Opinión
23 de Agosto de 2024Sanfic: un festival de cine para no ir a la segura
El columnista de cine de The Clinic, Cristián Briones, destaca tres películas que se han presentado en el festival Sanfic, con títulos protagonizados desde Catalina Saavedra hasta Demi Moore.
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Va siendo tiempo de asumir que rara vez vemos algo que no queremos ver. En el cine, al menos. Es un momento en la industria creativa audiovisual en que prácticamente todo lo que consumimos está estudiado, tanto por quienes lo ponen en pantalla como por nosotros mismos, para no errar en la inversión de tiempo y dinero. Las sugerencias de los streamings están pensadas para eso, aunque claramente a ese algoritmo le falta mucho desarrollo; y las carteleras de cine saben hasta ser estacionales, traten de ir al cine a ver una película en las vacaciones de invierno y sabrán a qué me refiero.
Nos hemos convertido en adictos a las propiedades intelectuales y a las franquicias, y usamos el cine y la televisión como un acto de evasión en donde nos podemos sentir en la más cómoda de las zonas. Películas y series con los mismos personajes, en los mismos universos, y hasta con los mismos diálogos de aquello que nos trajo felicidad alguna vez. No hay intento de descubrir algo nuevo o riesgo alguno en ese ejercicio. Y no nos engañemos, es tremendamente válido también. No es que dispongamos de un tan amplio abanico de alternativas para intentar salir de ese círculo vicioso.
Hasta que empieza la temporada de festivales de cine. Y por fin tenemos una excelente oportunidad, y una buena excusa, para ver películas sin tener idea alguna de qué se tratan. Se entiende que muchos pensaran que esto es un despropósito, que los escasos recursos como son el tiempo y el dinero, hay que aprovecharlos lo mejor posible. Y es cierto, quizás es una perdición devenida de consumir demasiado para el propio bien. Pero hay pocas cosas mejores que elegir una película sólo porque los horarios y locaciones nos acomodan. Entrar a una sala con los ojos cerrados y completamente abiertos a la vez. Festivales de tradición y curatoría establecidas permiten esto con mayor facilidad.
Y el Sanfic es uno de ellos. Durante ya un par de décadas se ha dedicado a programar un puñado de obras fundamentales de cada uno de sus años, más allá de que muchas de ellas terminan sepultadas bajo los focos y las alfombras rojas de los meses posteriores: es una instancia a atender de manera anual. Sobre todo para remarcar el punto de ver películas que no hubieran entrado en nuestros radares de otra forma. O que no tendrán opción alguna de exhibición en salas. Es uno de los pocos momentos en que podemos aprovechar de expandir nuestros propios límites de consumo.
Entonces estas tres reseñas a continuación no son ni un listado de indispensables, ni las únicas películas que deben verse, ni nada por el estilo. No son una guía, sino más bien un comentario sobre ciertas coincidencias y solo las traigo a colación porque me parecen un muy buen ejemplo de cómo los cineastas, alrededor del mundo, están expandiendo sus herramientas narrativas. Hay puntos en común en mucho del cine que estamos viendo el último año. Algunos con más éxito que otros, y aunque claramente son persecución creativa, hay guiños a la industria. Un esfuerzo por llevar las miradas del mundo a la escena misma, a la narración como tal. Hay atrevimiento, hay ideas nuevas y miradas actuales de ideas añejas, hay usos de formas que son aventuras de larga data, pero que están siendo estiradas con mucho desparpajo, en el mejor de los sentidos. No significa que todo lo que terminemos viendo vaya a ser de la más altísima factura y resultado, pero no hay manera de salir indiferente de un cine que está partiendo de la base de llevar sus propuestas hasta la última consecuencia.
Comencemos con una que tiene presencia nacional: En “Problemista” (2023), Catalina Saavedra es una artista plástica salvadoreña, madre e inspiración del personaje principal: Julio Torres, quien escribe, dirige y protagoniza la cinta enfrentando a una Tilda Swinton en la más absoluta comodidad interpretativa. Torres, co-creador de Los Espookys y guionista de SNL, pertenece a una camada de nuevos comediantes con nuevas sensibilidades, que generan cierta incomodidad en las audiencias más tradicionales. No digo esto como un demérito o todo lo contrario, su carrera demuestra que talento no falta y puede que simplemente en este mundo estemos todos demasiado desconectados para aceptar otras aristas nacidas en lugares habituales, pero con distintas inquietudes.
“Problemista” se hace cargo de algo muy similar. Alejandro (Torres) es un aspirante a diseñador de juguetes que espera recibir su visa en New York, trabajando en una empresa dedicada a la criogenización. Así conoce a Elizabeth (Swinton) esposa / viuda de un pintor conservado ahí. Ambos se embarcan en la tarea de armar una exhibición del artista, en aras de pagar los costos del proceso por un lado, y seguir teniendo empleo por otro. Es una historia sobre una persona con muchos problemas tratando de solucionar algunos que poco le corresponden, y de otra con prácticamente ningún problema, que hace un esfuerzo constante por tenerlos. Tercer mundo versus primer mundo encarnados en dos seres humanos cuya conexión es poco más que casual. Diferencias generacionales, de clase, pero sobre todo, de actitud para intentar ser parte de una sociedad.
“Problemista” no es ni por asomo una obra maestra. Tiene personalidad, una estética surrealista que evoca incluso a Satoshi Kon y un discurso que no elude claroscuros, y sin embargo permanece nítido. Pero no logra amarrar ni ritmo ni entregar una propuesta clara. Aún así, se siente como una fuerza creativa incipiente. Una especie de “fake it until you make it” que resume bastante bien las intenciones del autor tras ella.
