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Opinión

1 de Abril de 2023

Columna de Isabel Plant: Subrogar el vientre, la escala de los grises

"Dentro de mis grises, así como creo que el vientre de alquiler para una mujer de la tercera edad debería estar prohibido por el bien de la criatura, no creo que todas las parejas y mujeres que optan por la subrogación 'compran guaguas', como dicen muchos, incluida la Ministra de la Mujer Antonia Orellana", escribe la columnista Isabel Plant.

Por Isabel Plant

Hasta hace poco a las mujeres mayores de 35 años que esperan un hijo se les llamaba “embarazadas geriátricas”, término que en buena parte del mundo ha quedado en desuso por ofensivo y anacrónico. Y que queda chico ante la noticia de la semana en cuanto a nacimientos, la de la actriz y socialité española Ana Obregón, quien a sus 68 años tuvo una hija por vientre de alquiler. Eso ya sería una madre casi bíblica, cual Sara, quien según el Antiguo Testamento tuvo a Isaac a los 90.

Lo de Obregón tiene más de tragedia que de milagro: en 2020 murió su único hijo por un cáncer, a los 27 años, y desde entonces ella se ha volcado a gritar su dolor en redes sociales. Ahora aparece en la portada de la revista ¡Hola!, saliendo de un hospital de Miami con la recién nacida en los brazos. Cruzó el Atlántico para recibir a la niña que nació por maternidad subrogada, práctica que es ilegal en España. Ella misma compartió la foto en su cuenta de Instagram celebrando que “nunca más voy a estar sola”. Un embrollo freudiano, éticamente reprochable, casi que legalmente imputable y, de nuevo, triste.

Debo decir ahora que yo soy una pésima feminista. O una mala feminista, como lo define la escritora Roxane Gay: estoy con todo lo que importa -igualdad, cierre de brechas, fin del patriarcado, que no se nos trate como minoría, porque somos la bendita mitad del mundo, pro leyes de cuotas porque si no jamás nos dan la oportunidad, por supuesto que las mujeres trans son mujeres, y una larga lista-, pero a veces sigo creyendo en algunas fantasías de amor romántico, o le he regalado trajes de princesa a sobrinas junto con muñecas de la Mujer Maravilla.

Hago lo que puedo, porque creo que parte fundamental del feminismo es no exigirnos, de la manera que sea, el ser perfectas. El derecho humano a la contradicción e imperfección. A los grises. Y como dice Gay, prefiero ser una mala feminista que no ser feminista para nada.

Dentro de mis grises, así como creo que el vientre de alquiler para una mujer de la tercera edad debería estar prohibido por el bien de la criatura, no creo que todas las parejas y mujeres que optan por la subrogación “compran guaguas”, como dicen muchos, incluida la Ministra de la Mujer Antonia Orellana (añadiendo que la política de Estado de Chile al respecto es regular para evitar la explotación, porque “no prestamos el cuerpo”). 

Las Kardashian y las Paris Hilton y demases le han dado un mal nombre a la opción, porque lo hacen ver como una frivolidad, como que algunas mujeres con dinero evitan el embarazo para no perder la figura nueve meses. Pero lejos de Hollywood y de los casos extremos, la subrogación es un mundo. En su mayoría, lamentablemente, con explotación a mujeres de entornos vulnerables, que optan por poner su vientre a disposición, porque es una salvación económica.

La guerra en Ucrania, por ejemplo, permitió ver cómo es una verdadera industria de subrogación. Cada día menos países -como Camboya o Nepal- permiten los vientres de alquiler internacionales, es decir, con agencias que ofrecen el servicio a extranjeros, justamente para evitar la trata de niños y explotación humana. Ucrania lo permite y es muy clara para las parejas -europeas y chinas en su mayoría-, en cuanto a quién le pertenece la guagua: desde el momento de la concepción es de los padres o madres que hacen entrega del embrión, por lo que quedan legalmente inscritos al momento de la implantación en vientre ajeno. Además, es infinitamente más barato que otros países donde es legal la técnica, como Estados Unidos, Israel y más.

