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11 de Junio de 2020

El escenario es la pantalla

¿Qué componen y graban en encierro los músicos chilenos? Es un momento paradojal, que afecta su trabajo en vivo hasta la tragedia, pero no por eso disminuye su creatividad.

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Parece una cita a los antiguos espectáculos de minstrel, pero el dibujo de un showman negro en la carátula del disco que Ritmo y Juventud publicó en 1962 por EMI-Odeon aludía a su propio vocalista,  Juan «Chocolate» Rodríguez (1936-2012), magnético cantante tocopillano de ascendencia afroportuguesa y celebrada versatilidad en un repertorio de boleros, chachachás, cumbias y rocanroles importados. “La plaga” no era otra cosa que la versión —en desbarranco al castellano— del “Good golly, miss Molly”, de Little Richard. Grabada primero en nuestro idioma por los Teen Tops mexicanos, el tema es un sacudón bailable de título temible pero letra inverosímil: ni peste, ni virus ni pandemia alguna «cuando está rocanroleando es la reina del lugar».

Eran los años sesenta, frente a amenazas y cuidados diferentes a los nuestros. Nadie en la música chilena pensaba entonces que a la plaga se le iba a terminar cantando (muy) en serio. 

El encierro es condición nada excepcional para la cantautoría, y muchos creadores musicales chilenos han podido en cuarentena aplicarse a la composición. Es un momento paradojal, que afecta su trabajo en vivo hasta la tragedia, pero no por eso disminuye su creatividad.

Hay canciones nuevas, maquetas en desarrollo, versiones de temas antiguos y hasta álbumes completos compuestos y grabados bajo la sombra de la pandemia. Cristóbal Briceño (n. 1985), autor de asombrosa prolificidad —lleva, en trece años, no menos de treinta discos publicados, bajo su nombre, los de sus bandas más populares (Ases Falsos, Fother Muckers) o asociaciones fugaces—, anota el primer disco pop chileno del encierro con el recomendable En mi rincón

Son nueve canciones (y un cover) compuestas y grabadas en veinticinco días de abril pasado, en refugio antiCovid de Limache, Región de Valparaíso. Casi siempre a pura guitarra (el único instrumento que tenía a la mano), voz, Adobe Audition 3.0 y reflexión social distante e inmune al contagio. El encierro no le quita a Briceño la agudeza:

«Haría cualquier cosa por salir y darte un beso», advierte Luis Le-Bert (n. 1956) al inicio de su “Canción para este encierro”, cuyo único registro hasta ahora, en YouTube, se ofrece con una frase esperanzadora: «Si cantamos no hay soledad».

Podría ser una oferta de distracción y compañía, pero el fundador de Santiago del Nuevo Extremo levantó en su canción de cuarentena también un homenaje a lo que llama «el gesto característico del cantautor chileno», en su tradición de poesía, acordes abiertos y ternura. 

«Llevo mucho tiempo insistiendo en que los músicos chilenos no necesitamos tecnología para mostrar una canción —dice Le-Bert—. Conseguimos hacer algo reconocible y profundo a pura garganta y guitarra. Y cuando nos encierran y tenemos alrededor la catástrofe y la pobreza, eso surge con fuerza, porque venimos con toda una herencia cultural encima que nos permite ser poetas».

El video de “Canción para este encierro” es sencillo, pero se aconseja verlo hasta el final. Las nietas de Le-Bert colaboran también en lo que él llama «los efectos especiales» de nuevas entregas por venir, adelanta. «Porque lo pasamos bien y me tienen paciencia».

Es explícita la alusión a la catástrofe de Eduardo Carrasco (n. 1940) en “Corona blues”: «Jamás se me ocurrió / que a mí me iba a tocar / cantar la mortandad / que voy a relatar».

Muchas de las canciones solistas del fundador de Quilapayún tuvieron antes reflexiones sociales perspicaces ajustadas a su doble condición de músico y filósofo (aún comprometido en la disciplina como profesor titular en la U. de Chile). Pero esta vez su diagnóstico consigue tomarle el peso a la pandemia como un hito rotundamente odioso, que Carrasco no puede ni quiere disimular:

«Escribo esta canción de mierda / canción que no debió existir», repite en el tema por lejos más rockero en el que se le ha escuchado alguna vez la voz. Lo rodean a la distancia, además de bajo y batería, tres guitarras eléctricas (las de los hermanos Durán, de Los Bunkers, y de Fernando Julio), coordinadas entre pistas grabadas por separado en cada casa (al igual que las imágenes del video).

«Efectivamente, creo que esto que pasa no tiene nada de positivo: es una tragedia que irrumpe en nuestra vida, nos saca de lo que estamos haciendo, y nos obliga a inventarnos otra situación al medio de una circunstancia terrible. Felizmente tenemos la posibilidad de crear. Esta experiencia de colaboración musical creo que es lo que me ha salvado de tirarme por la ventana».

