Opinión
30 de Noviembre de 2024Consentimiento y los chistes del pisco sour
A raíz del caso Monsalve, Isabel Plant escribe hoy sobre el consentimiento. "La conversación sobre consentimiento es imperfecta, pero necesaria, para dejar en claro que no todas las violaciones o abusos suceden a manos de extraños en un callejón oscuro y que no hay que reconocerse como víctima para ser una, para entender por qué las mujeres nos hemos visto obligadas a consentir cuando no queremos, o hemos sido ignoradas cuando no lo hacemos", señala.
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Toda la segunda mitad del último libro de la escritora norteamericana Jill Ciment es sobre el tardío éxito de su marido pintor en Nueva York y sobre convertirse en su cuidadora. De la vitalidad de este a pesar de su ancianidad, y de cómo ella pasa de ser artista a ser escritora. Cómo él vivió la vida al máximo hasta el final, cuando apenas podía pintar y seguía tomando el pincel con entusiasmo para no dejar de plasmar lo que sus ojos veían a pesar del deterioro.
La primera mitad del libro, recién publicado, se trata de que sus amorosas cuatro décadas juntos comenzaron cuando ella era su alumna de 16 años y él su profesor de pintura casado, de 47. El libro se titula “Consentimiento”. Jill Ciment revisa las memorias que escribió a sus 40 –“Half a life” (1996)- , ahora que tiene más de setenta y es viuda. Tras el MeToo, se da cuenta de que lo que escribió en su momento sobre el inicio de la relación guardaba matices y escondía evidencias, ahora más consciente de que no fue ella la seductora sino la seducida, por mucho que estuviera enamorada de este artista (muy) mayor. Él deja a su mujer e hijos, comienzan una vida pobre pero llena de inspiración en Los Ángeles, luego se trasladarán a Nueva York donde lentamente brillan en la escena alternativa, y por último ella lo traslada a Florida para cuidarlo en sus últimos años.
¿Puede el final de esa historia de amor exculpar el principio? Ella se pregunta si su relación larga y satisfactoria puede “ser fruto de un árbol envenenado”. Es un libro corto, bonito y sobre todo confuso, porque parte siendo el reconocimiento de haber sido víctima –“incluso después de cuatro décadas casada con él, por mucho que lo intento, no puedo imaginar cómo estaba justificando su propia conducta”- y termina siendo el testimonio de lo que pasa después del cliché: cuando la “otra mujer” joven se queda, envejece y cuida. Y ama.
Qué complejo.
Ese “Consentimiento” es un libro en las antípodas de otro con el mismo nombre que remeció a Francia hace un par de años. “El consentimiento” de Vanessa Springora repasa la “relación” de dos años de la autora, entonces de 13, con un alabado escritor llamado Gabriel Matzneff, de 49. Él la busca, la corteja con cartas, ella en su inexperiencia cae rendida y lo sigue hasta moteles y buhardillas, luego es exprimida en lo sicológico, emocional y sexual, a vista y paciencia de amigos y familia. Matzneff, incluso, escribe públicamente sobre su gusto por el amor con menores y lidera la publicación de una carta -firmada por De Beauvoir a Barthes- que condena el encarcelamiento de hombres acusados de tener sexo con adolescentes. Todo muy Francia en los 70, donde se prohibía prohibir y donde lo más importante era alejarse del puritanismo norteamericano (que quizás tampoco existía, tras leer el libro de Ciment).
Springora quedará marcada a fuego por la experiencia. Para todos nosotros leyendo en el nuevo siglo parece obvia la transgresión: una niña no puede consentir porque no termina por comprender a lo que está accediendo en esta relación asimétrica. Pero para la niña de los años 70 es todo más confuso. Springora escribe: “¿Cómo puedes admitir que has sido abusado cuando no puedes negar que has consentido? Cuando sentiste el deseo de ese adulto que se apresuró a aprovecharlo… Durante años, yo también lucharé con esta noción de víctima”.
Qué complejo.
Cuando explotó el caso Monsalve y el consentimiento volvió a estar en boca de todos, circuló un video viral que intenta explicar qué significa consentir, con peras y manzanas. Intercambia el sexo con una taza de té para ejemplificar que no se puede obligar a una persona que no lo desea a tomarla, que la gente inconsciente no quiere té, que si dijiste que sí a una taza pero después no te apetece no puedes forzarla, y así. Se suma a las múltiples columnas que han salido en los medios nacionales que hablan sobre consentir, las campañas de ONU Mujer (“el silencio no es consentimiento”), y más. Y todas tienen razón: el consentimiento “es todo”, debería ser explícito o verbalmente o por acciones que indican que se quiere hacer lo que se está haciendo; en casos internacionales, España es el país que está liderando en los cambios legales al respecto con la ley “Sí es sí”.
Pero también, como ejemplifican los dos libros comentados al inicio de estas páginas, es tanto más complejo que una taza de té.
Circulan videos pixelados de Monsalve con su denunciante que generan comentarios del tipo “estaban en un relación”; sea o no eso correcto, no lo sé, pero esa visión borra de un plumazo los avances que se han hecho, legales y sociales, de establecer que dentro de un matrimonio, pareja o derivados, también existen violaciones.
Leo atónita una Carta al Director publicada en El Mercurio, firmada por Eugenia Weinstein, titulada “¿Y el autocuidado?”, que dice: “Una pregunta: Ingerir alcohol voluntariamente hasta quedar ebrio y borrarse, ¿es un agravante o un atenuante?”, como si una falta de criterio fuera lo mismo que un delito con pena de 15 años de cárcel.
Los almuerzos de fin de semana se llenan de chistes al momento de servir pisco sours. Soy defensora furiosa de encontrar el humor en las desgracias diarias, pero quizás en el futuro recordaremos con horror esos chistes, como ahora los franceses recuerdan con horror la carta liderada por el abusador de Springora. Quizás frente a esos chistes pasajeros he sonreído, intentando no ser grave. ¿Estoy aportando a una cultura donde el posible delito de violación sigue siendo liviano y la culpa es siempre de las mujeres por bajar la guardia?
Como feministas hemos instalado el discurso de que consentir es fundamental, pero quizás estamos dejando fuera la complejidad de la experiencia humana, en cuanto a sexo y afectividad se refiere. Que a veces consentimos a lo que no deseamos –como dice la escritora española Clara Serra-; que no consentir si hay asimetría de poder tiene costos entonces quizás lo que se consiente ya no es delito pero sí es daño.
Que el consentimiento en lo descriptivo es sencillo, pero lo complejo es aplicarlo a la vida misma. Cada viernes en la noche miles, millones, de jóvenes se embarcan en la búsqueda de diversión y de sexo, porque es parte de la experiencia humana, y porque la sensación de conexión cuando se logra -más allá del placer sexual- es embriagante. Pero para conectar necesitamos bajar la guardia y el alcohol se vuelve en herramienta y arma. ¿Cómo los ayudamos a no salir dañados de la experiencia?
La conversación sobre consentimiento es imperfecta, pero necesaria, para dejar en claro que no todas las violaciones o abusos suceden a manos de extraños en un callejón oscuro y que no hay que reconocerse como víctima para ser una, para entender por qué las mujeres nos hemos visto obligadas a consentir cuando no queremos, o hemos sido ignoradas cuando no lo hacemos.
Quizás sólo luego de poner sobre la mesa todo aquello, algo cambie.