La imagen de decenas de mujeres con vientres hinchados en subterráneos ucranianos, mientras caían bombas, le dio una nueva dimensión de pesadilla distópica a la situación. He leído múltiples entrevistas a madres subrogadas ucranianas que están satisfechas con haber tomado “el trabajo” -así se refieren al embarazo para no crear lazos afectivos con los bebés-, ya que la compensación económica les salva la vida, literalmente. Supongo que hemos fallado, todos, el mundo, si esa es su única opción, lo mismo que pasa en Latinoamérica, donde la subrogación no está regulada y por lo mismo es altamente susceptible para abusos o relaciones de poder asimétricas.

Así las cosas, por supuesto que está mal la subrogación, como bien dicen buena parte de los feminismos, ya que es un trato mercantilista de los cuerpos. Pero hay algunos países donde la regulación ha ofrecido otra opción: la “subrogación altruista”. En Canadá, Australia y Gran Bretaña esa es la única opción permitida: no se puede cobrar por gestar una guagua ajena, más allá de los gastos médicos y costos asociados al parto. Cada una tiene sus exigencias -algunas lo permiten sólo a parejas y no a solteras, otras solo heterosexuales, o incluso en uno de los casos se le permiten a la subrogante unos días para decidir si se queda con el recién nacido-.

En otros lugares más liberales también hay otras ideas pensando en legislación, como exigir a parejas que demuestren infertilidad o incapacidad de tener hijos biológicos, o que las gestantes tengan hijos previos. Ideas que pueden estudiarse y analizarse y quién sabe, quizás permiten que una amiga o hermana le regale a seres muy queridos la posibilidad de ser padres o madres cuando no pueden serlo. En libertad y sin presiones. En dominio de su cuerpo.

¿Y qué pasa con algunos estados de EE.UU., donde es práctica legal, y son mujeres de clase media las que optan por la subrogación? ¿Están siendo explotadas? ¿Están dementes? ¿Se les debe prohibir porque es comercial?

En ninguna parte he logrado pillar exigencias de máximo de edad de los padres o madres que optan por vientre de alquiler y, volviendo a Obregón, debería existir. Así como no se hacen in vitro en mujeres mayores de 50 o, dependiendo de la clínica, 45 años, la subrogación y adopción debería tener límites.

Y ya que hablamos de adopción, ¿por qué las mujeres o parejas que pagan un vientre de alquiler no optan por darle un hogar a los niños que llenan los hogares de acogida? En Chile es muy difícil adoptar. Da para otra columna eterna, pero conozco parejas, heterosexuales y homosexuales, que han pasado años intentándolo, pasando de una espera a otra, sin éxito. A veces, incluso, a parejas infértiles se les rechaza por no tener un “duelo” correcto. Las conozco y creo que podrían haberle dado un hogar hermoso a niños que no tienen familia.

También hay mujeres solteras o parejas gay que han sido consideradas idóneas para adoptar, pero que pueden pasar años de años esperando la llegada de un hijo, porque quedan últimas en la fila. Leyes que hacen más fácil la adopción descansan en el Congreso, lo mismo que la que regula la reproducción asistida, dejando fuera a miles de parejas – una de cada siete- que tienen problemas de fertilidad para poder acceder a tratamientos que les permitirían tener hijos.

El querer ser padres y no poder serlo es doloroso y decidirse (y gastar) en un vientre de alquiler no debe ser una opción fácil. Soy una pésima feminista porque los casos que conozco de la vida real, de carne y hueso, nombres y caras y tortas de cumpleaños, que han usado vientre de alquiler, sé que pasaron por un calvario previo, de años y años, y hoy le dan una vida feliz a niños felices. O tan felices como podemos ser los humanos imperfectos.

No lo sé, pero supongo que está bien detenerse a pensar qué opinamos sobre temas éticos y complejos que son nuevos y que aún estamos procesando como sociedad. Ojalá que, en veinte, cincuenta años más, no nos sonrojemos de decirles a todos “compra guaguas”, como quien le dijo niños de pipeta a los hijos gestados in vitro, o huachos a los nacidos fuera del matrimonio, o un largo etcétera donde la realidad ha avanzado con más rapidez que nuestro lenguaje y los tiempos nos dan humildad y lecciones.

*Isabel Plant, periodista, editora y cocreadora de Mujeres Bacanas.

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