Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Reportajes

10 de Junio de 2023

La discotheque “Máscara” de Valparaíso: la última resistencia 

El Máscara de Valparaíso: la última resistencia  Fotos: César Pincheira/huelladigital.cl

El "Máscara" es un recinto de añoranza musical y catarsis bailable en un punto carente de memoria como la neurálgica plaza Aníbal Pinto del puerto. La discotheque, refugio histórico de un público mayor y disidencias sexuales, hace el aguante en un entorno que se desmorona y el pasado 3 de junio cumplió 21 años, con un estilo similar al de la santiaguina Blondie, donde el brit pop es uno de los géneros favoritos.

Por Marcelo Contreras

En la plaza Aníbal Pinto, sitio simbólico y desmemoriado de Valparaíso, una que otra placa intenta rememorar en un paisaje de romántica arquitectura, con rasgos deformados a punta de grafitis y cierres metálicos de tinte post apocalíptico, que allí sucedieron hitos como la filmación de un ejercicio de bomberos en 1902, considerado por largos años como el primer registro cinematográfico chileno.

Pero la plaza, que en rigor no es tal sino una intersección de cerros y el estrecho plano porteño, podría contener muchas otras referencias recordatorias de que allí nació la bohemia de Valparaíso hace más de un siglo, y no en las inmediaciones del puerto, como se podría suponer. Bares como Cinzano, Pajarito, Alemán y Bavaria fueron el refugio de intelectuales, artistas y periodistas, cuando la ciudad prometía conversa y juerga. 

También debiera existir alguna referencia señalando que la edificación del Máscara, una de las salas nocturnas definitivas de la ciudad por más de 20 años, fue la sede original de la fábrica Hucke en 1872, dedicada al pan y la repostería. 

Allí, donde distintas generaciones bailan entre luces y penumbras viejos éxitos ochenteros anglo, de rock latino o brit pop, agitados bajo el calor de la noche y el alcohol en un ambiente pionero en diversidad y retromanía, se horneaban las mejores galletas que ha conocido el puerto. 

El Máscara ocupó un espacio que ya había sido discoteca. “Lo inauguramos en 2002, un proyecto de tres hermanos que iniciamos este negocio con la idea de hacer un local bohemio”, resume Michél Housset, uno de los propietarios.

Aunque al principio la playlist del Máscara estaba dominada por el rock clásico –Led Zeppelin y Bob Marley corrían fijos-, luego derivaron en el catálogo de los 80. “La época de uno también”, apunta Michél con sus 50 años. 

La apertura del local fue parte de un momento en que la nostalgia por aquella década se convirtió en un atractivo nicho. Rodolfo Roth, del ochenterísimo Magnetoscopio musical de TVN, volvió a la radio con un programa a la medida, convencido de que el revival duraría, a lo sumo, cuatro años. Se armó una insufrible Súperbanda de los 80 con retazos de Viena, Aterrizaje Forzoso, Valija Diplomática y Aparato Raro. Eduardo Bertrán indagó sobre aquella camada en el documental 80 ‘s El Soundtrack de una generación (2006), y comenzaron las visitas de estrellas anglo que décadas antes sólo veíamos por videos, en pantallas de televisión de 14 pulgadas.

Para afinar la fórmula, Máscara reclutó a un DJ de la discotheque Blondie. Cuando los santiaguinos llegaban al local, sobre todo en verano y feriados, el dato decía que se trataba de la versión porteña de la sala de la Alameda. 

“En un inicio era gente bien dark, que tenía una onda más new wave y oscura”, recuerda Caro, exbartender de Máscara. “Llegaban con la cara pintada blanca y abrigos largos para los especiales de Depeche Mode y Pulp. Le daban bien duro a eso y a Marilyn Manson”. 

“Era claramente un público más adulto”, agrega, “nunca fue muy juvenil, gente de 30 hacia arriba”. 

Jano, un exparroquiano de la primera década del Máscara, cuenta que una parte de la asistencia era aún mayor. “Había gente que venía de la época de la música disco y que encontraron un sitio ahí”, asegura.

Pronto el Máscara ofreció más que nostalgia, con bandas en vivo en la semana, sembrando nuevos públicos complementarios a la asistencia más adulta de viernes y sábados. Los shows se hacían en la sala con vistas a la plaza coronada con un pequeño escenario.

