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Cultura

16 de Septiembre de 2009

Gabriela Mistral: cristiana y lesbiana

Por


Reproducimos otro ángulo sobre la sobre las evidencias de lesbianismo, encontradas en el epistolario de la ganadora del Nobel.
__________
Por la redacción de Creyentes.cl
Con una elocuencia que hace aparecer como semi analfabetos a los políticos actuales, el senador Radomiro Tomic inició aquel tórrido día de enero de 1957 su discurso fúnebre en homenaje a una mujer excepcional con la que había mantenido una larga amistad: Gabriela Mistral, la maestra de América, Premio Nobel de Literatura, fallecida lejos de su patria.

“Bienaventurados aquellos por quienes lloran los pobres cuando mueren, porque esas lágrimas que no nacen de los vínculos de la sangre ni de la memoria de gratitudes individuales, son la señal más pura y más honda de la esencial identidad de un pueblo que se reconoce a sí mismo en el rostro de uno de sus hijos”. Aludía Tomic a la masiva movilización del pueblo de Santiago para dar el postrer adiós a la Mistral en la casa central de la Universidad de Chile. Cientos de miles de personas que debieron esperar horas de pie, bajo el sol abrasador del verano, para divisar el cadáver embalsamado de esta maestra rural.

“Nunca fue un espíritu de los llamados neutrales (…) Estuvo siempre y sin vacilaciones con los valores que defienden la dignidad del hombre y la paz del mundo (…) Le dolían los pobres (…) y la verdad, como ella la veía, le quemaba los labios y tenía que ser dicha cualquiera que fuese el precio que hubiese que pagar.”

Es que era una mujer profundamente creyente, una cristiana de la veta de San Francisco de Asís, cuya fe impregna muchos de sus versos más conmovedores, en los que se dirige con voz apasionada a Jesús crucificado o glorioso para quejarse, implorar, rebelarse o compartir confidencias, esperanzas y dolores.

Por su parte, el senador Eduardo Frei Montalva, quien años después accedería a la Presidencia, escribió en la oportunidad: “Cuanto más se penetra en la vida y en el pensamiento de esta mujer que nos lega un inagotable manantial de belleza y de bondad, todo lo mejor que tiene el alma de Chile cobra en ella una nueva y más rica expresión. Quedarán para siempre incorporados al paisaje chileno sus rostros de niños, sus mujeres sufridas, sus pequeñas escuelas, su pobrería, como ella lo llamó, por donde circuló su amor de maestra, de niña pobre, de mujer de nuestro pueblo, crecida en el amargo pan de la pobreza, para llegar a ser como un símbolo de sus riquezas, de su desamparo, de su amargura honda, de sus sueños, que ella pudo cantar porque fueron suyos”.

UNA MUJER DE FE

Quienes han tenido la audacia de ir más allá de “Piececitos de niño” y “Todas íbamos a ser reinas” se han encontrado con poesía de una densidad sobrecogedora y de una religiosidad que conmueve incuso al agnóstico, como es la plegaria que ella dirige a Dios para pedir clemencia por el amado que presa de la desesperación se trizó los sienes con un pistoletazo.

Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,
cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!

Más adelante, la mujer, desolada por la prematura partida del amado, admite que le ha infligido un dolor inmenso. Pero ello no obsta para que persevere en la defensa del suicida, invocando incluso la experiencia vital de Jesucristo, que conoció en carne propia los costos de amar sin cálculo.

Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio
conservando, bajo ellas, los ojos extasiados.
El hierro que taladra tiene un gustoso frío,
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas.
Y la cruz (Tú te acuerdas ¡oh Rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.

“Pedid y recibiréis” sentenció Jesús. Es lo que hace sin tregua ni vergüenza ajena la poetisa y amante, en una época en que la Iglesia mandaba a los suicidas en viaje sin escala ni apelación al infierno.

Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero

¡Di el perdón, dilo al fin! Va a esparcir en el viento
la palabra el perfume, de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.

Se mojarán los ojos oscuros de las fieras,
y comprendiendo el monte que de piedra forjaste
llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!

COMPROMETIDA CON LOS POBRES

Hay especialistas que han creído ver en ella una pionera de lo que habría de llamarse varias décadas más tarde “la teología de la liberación”, tomando pie en declaraciones que datan de comienzos de la década de los veinte en las que se define como “una mujer que busca fundir la religión con la justicia social”. Las críticas que ya por entonces formula a la Iglesia Católica por su escaso compromiso con la búsqueda de la justicia social y las encíclicas papales sobre el tema se articulan con las inquietudes de un joven sacerdote jesuita, el Padre Alberto Hurtado, y con un grupo de jóvenes idealistas, militantes del Partido Conservador, que terminarán rompiendo con esa colectividad para formar la Falange Nacional, desde donde surgiría andando el tiempo el Partido Demócrata Cristiano.