“The beast” (La Bête, 2023), del francés Bertrand Bonello, toma el relato de Henry James ‘La Bestia en la Jungla’ y lo lleva a lugares que le acomodan a sus propias paranoias. Gabrielle Monnier (Léa Seydoux) y Louis Lewanski (George MacKay) son un amor que trasciende los siglos, pero no las tragedias de sus propias eras. Desde la profecía autocumplida de un temor de lento apremio, hasta la supresión de las emociones por parte del totalitarismo de una inteligencia artificial, Bonello usa los miedos de cada época y los empuja a una lectura muy contundente de la actualidad.
“The Beast” es una de esas películas que obliga al espectador a ceder o a negarse completamente. No se alinea en ningún momento en sus saltos temporales y hace de aquellos puntos que coinciden, una necesidad adquirida hacia el cierre. Y esto es uno de sus mayores atractivos. Porque el nivel de exigencia no es solamente con la audiencia, si no con la propia narrativa. Se puede hablar de la referencia a las mitológicas ‘Furias’ o de las “piscinas” en dónde el amor termina en tragedia, de las palomas, las videntes y una serie de otros esfuerzos que Bonello va encajando e intercalando. Son artefactos visuales en el relato que no descansan y le dan un peso a la película que uno en la butaca termina por resentir, en el mejor de los sentidos.
Lo de Seydoux y MacKay es sumamente destacable, sobre todo por la necesidad de dar sutiles diferencias a sus personajes en los distintos tiempos en que transcurre. Hay cierta amargura en el resultado, la sensación de que las relaciones humanas no hacen más que deteriorarse mientras menos estamos pensando en la otra parte, y que ese no es un miedo futuro, es uno que ya está instalado. Hay una idea romántica, en su sentido más puro, que se estrella contra la pantalla y se va asentando mientras más se le masculla. Y sólo por esto último, puede que Bonello haya conseguido su mejor película hasta la fecha.
Y luego está “La sustancia” (The Substance, 2024), de Coralie Fargeat. Una de las pocas películas con estreno posterior asegurado. Eso sí, para ya adentrado septiembre. La historia de Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una actriz ya en sus seis décadas enfrentada al ocaso de su carrera, que ve la posibilidad de partir de nuevo en una “versión joven y mejorada” de sí misma, gracias a un tratamiento que le permite ser Sue (Margaret Qualley), alternando 7 días cada una. “No son dos personas”, reza una y otra vez el manual de instrucciones. Y es cierto, no lo son. Son la misma, en distintos puntos de su imagen de vida, siendo devoradas por un mundo que las quiere firmes y sexuales en una pantalla. Y la seducción que genera esa adoración puesta en interminables marquesinas iluminadas.
Por supuesto que Fargeat está hablando de cómo el culto a la belleza hegemónica y la imposición de juventud, especialmente a las mujeres en Hollywood, las termina convirtiendo en seres dañados primero y estrellas olvidadas en el paseo de la fama después. No es que la directora esté tratando de que esto sea sub-textual. Es una cineasta con una misión clara. Y puede que estemos o no de acuerdo con sus postulados y discursos, eso ya tiende a depender de los propios, pero eso no evita que podamos apreciar la brutalidad en el uso de la herramientas que otros forjaron antes que ella. Fargeat entró de lleno al cine denominado “de género” con su aproximación al rape-revenge en el 2017: Venganza del más allá (Revenge). Violencia, litros de sangre, ira, un montaje frenético, una banda sonora con sintetizadores en constante martilleo.
Un debut que no debió dejar a nadie indiferente, porque siete años después entra por la puerta grande a Cannes con estrellas de Hollywood del brazo. Pero no ha dejado de ser una marginal en sus formas. No es distinta a Carpenter, Cronenberg, Yuzna, Raimi o Hooper. Es solo que en estas cuatro décadas desde que esos directores se abrieron paso hasta los proyectores, obligando a muchos en las butacas a evitar mirar la pantalla, se ha hecho poco habitual el escuchar pregones desde los márgenes. Y hay nueva generación de autores: Julia Ducournau, Rose Glass, Jordan Peele, Ti West, y la misma Coralie Fargeat, que vienen con suficiente energía para no parar.
Y este es un punto clave en “La sustancia“: Fargeat no frena en ningún momento. Incluso cuando se supone que narrativamente debiera hacerlo. No se contiene en revisar el horror corporal como un discurso en sí mismo. No se detiene en llenar la pantalla con momentos que sacan risas nerviosas porque en esta tercera década del siglo, estas imágenes simplemente ya no llegan. Y el cine bendiga a Dennis Quaid, Margaret Qualley y especialmente a Demi Moore, porque muy probablemente no necesitan hacer una película como esta, pero el amor por su arte les lleva a no dejarse nada en el camerino y acompañar a una autora con un nivel de atrevimiento que se agradece en sobremanera. De las películas del año, o al menos una de las que más conversaciones va a sacar, eso sin duda.
Hay otros títulos que podrían haberse sumado a esta lista aleatoria: “El ladrón de perros, “Simón de la montaña“, “The successor” o “Sissi y yo”, pero como mencioné al principio, la idea es descubrir sabiendo lo menos posible y ojalá tener la suerte de encontrarse con algo del gusto propio. Pero incluso cuando no es así, no se puede negar que el estado de esta otra Industria del Cine, está en un momento de aguas inquietas, pero en las que vale la pena compartir la determinación para zambullirse en ellas. Y en eso hay que agradecer a los programadores del Sanfic.