Parte de la celabración de los 21 años de la discotheque Máscara, el pasado 3 de junio. Fotos: César Pincheira/huelladigital.cl

“Toqué varias veces ahí con Fatiga de Material”, cuenta Naty Lane, exbajista de los reputados Adelaida, actualmente voz y guitarra en Hammuravi. “Se tocaba temprano y a la 1 de la mañana ya estabas listo”. 

Naty dice que era el único lugar en Valparaíso donde podías ver un grupo los martes. “Te trataban bien, te daban cover y pagaban no muchas lucas, pero era algo decente en esos tiempos”. 

Algunas bandas, apunta, se presentaban en el escenario de la sala principal. “Una vez tocó Emociones Clandestinas y era la fiesta en la pista grande. Un escenario re bonito, con cortinas de terciopelo”.

Michél recuerda perfecto cuando recibió el telefonazo de la legendaria banda de Concepción. “Me llamó el Yogui Alvarado”, cuenta. “Me dijo que andaban por Valparaíso y que querían tocar en el Máscara en la noche”.

Michél se sintió halagado, pero sugirió “ver un contrato”. 

“No huevón”, me dijo. “Ten el backline y nosotros vamos”. 

Housset hizo su parte y Emociones Clandestinas apareció después de la medianoche “sin que nadie lo supiera”. 

Déjate caer

Rafa, cliente cincuentón del Máscara hasta antes del estallido, relata su momento más memorable en el local protagonizado por un chico con aspecto universitario “curado como pico”.

“Botella de cerveza bajo del brazo”, describe, “metía conversa a las minas y bailaba solo”.

Rafa y su novia lo bautizaron como “el Bruce Springsteen”, por un parecido remoto con el ídolo estadounidense. 

“El huevón se empieza a acercar de espaldas hacia la escalera sin cachar. Parecía un dibujo animado. Retrocedía y quedaba en el borde”. 

De pronto, un grito. “Veo en cámara lenta como el huevón se va de espaldas rodando”.

Como bonus track de momentos memorables en el Máscara, Rafa destaca las performances. 

“Unos trans bien ricos, hay que decirlo”, comenta solemne. 

“Manteniendo las distancias ”, apunta Chago, un capitalino avecindado en el puerto, “era un mundo medio Andy Warhol el de las performances”. 

Chago se hizo habitué cuando aún vivía en Santiago. Para él, Máscara ofrecía una diversidad difícil de encontrar en el Área Metropolitana, más segmentada. “Siempre me gustó que había gente muy joven y muy vieja también, cosa que es rara”. 

Otros plus: los precios. “Era barato”, recuerda. “Con la entrada te daban un consumo. Si eras de los cien primeros entrabas gratis. Y los copetes eran ultra mega cabezones”.

La barra ofrecía un mérito extra. “Las chicas que atendían eran muy guapas”. Finalmente la música “era muy transversal”. “Muchos clásicos de los 80 en inglés”, describe, “que en esa época no se escuchaban en otras discos”. 

“Era reencontrarse con esa música que habíamos escuchado de chicos y la teníamos en el inconsciente”.

Chago atesora que Máscara es “el único lugar donde tomando un copete, una chica guapa me dijo ‘bailemos’. O sea, ¿cómo no van a dar ganas de ir a un lugar así?”

La resistencia

Otro de los sellos distintivos de Máscara fue la convergencia de disidencias sexuales. “Era un lugar de ‘tolerancia’ como se decía antes”, acota Jano. “‘Te tolero’. Así era en los inicios de los 2000. Después cambió a ‘diversidad’”.

Según Michél Housset, el arribo de la concurrencia LGBTQ “fue algo natural”. El enganche llegó con fiestas “derechamente ochenteras”, con especiales dedicados a Erasure y George Michael. “Nos trajeron un público diverso importante muy bueno”, recuerda el dueño, “y nosotros estábamos dispuestos a no generar discriminaciones, cada cual hace lo que quiera con su vida mientras no interfiera con los demás”. 

Como ciudad universitaria, la oferta nocturna bailable de Valparaíso privilegia a los jóvenes, hoy devotos de lo urbano. Con 40 años, Karina tuvo una etapa de fidelidad absoluta con Máscara. Durante un lustro asistió prácticamente todos los viernes.    

“En el fondo, no tienes más ofertas”, explica. “Está el Pagano, mucho más dirigido a un público donde van más gays y lesbianas, centrado en el pop y en el urbano”. “Entonces el Máscara”, continúa, “es el único local que toca anglo siempre. Es como un sitio de resistencia para esa música”.

