Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Reportajes

4 de Mayo de 2020

Héctor Hernández Montecinos: “Es probable que ahora venga el tiempo de leer el silencio”

Por

“Los escritores hemos llenado el mundo de palabras y es probable que ahora venga el tiempo de leer el silencio”, señala Héctor Hernández Montecinos, de 40 años, poeta y profesor de literatura, quien vive en un departamento a pasos del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). 

Héctor Hernández comenzó publicando como parte de la llamada generación Novísima el ejemplar No! (2001). Es autor de una serie de poemarios donde sobresalen [coma] (2006) y ensayos autobiográficos como Buenas noches luciérnagas (2017) y Los nombres propios (2018). También realizó la selección de entrevistas del volumen Raúl Zurita: Un mar de piedras (2018). Por estos días publicó su última obra titulada OIIII (RIL) con el que cierra su trabajo como poeta. Entre otros reconocimientos, ha ganado el Premio Pablo Neruda 2009. 

¿Desde cuándo estás en cuarentena y cómo ha sido este proceso?

-Llevamos un mes y medio en cuarentena. Somos una mujer de la tercera edad, que es mi madre, mi sobrinito de seis años y mi hermana. Tanto el estallido como el tema del virus los he visto a través de sus ojos. Digo, los de una mujer enferma que no quiere irse de este mundo, así como está; un niño que comienza a descubrirlo y que no entiende las barricadas, la represión, los gritos en las calles o los tapabocas, el alcohol gel, el hecho de no poder salir a jugar; y mi hermana que debe recorrer media ciudad para trabajar junto a ancianos de escasos recursos y abandonados en Independencia. Mi mirada del último Chile es la de ellos y en ese punto exacto estoy yo, mi escritura, todo lo que he podido pensar y sentir en estos seis meses desde el estallido. 

¿Qué reflexiones has realizado en estos días de encierro?

-He pensado mucho, ya que lo único que nos queda es justamente la capacidad de preguntar, de tratar de entender en qué momento todo se fue a la mierda, tratar de entender cuán responsables fuimos, tratar de entender si esto tiene solución y de ser así apuntar todo, pero todo hacia allá. Hemos visto como lo que durante mucho tiempo parecía poco importante en la educación, en el mundo del trabajo, en la propia familia, se ha convertido en fundamental. La cultura, las artes, la literatura tienen ahí un lugar importante. Sin duda cuando a veces sentimos que este mundo está cancelado vemos que hay otros, en nosotros mismos, en otras personas, en otros sueños y dimensiones incluso. Estos últimos días estoy pensando en una suerte de nueva mística que va de San Juan de la Cruz pasando por la Mistral, Allen Ginsberg hasta Ernesto Cardenal o Hugo Mujica. Los escritores hemos llenado el mundo de palabras y es probable que ahora venga el tiempo de leer el silencio. 

A continuación, el poema inédito de Héctor Hernández Montecinos.

EL CAMIONCITO

Las dos últimas veces que lloré de felicidad

fueron en México City y Barcelona

y es probable que hayan sido las únicas.

Esta no es una noche para poco falsas modestias.

En ambas caminaba yo con bolsas de libros en las manos

y había sol. No me gusta el sol

pero con lágrimas en los ojos

la luz es piadosa y te recuerda el mar

o fotografías viejas con juguetitos de color verde

y alguien atrás haciendo caras chistosas.

Probablemente no hubo brisa fresca

pero quiero sentirla debajo de las orejas

o donde termina la nuca y empiezan los cosquilleos

en la punta de los dedos.

Todo lo que enfríe mi cabeza

siempre al borde de explotar por la boca

me hace volver a lo que uno ve por las ventanas

de un tercer piso con morboso vértigo.

¿Por qué lloré? No estoy seguro.

Me sentí libre quizá y con ganas de morir

que es verdaderamente como se siente

la libertad, la felicidad, el desprendimiento.

También solo y la sonrisa de un desconocido

es la de tu padre que te olvidó

tu hijo que eres tú mismo

tu más entrañable expareja: 

todo lo que dejaste por amor.

Y los libros. ¿Qué libros eran?

Poesía de los muertos para la vida, novelas raras

ensayos que no buscan nada que demostrar.

Entrevistas a escritores que siempre están tristes

o así le parecen a alguien que llora de felicidad por la calle

con libros polvorientos en las manos.

Uno se enamora de esos instantes

en que hasta un automóvil sobre uno

no es razón para dejar de llorar. 

Fue en Donceles hacia el Zócalo

la callecita de los libros al llegar al Paseo de Gracia.

Todo confabuló para que fuese perfecto

un par de minutos en donde nada importante pasó.

Nadie se percató de mí

ni hallé mensajes del destino

en vitrinas con carteles o conversaciones ajenas.

Un hombre cansado camina entre edificios antiguos

entrando y saliendo de librerías

donde no tienen idea que eres uno de esos cadáveres de ahí.

Un hombre que cojea camina buscando algo 

que nunca encontrará

entre edificios remodelados y librerías de ocasión.

Uno es así un señor de cualquier época

que podría hasta cargar un periódico amarillento

con teléfonos de cinco dígitos

o un bastón de caoba terminado en cuello de cisne.

Sentirse un escritor no tiene que ver

con lo que muchos literalmente creen.

Ni siquiera con los malditos libros o ser un extranjero

que se ruboriza con los chicos lindos al pasar.

Todo eso se olvida y las citas siempre son de otra cosa.

Vuelvo a la felicidad por la que uno llora en silencio

y que te dice que eso es todo

que a doscientos metros viene el próximo camión

y que probablemente Barthes también recordaba el mar.

¿Estás llorando ahora?

No, no es eso.

Un escritor envejece cuando debe mentir para decir adiós.

Revisa todos “Los versos del encierro” ACÁ.

Notas relacionadas

Deja tu comentario