo, dijo que era un espacio determinado y que terminaba justo en el momento en que ponía en peligro la de los demás. Pero, ¿dónde comienza la libertad del otro y termina la mía? Son límites muy difíciles de definir. Uno de los fracasos de las teorías de izquierda ha estado, precisamente, en la idea de que se puede tener un sólo sentido, inequívoco, de la Libertad. Todo ello complica el entendimiento de una palabra tan bonita. 

Algunos poetas también intentaron una definición, más directa, fácil o incluso militante. En casi todos los países de América Latina, el poema “Libertad” de Paul Élaurd, se transformó en uno de los símbolos en contra de la Dictadura. 

Y en virtud de una palabra

Vuelve a comenzar mi vida

Nací para conocerte

Y nombrarte

Libertad”.

Paz, pan, trabajo, justicia: la libertad era la síntesis perfecta de todo lo que se quería conquistar y que sólo podía ser conquistado con su permanencia. 

Claro que esa “sociedad mejor” nunca fue materializada al 100%. Muchos escritores e intelectuales, especialmente en los peores momentos de la Historia, se cuestionaron el por qué la Libertad era tan esquiva, por qué se escapaba entre los dedos de nuestras manos, por qué no dejaba que le dijéramos: “te amo, quédate conmigo”. En 1966, en un extraordinario libro de ensayos llamado “Estética de Resistencia”, Peter Weiss, dramaturgo, poeta y teórico de las artes escénicas, dijo que podemos ver la Libertad, pero que rápidamente nos olvidamos de cómo es ella. ¿Será alta o pequeña? ¿Delgada o gorda? ¿Rubia o morena? Nuestra misión entonces es asegurarnos que, cuando ella regrese (quién sabe si en un tiempo que ya no es el nuestro), se sienta en condiciones para quedarse y volverse nuestra. 

Pero hoy, en 2020, la libertad continúa bajo ataque. Curiosamente, es siempre la derecha y la extrema derecha la que anuncia que la libertad está amenazada. Transforman una reivindicación justa en una amenaza a las libertades fragmentadas que inventaron. Es por eso que es fundamental preservar el valor real de las palabras. 

Felizmente, tenemos los libros, la obra de los antiguos y de los contemporáneos, con los cuales podemos aprender. Y esa acumulación se llama información. Pero también aquí hay amenazas. Esas mismas fuerzas de derecha y extrema derecha dicen que, cuando informamos, estamos finalmente amenazando esa libertad de información. ¿Por qué? Por no estamos respetando la información como ellos la conciben y practican. Para un escritor y periodista es muy difícil hablar de libertad o libertad de información cuando un hombre que reveló documentos importantísimos está siendo ofendido todos los días, empujado hacia el suicidio. Hablo de Julian Assange, quien nos ayudó a conocer un poco más la fisonomía de la Libertad que tenemos y de quien la amenaza. 

Es por eso que la Libertad, a veces, comienza a sonar como la melancolía. Y no hay palabra más horrible. “La melancolía es la felicidad de estar triste”, decía Guiseppe Tomasi di Lampedusa. Y con la Libertad, nadie puede estar feliz con la tristeza. Como dice el poema de Manuel Alegre: 

“Es posible vivir de otra manera.

Es posible transformar tu mano en un arma. 

Es posible el amor. Es posible el pan. 

Es posible vivir de pie. 

No te dejes marchitar. No dejes que le domen. 

Es posible vivir sin fingir que se vive”. 

Pero la libertad también tiene que ver con la imaginación. Porque imaginar no es sólo caer en un mundo de fantasía o de ideas. Es también concebir lo que se puede tener y conquistar. El ejercicio de la imaginación es también una defensa de la libertad.

En Chile, donde nací, comenzaron hace varios meses protestas que aún continúan. Ya murieron 40 personas y muchas mujeres fueron violadas. Hay gente torturada y desaparecida. Al falsear o esconder lo que está sucediendo, la comunicación social nos obliga a un enorme ejercicio de imaginación para poder contar lo que verdaderamente pasa en el mundo, de una forma convincente.

Es agradable pensar que ya se inventaron todas las palabras para salvar el mundo (y que sólo falta salvar el mundo). Por mientras, sigo pensando que faltan palabras, que es preciso inventarlas, tal como es urgente usar la imaginación para reinterpretarlas.

La misión que tenemos frente es gigantesca e implica una decisión muy importante. ¿Qué es lo que queremos? ¿Una sociedad de ciudadanos libres y soberanos o una sociedad de consumidores, sumisos y obedientes?

***

*: Esta traducción pretende acercar las reflexiones finales de Sepúlveda para todos sus lectores hispanohablantes. Especialmente para todos quienes alguna vez aprendimos a leer con él (que no es, sino, otra forma de enseñarnos a volar).
**: Periodista y colaborador de este pasquín. Actualmente reside y trabaja en Lisboa, Portugal. 

Notas relacionadas

Deja tu comentario