Tan cómo se ha sentido Eduardo Carrasco creando en encierro, que asegura que ya tiene varias canciones en preparación (todas ellas con Fernando Julio). Hay una de letra sombría  junto a Colombina Parra (“Uno más”), otra en plan didáctico para niños (“El virus malvado”) y un impensable “Trap del aburrido (o canción del Cornershop)”, con traperos auténticos convocados a rapear junto al Quilapayún, que este mes cumple 80 años. 

«La situación angustiante en la que estamos creo que me ha puesto más creativo», explica. 

El catálogo del sello digital chileno Pandemie Musik es reducido, de factura reciente y su nombre habla por sí solo. Largó a fines de marzo con una pieza de TFried y se ha ido engrosando en las últimas semanas con nuevas composiciones, todas ellas ideadas y grabadas bajo pandemia.

En los inicios de la música grabada, a comienzos del siglo XX, varios sellos levantaron su primera oferta con las llamadas grabaciones de campo (“field recordings”). Cien años después de esas salidas a terreno con fonógrafo, quién iba a imaginar que se ofertarían catálogos desde las antípodas: discográficas del encierro.

Las composiciones del disco colectivo “Distancia” (sello Isla, disponible en Bandcamp) se asomaron en la primera cuarentena de marzo a lo que parecía una amenaza todavía difusa, y que la presentación del proyecto describe como «la reivindicación de una naturaleza invisible, frágil y bella que nos devuelve el sentir».

Pero los títulos incluidos en el álbum “Antiviral”, de Lluvia Ácida, ya no dejan espacio a dudas: largan con “Covid 19” y concluyen con “Pospandemia”, luego de pasar por “Confamiento”, “Primera línea sanitaria” y “Respirador artificial”, entre otros. Son diez composiciones hechas con máquinas y softwares que el dúo magallánico compuso y grabó en marzo y abril pasados, a distancia entre dos casas de Punta Arenas. No hay letras, pero sí la transmisión de sensaciones de amenaza y temor, reconocibles como tales a estas alturas. 

«Dedicamos este disco a las víctimas de la pandemia, al personal médico que trabaja sin descanso para salvar vidas y a los científicos que trabajan para encontrar una solución —presentan en los créditos—. Publicamos este trabajo como un testimonio de estos días complejos, en que ciertamente un mundo termina y, sin mayores claridades ni certezas sobre el futuro, comienza otro nuevo». 

Las pantallas son por estos días escenarios rígidos y fríos, que si de todos modos han conseguido efectos de emoción ha sido por un trabajo musical sobresaliente entre sus cuatro esquinas. 

Hay bandas importantes que se reúnen o debutan públicamente en encierro. A la espera de un estreno en vivo, la asociación premium De Chile Los Cuatro (Nano Stern, Elizabeth Morris,  Magdalena Matthey, Benjamín Walker) ha subido a redes ya dos temas frente a videocámaras, incluyendo un asombroso madrigal a cuatro voces, que sugiere que el encierro ayuda a una particular intimidad en el canto. 

Las redes online de Extensión USACh acumulan desde hace un mes valiosas interpretaciones para clásicos del cancionero chileno a cargo de integrantes de la orquesta clásica de esa Universidad. Está “Luchín”, de Víctor Jara, en versiones a dos violines; y en flauta, fagot y viola. El “Mercado de Testaccio”, de Horacio Salinas, en cuerdas, vientos sólo a cargo de mujeres en sus casas. Y una notable recreación de “Arriba en la cordillera”, de Patricio Manns, con el Coro Sinfónico de la USACh (y un guitarrista), dividiendo y subdividiendo el espacio plano con sus caras y sus voces.

Incluso si su contenido no alude a la catástrofe, cada interpretación en pandemia tiene poderosas particularidades, hasta cuando se trata de canciones tocadas antes cientos de veces. Sobre la versión de Illapu para  “Sobreviviendo” en encierro, se cierne ahora una advertencia más sanitaria que política. Inti-Illimani Histórico consiguió mostrar dos títulos propios y una versión de “Bella Ciao” entre celulares dispuestos en tres regiones del país. Y cuando, en mayo, Congreso se aplicó en un ensamblaje de “En todas las esquinas” (1989) y “El rey Midas” (2017) ocupó a sus músicos en simultáneo desde casas de Santiago, Temuco y Viña del Mar. 

No tiene los seis millones de visitas de Mister Cumbia, pero hay un pegajoso corte/pega de frases pandémicas poco felices de autoridades chilenas (“La pandemia”, Todos Vuelven) que se viraliza con el humor que queda, si es que queda. En las antípodas, una composición de Wildo convoca a dieciséis glorias de la vieja Nueva Ola y el neofolclor (de Cecilia a Pedro Messone, de Marcelo al Pollo Fuentes) que sin correr riesgos lejos de sus computadores prometen “Volveremos a estar juntos“. 

Y parte de la primera línea de la cumbia chilena ha retomado frente a pequeñas cámaras el tema más conocido de Jorge Pedreros para el recordatorio (dudoso) de que las sonrisas bajo mascarilla nos sacarán de ésta. Quién sabe.

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