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7 de Mayo de 2009

Columna de Patricio Araya: Flores de Dawson, flores de Bach: ¿cuestión de olores?

Por

Patricio Araya G. desde Isla Dawson

¿Por qué no bajarse de la microbia cuando un pasajero se relaja por el esfínter rectal y su hedor escurre por el pasillo? ¿Quién puede obligar a otro a oler tan nauseabunda asquerosidad? Eso pensó hace algún tiempo el senador ex PPD, Fernando Flores Labra, y sin más compañía que el gesto solidario de un par de sus actuales amigos (entre ellos, el ex diputado ex PPD, Jorge Schaulsohn), se bajó de la microbia concertacionista cuando ésta se detuvo en plaza Italia. Olía mal la cosa, parece. Dos puntos quedaron claros a partir de esa (inteligente) decisión: primero, Flores es sensible a los olores, le cargan los pedos; segundo, por Plaza Italia pasan todas las micros, más de alguna le sirve.

Sus parientes, las Flores de Bach, “unas esencias naturales utilizadas para tratar diversas situaciones emocionales, como miedos, soledad, desesperación, estrés, depresión y obsesiones”, pero que no sirven para desodorizar ambientes enrarecidos, como el que el senador percibió al interior de su ex tienda oficialista, bien podrían servirle para otro propósito: curar las dolencias emocionales que produjo en sus antiguos aliados su reciente decisión de cruzar la calle para ingresar al imperio Tantauco, o bien, para tratar la obsesión omnímoda de su nuevo emperador. Las flores de Bach no servirán mucho para deshacerse de la hediondez provocada por una indigestión de casi veinte años, pero sin duda son muy útiles para neutralizar los miedos y la desesperación de los que quedaron en la otra orilla. Eso debe estar pensado el Flores de Dawson.
Si de travesías difíciles se trata, como la de cambiarse de bando político de una, e irrumpir con bombos y platillos en el parto de la nueva “Coalición para el cambio”, liderada por el presidenciable Sebastián Piñera y sus boys, Fernando Flores tiene mucha experiencia. Tras el golpe de Estado, fue hecho prisionero y puesto en caravana con dirección al sur, donde lo soltaron –como oveja patagónica– en un terreno baldío en medio del Estrecho de Magallanes, llamado Isla Dawson, una especie de Siberia chilena, rodeado de vientos continentales e incertidumbres perniciosas, acompañado sólo de unos pocos que sobrevivieron al fuego de septiembre, con quienes pasó hambre y frío y toda clase de humillaciones a manos de sus carceleros, hasta su liberación tres años después, no sin antes hacer unas pasantías por otros campos de concentración, como Ritoque y Tres Álamos. De allí partió al exilio y regresó años después, mejor equipado, y con la rentable leyenda de ser “el niño símbolo” de la isla Dawson.
Ya en Chile, se trasladó al norte para ocupar el cupo senatorial que le heredó su ex amigo Sergio Bitar en la Primera Circunscripción (Tarapacá, Arica y Parinacota), para luego de ser electo con la camiseta tricolor del PPD renunciar a la Concertación y fundar Chile Primero, “un nuevo referente social y político, distinto de la Concertación y la Alianza, y alejado de las definiciones dogmáticas de “izquierda”, “centro” y “derecha” (¿?), según reza su sitio. La última escala de su infinita travesía está calientita. Este miércoles, haciendo oídos sordos a los gritos de su historia de carnero desterrado, y cerrando los ojos que antes orientó en un camino “distinto a la Concertación y la Alianza”, y ultimado por una dolorosa decisión, acaba de desembarcar en Normandía, la tierra prometida de la derecha criolla, donde campea un patrón ansioso de vacacionar por cuatro años en Cerro Castillo. Uf!! cansa tanto viaje.

La pregunta que muchos de sus ex compañeros de reclusión y de sus ex aliados políticos en libertad se estarán haciendo, es si este Flores es el mismo de Dawson, o no. Por cierto que no es el mismo. Aquél Flores de Dawson era un hombre (un joven) idealista, militante, comprometido, respetuoso de la dignidad y los sueños de los otros, que blandía la espada para derrotar la injusticia social y laboral; ex ministro de Economía (1972) y Hacienda (1973) del Presidente Allende. El de hoy es un Flores que la pensó bien y decidió que lo mejor es no pedir sino estar donde haya, que se achanchó, que engordó en el fundo de la democracia relajada, prometiendo a diestra y siniestra a sus súbditos algo que ahora confiesa como incumplido: “Dejamos pasar oportunidades, la educación no funcionó, las desigualdades se acrecentaron, hablamos de emprendimiento y se confunde con proyectos de estudio (…) Pero a mi juicio lo más grave es que hemos creado una cultura de la mediocridad que se extiende por todas partes” (emol.com).

El Flores de hoy es un convencido de que si no puedes contra tu enemigo, únete a él, y que no trepida en declarar que se siente “contento por haber estado preso”, como si ese trance fuera una fiesta de cumpleaños, no midiendo que esa frase es una bofetada a sus muertos de Dawson y a los de otros campos de concentración; y anticipándose al rechazo que genera su cambio de actitud, anuncia que “no está dispuesto al chantaje moral”, en clara alusión a los que le enrostrarán su pasado allendista. “Me siento orgulloso de haber sido ministro del Allende”, dijo para las cámaras en el podio donde lo instaló su nuevo líder durante la ceremonia de lanzamiento de la “Coalición para el cambio”, a la que prometen integrarse otros “desconcertados”.

Confiemos que las flores de Bach surtan el efecto terapéutico de sanar a los ofendidos por el prisionero de Dawson, que los acompañen en su orfandad, en sus miedos de saber que cualquiera de estos días aparece un fulano prometiendo el oro y el moro para luego darte la espalda; esperemos que las primas del Flores de Dawson curen nuestra angustia de no saber a qué hora pasa la única micro que nos sirve a todos. Y claro que no es una cuestión de olores, es una cuestión de honores ¿o no, Flores?

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