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Opinión

3 de Junio de 2021

Columna de Álvaro Bisama: Mare

En “Mare of Easttown”, el personaje de Kate Winslet avanza como si resolviera un puzzle hecho de puras piezas idénticas. Huye en círculos para solo encontrarse con sí misma y su dolor, con su sabiduría hecha de hastío, para ver de nuevo su rostro agotado. Ese rostro es el verdadero mapa de Easttown.

Álvaro Bisama
Álvaro Bisama
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Terminé “Mare of Easttown” hace un día. La serie finalizó el domingo, pero recién comencé a verla la semana pasada. No hice maratón, no tenía sentido, era mejor seguirla en sesiones de dos capítulos; o en otras más breves de diez o quince minutos. Fue raro. O intenso. Y tristísimo. Sí, estaba el gancho de lo policial, la comodidad de lo predecible, un género donde años y años de shows de crímenes nos tienen acostumbrados a los mismos materiales y temas. Es una receta, una forma fija: el cadáver de una muchacha en algún páramo, de preferencia cerca del agua; las vidas secretas de la víctima y sus amigos; el paisaje helado como metáfora de la redención del personaje principal, complicado por algún crimen anterior; la comunidad definida a partir de un secreto inconfesable; los secundarios freaks, los villanos secretos y terribles; siempre algún bosque y, si se puede, alguna planta industrial o una fábrica en las cercanías.

Consciente de todas estas coordenadas, el show las reinventa. Creada y escrita por Brad Ingelsby, dirigida por Craig Zobel y protagonizada por Kate Winslet, en la medida que la serie avanza los enigmas (quién mató a Erin McMenamin, quién es el padre de su bebé, qué pasó con Katie Bailey, desaparecida hace un año) comienzan a mezclarse con el duelo de la policía Mare Sheehan, el personaje de Winslet, quien aún no puede lidiar con el suicidio de su hijo. Mare da vueltas entre ambos espacios; entre los crímenes de Easttown (parte de un cordón industrial donde pareciese que siempre está a punto de caer la lluvia) y su propio drama impronunciable. Cada capítulo existe como un merodeo de esa tragedia, que tarda en llegar a enunciarse y que Mare intenta tapar con un humor negro inolvidable, con estoicismo y abandono, para tratar de no percibir que ella y los suyos viven en el loop perpetuo de un trauma que también los define. Así, la detective se pierde en los detalles de los crímenes mientras lidia con las batallas de lo cotidiano (la tensión permanente con su hija y con su madre, la distancia con su ex, la complicidad cada vez más frágil con los amigos), que la devuelve una y otra vez a eso que no soporta mirar. 

La serie la tiene como centro; en ella el derrumbe corre paralelo al paisaje. Ese paisaje no es exterior. Mare se pierde y se encuentra en casas idénticas a la suya; todas son similares, partes del mismo laberinto de culpa y secretos; todas tienen sótanos donde se guarda lo indeseable (objetos, basura, parientes); y en todas, las piezas de adolescentes parecen agujeros negros que absorben su voluntad y no los deja crecer. 

“Mare da vueltas entre ambos espacios; entre los crímenes de Easttown (parte de un cordón industrial donde pareciese que siempre está a punto de caer la lluvia) y su propio drama impronunciable. Cada capítulo existe como un merodeo de esa tragedia, que tarda en llegar a enunciarse y que Mare intenta tapar con un humor negro inolvidable, con estoicismo y abandono”.

Winslet avanza en ellas como si resolviera un puzzle hecho de puras piezas idénticas. Huye en círculos para solo encontrarse con sí misma y su dolor, con su sabiduría hecha de hastío, para ver de nuevo su rostro agotado. Ese rostro es el verdadero mapa de Easttown, representa su tiempo en perpetua suspensión, todas sus promesas rotas. Así, cuando después de siete capítulos, hemos terminado de ver la serie, el policial ha desplazado el peligro hacia la intimidad doméstica pero también ha comenzado a preocuparse del modo en que se procesa el luto en esos espacios asfixiados. Algo ha cambiado.

En estos tiempos, donde las formas y los ritos del duelo se han modificado de modo feroz y dramático, “Mare of Easttown” aborda el presente con una fragilidad y una nitidez inesperada. La serie comprende que antes que los zombies, las plagas apocalípticas, los superhéroes y otras metáforas ya recurrentes; la pandemia y el encierro en verdad nos han devuelto a una vida de interiores, a lo cotidiano como un dibujo del mundo completo. Para Mare, la ausencia del hijo muerto es su propia ausencia; sus fantasmas, los del espectador; y su vacío y su esperanza, los del mundo. 

La serie comprende que antes que los zombies, las plagas apocalípticas, los superhéroes y otras metáforas ya recurrentes; la pandemia y el encierro en verdad nos han devuelto a una vida de interiores, a lo cotidiano como un dibujo del mundo completo“.

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