“Uno va a la segura”, apunta Oscar, otro parroquiano. “Madonna, The Cure, Depeche Mode y todos los derivados. Y como tiene dos ambientes, te puedes ir cambiando”.

“He llevado gente al Máscara”, sigue, “a mi hermana, que es más grande que yo, tiene como 55, y le encantó. Quedó vuelta loca por la música y el ambiente medio dark”.

Hernán, habitué desde la U, ha vivido distintas etapas con el Máscara como locación y soundtrack. “Conviví allí siendo estudiante, luego un profesional novato, luego en desarrollo, hasta un cargo de jefatura. Todas esas etapas pasaron por Máscara”. 

“La música, la onda, la fauna transversal”, continúa, “gente de todas las edades con distintos estilos, era una experiencia muy buena”. 

Hernán armó tour nocturno por el sector para amigos y conocidos santiaguinos incluyendo el cerro Concepción, luego Pajarito, Cinzano y, como broche, el Máscara. “Quedaban locos por la oferta y la diversidad. Porque cada una de esas experiencias tiene una carga especial”.

Los días favoritos de Jorge, otro porteño fiel a la sala, eran los martes por la música en vivo y, especialmente, los jueves. “El Mascarazo”, rememora, “como una previa del viernes”. 

“Uno primero recorría los locales de Cumming y luego remataba en El Máscara. Antes de la pandemia el hueveo se empezaba a armar después de las 12, y a la una ya todo estaba pasando. Los días de semana lo cerraban como a las 3, y los fines de semana a las 5”.

La resaca 

La mayoría de los entrevistados, casi todos mayores de 40, no ha vuelto al Máscara tras el fin de la pandemia. Entre el estallido y el Covid 19 han pasado casi cuatro años, y nada es como solía ser en ese sector fundacional del carrete porteño. 

La amenaza de la delincuencia, con el constante refuerzo mediático, cobra su precio en las opiniones. La plaza Aníbal Pinto asusta. Hoy está asociada a asesinatos y al tráfico de todo tipo de drogas a manos de colombianos y chilenos residentes del sector por décadas, particularmente por la subida Cumming

En los últimos 20 años, la Pinto se convirtió en un punto espontáneo de carrete. La gente que salía del Máscara y otros locales a las puertas del amanecer, convergía hacia la explanada a los pies del edificio de la Cooperativa Vitalicia, durante algún tiempo la construcción más alta de Chile con sus 70 metros. Un “rascacerros”, según el dibujante Lukas.   

“Era un mar de gente en Aníbal Pinto”, recuerda Naty Lane, “y llegaron huevones flaites que se colaban y se empezó a poner cuático, hasta que empezaron a tirar cosas del edificio”. 

El estallido implicó un punto de inflexión para ese nudo de Valparaíso. “Cumming fue un centro de batalla”, acota Caro, la ex bartender de Máscara. “Ahí la gente peleaba, hacían barricadas. El lugar quedó muy identificado como una zona de combate. Venían huevones de otros lados a dejar la cagá”.

“Máscara es un sobreviviente de ese espacio”, afirma Hernán. “Me da pena y un poquito de rabia cuando veo que en Santiago se hace un esfuerzo por recuperar el centro histórico de la ciudad”. 

Bailando con fantasmas

El pasado sábado 3 de junio el Máscara cumplió 21 años. Michél Housset estaba agripado y con fiebre. Se quedó en casa. No tiene problemas en reconocer que el negocio aún no se recupera a niveles pre pandemia y estallido. Del 18 de octubre de 2019 prefiere no hablar.

Aquella noche de aniversario, Máscara estaba lleno como en los viejos tiempos. Tan repleto, que había hilera para ingresar mientras la plaza Aníbal Pinto lucía tranquila, a lo sumo plagada de los fantasmas del naufragio del bergantín francés Eduard Marie en 1847, los soldados que regresaban de la Guerra del Pacífico, o los restos del presidente Pedro Montt desembarcados desde Alemania en 1910. 

La noche era transversal, desde veinteañeros hasta cincuentones y quizás más viejos, reunidos en un espacio donde el tiempo se ha detenido. Es el mismo edificio centenario y las mismas viejas canciones, para la generación de los raros peinados nuevos bailando hasta el alba. 

Notas relacionadas

Deja tu comentario