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Opinión

19 de Mayo de 2020

Columna de Diana Aurenque: ¿Culpabilizando a las víctimas?

Las víctimas de la pandemia son desde ya no sólo los enfermos por COVID-19, sino quienes ya siquiera disponen de suficientes alimentos. Ante una realidad de hambruna, la amenaza invisible del contagio se percibe y desde luego preocupa, pero no inmoviliza ni a salir a la calle a buscar comida, ni tampoco, como vemos, a protestar por ella.

Diana Aurenque Stephan
Diana Aurenque Stephan
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Lejos de asumir verdaderamente una responsabilidad colectiva en protección de la ciudadanía y de quien más lo necesita, el gobierno ha comenzado una campaña de abierta culpabilización individual. Tal como en octubre 2019 se criminalizaba la protesta social, evadiendo los fundamentos de las demandas sociales, hoy se criminaliza a quien incumple la cuarentena, a quien se contagia, al enfermo posible.

Para quien ponga atención a los dichos de los representantes del gobierno en los últimos días, habrá notado un tono distinto en sus comunicaciones sobre la pandemia. En pleno aumento del número de contagiados y de la demanda por cuidados intensivos, en su cuenta diaria el ministro Mañalich, y también el subsecretario Zúñiga, además de describir hechos sanitarios, han comenzado con una estrategia moralizante que debe alertarnos. Entre los datos duros del sistema sanitario que informa el gobierno aparece con cada vez más insistencia un discurso que llama al autocuidado y a la responsabilidad individual. 

Pero ¿por qué debe preocuparnos esto?, ¿no es evidente que éstos son elementos importantes y necesarios de resaltar? 

Foto referencial – Crédito: Agencia Uno

Sin duda, desde el inicio de la pandemia se ha enfatizado la importancia del autocuidado, la responsabilidad y la solidaridad. Precisamente siguiendo estos principios éticos, un sinnúmero de personas decidieron comenzar una cuarentena y aislamiento social auto impuesto, mucho antes de que las autoridades sanitarias nacionales lo dispusieran. Es más, uno podría aventurarse a decir que esta capacidad de organización ciudadana previa, fundada principalmente en cuestiones éticas, sumada a la inclusión de experiencias internacionales, fue lo que llevó finalmente a las autoridades a decretar cuarentenas. Desde luego, incluir valores y reflexiones éticas puede contribuir positivamente en el manejo de la pandemia. Sin embargo, existe una línea muy sutil entre incentivar actitudes y comportamiento éticos individuales como opciones aceptables para el control del contagio, y culpabilizar a la víctima (victim blaming).

Normalmente, se entiende por culpabilización de la víctima cuando una persona que es objeto de una acción o situación perjudicial, es juzgada como responsable o co-responsable del mal que le acontece. Este fenómeno es ampliamente conocido en contextos de violencia de género, especialmente en casos de violación, donde se observa una tendencia social de culpar a las víctimas y disculpar al perpetrador. Lo mismo se observa en el caso de la pobreza. Especialmente en Estados Unidos, un número importante de norteamericanos creen que las personas que viven en situación de pobreza son en gran medida culpables de ello, y así responsables de su destino. Evidentemente, ambos casos resultan culpabilizaciones injustas, porque en vez de identificar y modificar las situaciones estructurales a nivel social para una protección efectiva de las víctimas, se les responsabiliza, se les culpa, por su propio destino; como si una violación o vivir en la pobreza fueran resultado de malas decisiones individuales. 

Ahora bien, el discurso altamente moralizante del gobierno precisamente podría devenir en una culpabilización de quienes se contagien y luego enfermen por COVID-19. Desde luego, nadie puede rebatir la importancia que tiene el actuar individual para aminorar la curva de contagios; sin embargo, nuestra política sanitaria no puede apelar al comportamiento ético como estrategia principal contra la pandemia. Pues de así serlo, en esta pandemia el enfermo no sólo es vulnerable de la enfermedad que padece, sino que además es considerado co-responsable de serlo; lo que es inaceptable. Pues, ¿puede alguien culpar a quien se contagia e incumple cuarentena por tener que buscar en la calle sustento alimentario?, ¿es irresponsable quien, pese a recibir un bono de 65 mil pesos (ahora demás una canasta familiar), no se queda en casa y vende lo que poco que tiene en alguna vereda? 

Personal de UCI.

Un discurso que moraliza las conductas de las personas podría ser aceptable en un país donde todos tengan las condiciones para, efectivamente, cumplir lo que la autoridad sanitaria exige. Sabemos cada vez con mayor certeza que, a nivel global, quienes terminan siendo los más expuestos al contagio en esta pandemia, no son quienes tienen las mejores condiciones sociales y económicas, sino, por el contrario, las fracciones más vulnerables de la sociedad, inmigrantes, desempleados, quienes viven hacinados, quienes no tienen empleos ni protección social de calidad. A ellos, ¿podemos culparlos por enfermar o por poder contagiarnos? Exagerar la responsabilidad individual y culpar a quienes son víctimas de la enfermedad es inadmisible, porque libera a la política de sus responsabilidades reales: mitigar el desamparo social estructural que padecen un enorme número de chilenos. Las víctimas de la pandemia son desde ya no sólo los enfermos por COVID-19, sino quienes ya siquiera disponen de suficientes alimentos. Ante una realidad de hambruna, la amenaza invisible del contagio se percibe y desde luego preocupa, pero no inmoviliza ni a salir a la calle a buscar comida, ni tampoco, como vemos, a protestar por ella.

Hoy que se ha sobrepasado más del 90% de la capacidad de atención UCI en la Región Metropolitana, el gobierno no puede simplemente culpabilizar a quienes, sin poder hacer lo contrario, se contagiarán. Culpabilizados deberían ser más bien otros: quienes en completa abundancia económica no controlan sus antojos gastronómicos e incumplen cordones sanitarios. O quienes tienen cargos de autoridad de cualquier tipo e infringen medidas de protección para sí mismos y los otros. Antes de culpabilizar a las víctimas, sería mejor aún si las autoridades sanitarias revisaran sus discursos recientes acerca de un “retorno seguro” a clases, a una “nueva normalidad”, y de tomar café de a dos. Tal como la pobreza no es culpa de la flojera, inmoralidad e irresponsabilidad de quienes la padecen, tampoco quienes se contagien pueden simplemente ser acusados. Para ello, habría que contar antes con verdadera autonomía, con una posibilidad real de decidir, y no sólo con una situación de hambruna y miseria de la que salir.

*Diana Aurenque es filósofa, académica de la Universidad de Santiago (USACH).

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