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Opinión

23 de Octubre de 2020

Columna de Manfred Svensson: 18, 25 y más

Foto: Agencia Uno
Manfred Svensson
Manfred Svensson
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¿Cómo hay que conmemorar el estallido social? En estos días en que se cumple un año de los hechos, lo primero que debemos procurar es reconocer honestamente que el estallido fue muchas cosas a la vez: fue la violencia inaceptable que simboliza el 18 y fue también la marcha más grande de Chile del 25. Fue manifestación y agudización de nuestra crisis, pero fue también el escenario en que apareció una posible salida política a ella.

A la mayoría nos cuesta afirmar estos distintos aspectos a la vez, y no todos han vivido cada dimensión con la misma intensidad. En muchos sentidos, el 18 fue un día horrible. Hay barrios del país –y no precisamente los más acomodados– para los que inauguró penosas semanas de saqueo y vandalismo, de destrucción del fruto del trabajo. Para otros, la fecha simboliza la apertura de discusiones que creían imposibles, y así evoca esperanzas. ¿Se puede afirmar las dos cosas, y otras más junto a ellas? Ciertamente. Pero quien ve las cosas así, ya ha renunciado a abordar la fecha como un hito a celebrar sin más. 

Desde luego hay quienes temen que abandonar la celebración implique a su vez un desconocimiento de las causas profundas de la crisis. Esa preocupación es fundada. Si en la izquierda hay una tendencia a la celebración indiferenciada, en la derecha persiste aún un extendido desconocimiento de dichas causas. Son voces importantes las que aún atribuyen el estallido única o principalmente al actuar de grupos coordinados, cuya identificación permitiría de algún modo “desactivarlos”. Las causas de fondo se reducen así a un colosal invento de la izquierda, y la búsqueda de salidas se vuelve imposible o se reemplaza por un problema de voluntad (pantalones) para buscar y castigar. Pero afirmar que las causas son reales –y que podemos estar aún lejos de dar con una cabal imagen de ellas– es compatible con la distancia crítica respecto del estallido mismo.

No se requiere particular sofisticación intelectual, en efecto, para reconocer tanto el profundo estado de descomposición al que habíamos llegado, como el carácter intolerable de tanto de lo ocurrido alrededor del 18. No es, por lo demás, que el lado negativo del estallido pueda reducirse a dolores de parto de un nuevo Chile. Como lo señaló en su momento Lucy Oporto Valencia, el “tener, poseer y destruir” fue una réplica “lumpenconsumista” del Chile “neoliberal” que se denunciaba. El 18 se abre una situación nueva, pero somos los mismos de antes los que habitamos el país y tenemos que encontrar una salida. Tal vez Chile cambió; nosotros, los chilenos, no necesariamente lo hemos hecho.

“El 18 (de octubre) se abre una situación nueva, pero somos los mismos de antes los que habitamos el país y tenemos que encontrar una salida. Tal vez Chile cambió; nosotros, los chilenos, no necesariamente lo hemos hecho”.

Pero más allá del 18, está el acuerdo del 15 de noviembre y el plebiscito del próximo 25. La posibilidad de un futuro democrático pasa hoy por no confundir el espíritu de esas fechas. No fue el pueblo en las calles, sino el acuerdo de los partidos, el que abrió la posibilidad de un cauce civilizado. Y aunque los hechos estén concatenados, es importante reconocerlos no solo como dos momentos distintos, sino como dos vías distintas. Hay una mentalidad del 18 y una mentalidad del 25, y su pugna probablemente se extienda por años. Una de esas lógicas debe ceder ante la otra, pero eso no va a ocurrir por arte de magia el próximo domingo.

El centro de esa pugna se encuentra tal vez en la idea de mediación. El espíritu del 18 se resiste a la mediación, a la articulación política. Pero no estamos en una polis griega, con posibilidades de democracia directa. La democracia moderna es necesariamente representativa, y quienes nos intentan vender un proceso que no se conforme con la mediación nos venden –aunque sea sin quererlo– uno que difícilmente será democrático. Podemos ser escépticos respecto de la calidad de la mediación política que tendremos en un proceso constituyente, pero es lo que tenemos como punto de partida. De hecho, afirmar la lógica del 25 es en buena medida oponerse a las expectativas desbordantes puestas sobre el proceso constitucional: será –en el mejor de los casos– un imperfecto proceso político llevado por los partidos como actores fundamentales, lejano a cualquier purismo o intransigencia. Si logramos eso, debemos estar agradecidos. Quienes esperan el proceso bajo el espíritu del 18, sin embargo, experimentarán más frustración que gratitud.

“No fue el pueblo en las calles, sino el acuerdo de los partidos, el que abrió la posibilidad de un cauce civilizado. Y aunque los hechos estén concatenados, es importante reconocerlos no solo como dos momentos distintos, sino como dos vías distintas. Hay una mentalidad del 18 y una mentalidad del 25, y su pugna probablemente se extienda por años”.

Ninguna pregunta debiera hoy ser tan central, en efecto, como el modo de enfrentar la enorme frustración que se avecina. La habrá no solo porque en muchos casos el texto final no podrá dar lo prometido, sino también porque el proceso será incapaz de darlo del modo soñado. Que la violencia rebrotara este 18 antes del plebiscito nos recuerda, después de todo, los límites del proceso. Dicha violencia no es, en sí misma, un argumento a favor del Apruebo ni del Rechazo. Pero sí debiera inclinarnos a reconocer que el proceso constituyente a lo sumo será uno de los muchos ingredientes necesarios para sacar al país de esta crisis.

Hay un tipo de manifestante al que ninguna Constitución va a satisfacer, y tendremos que saber cómo volver a hacer valer el orden. Están también los que el viernes buscan el sentido de la vida en la Plaza de los tres nombres. Sepa Dios cómo pueden ser ayudados ellos. Pero algo podemos hacer por quienes buscan respuesta a esas cosas más cotidianas que dieron sentido al clamor por dignidad. Para hacerlo –como tempranamente subrayaron Claudio Alvarado y Pablo Ortúzar– tal vez no haya nada tan importante como evitar la confusión entre nuestra constitución y nuestro pacto social. No es que carezcan de relación, pero tras el plebiscito las energías de la clase política debieran volcarse con urgencia a las profundas necesidades que deben ser abordadas al margen del cambio constitucional. Porque no todo pasa por ahí. Pero incluso en las materias en que es estrecho el vínculo entre la Constitución y los problemas de los chilenos, los tiempos constitucionales son muy distintos de los tiempos de las urgencias existenciales.

No todo es 18 de octubre, pero tampoco todo pasa por el 25. Del reconocimiento de este hecho elemental, tan sencillo como afirmar los muchos sentidos del 18, pende en buena medida nuestro futuro.

“Tras el plebiscito las energías de la clase política debieran volcarse con urgencia a las profundas necesidades que deben ser abordadas al margen del cambio constitucional. Porque no todo pasa por ahí”.

*Manfred Svensson es Doctor en Filosofía por la Universidad de Múnich, Alemania, e investigador senior del Instituto de Estudios de la Sociedad.

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