Algunos estudiosos de la obra mistraliana señalan que la militancia católica de Gabriela sufrió intensos altibajos, comprensibles debido a su apasionado temperamento y a los sufrimientos que le tocó vivir, entre ellos la trágica muerte de su hijo adoptivo o carnal, parece que todavía no está claro. En la madurez de su existencia tuvo por otro lado acercamientos al judaísmo y el budismo, que hoy, en todo caso, serían considerados manifestaciones de un espíritu religioso abierto y ecuménico. Sin embargo, sea como haya sido, recibió la unción de los enfermos, que a la sazón se llamaba extremaunción, de manos de un clérigo católico, pidió que se la amortajara con el hábito franciscano y donó a esa orden religiosa el diploma y la medalla de su Premio Nobel, aparte de confiarle la administración de los derechos de autor de su obra.

Por otro lado, el pueblo, sus admiradores y sus colegas de oficio nunca dejaron de percibirla como una creyente recia, al punto que algunos pobres diablos, cegados por el sectarismo político o religioso, se permitieron motejarla de “beata”.

Espíritus de categoría superior, como el escritor Luis Oyarzún, quien habló a nombre de sus colegas en las honras fúnebres de Gabriela, trazó así, en un memorable discurso, el vínculo entre la escritora y la cristiana, inflamada del amor al prójimo que destila el mensaje de Jesús: “Los versos de ciertos poetas expresan aquella necesidad que mueve a los hombres a descubrirse entre sí y amarse… A cierta profundidad de la vida, el corazón humano olvida sus límites y sus resentimientos y tiembla sólo para expresar, en la transparencia del lenguaje, aquello que es tan esencial a la existencia como el aire: el amor descubridor del mundo, el que exalta y consuela, el amor que perdona, el que, transformado en ojos, ve y vuela hasta las últimas distancias. Gabriela Mistral amó hasta el extremo de la pasión a la tierra con todas sus criaturas (…) No es extraño, entonces, que los más desvalidos, los seres más próximos a la tierra, los que sufren sus durezas y viven de su fecundidad, fueran sus predilectos”.

El entonces rector de la Universidad de Chile, Juan Gómez Millas, miembro prominente de la Gran Logia Masónica, rindió homenaje a la poetisa con un discurso que quiso expresamente denominar “oración”, en el que la declaró no doctora honoris causa, sino doctora angelical: “Como buen alfarero que crea modelos de arcilla, esta que aquí reposa (en referencia al cadáver embalsamado de Gabriela) creó en la palabra formas que tienen vida propia, germinante poder de desarrollar otras vidas en la tradición cultural de nuestro pueblo. Nos ha legado un hogar más hermoso que aquel en el que nació y nacimos. Había pedido las cosas sencillas que todos obtienen; en respuesta recibió dolores repetidos y profundos que transformó en sublimes expresiones de belleza. Lo que la vida no le dio, ella se lo dio a sí misma y lo entregó a su pueblo para consuelo y purificación de todos los que sufren como enseñanza suprema (…) Hace poco tiempo, esta casa de estudios, la Universidad de Chile, escuchó su mensaje de poetisa y maestra. En silencio recogido volaron sus palabras y por su elevado amor a los niños y a los campesinos le otorgamos la más alta distinción que nos permiten nuestras leyes: doctora honoris causa. Hoy, al despedir su cuerpo le llamaremos, porque ella fue sabia en la virtud, el amor y la belleza, “Gabriela Mistral, doctora angélica”.

UNA MUJER APASIONADA

Más de medio siglo más tarde se ha venido a confirmar la condición de lesbiana de la Maestra de América, quien mantuvo una larga relación de pareja, no exenta de turbulencias, con quien su secretaria y colaboradora más cercana, Doris Dana, fallecida recientemente. Pues bien, nada del poderoso testimonio de Gabriela como cristiana y artista, con sus luces y sombras, propias de la condición humana, se ve a nuestro a juicio en lo más mínimo empañado por las revelaciones concernientes a su vida privada. Es una afirmación que no dejará de suscitar reacciones encontradas en un país que se ufana del destape que se aprecia en las pantallas televisivas, pero que continúa atado a un moralismo fariseico, del que no se zafan ni siquiera muchos de los que frívolamente se dan ínfulas de “progresistas”.

Cabe señalar que en plena administración del “progresista” Ricardo Lagos, allá por 2002, la filmación de un documental que incursionaba en la vida privada de la poetisa mereció el repudio de las autoridades, que le retiraron todo apoyo del Fondart, y las iras de los alcaldes de las comunas en que nació y pasó sus primeros años.

Por largo tiempo, Lucila Godoy ha sido una desconocida para el grueso de sus compatriotas, que apenas balbucean algunos de sus versos para escolares. Tal vez ellos y su imagen de amada doliente tras el suicidio de su novio se conjugaron para tejer en torno a su persona la aureola de la maestra abnegada e inmaculada, por cierto carente de sexualidad.

Desde hace algún tiempo, sucesivas revelaciones han ido descubriendo a una persona más real, sujeta a intensas pasiones e incluso a amores prohibidos. Los moralistas se han sentido tal vez defraudados, pero no quienes han adivinado en los versos de Gabriela Mistral a un ser intensamente sensible, los cuales no pueden haber sido fruto sólo de ensoñaciones o construcciones nada más que intelectuales.

El análisis histórico hace añicos también el esterotipo de la mujer que escribe versos sosos para menores de 10 años, ajena al contexto social y político. Por el contrario, ya a comienzos del siglo pasado, desde el muy provinciano periódico “La voz del Elqui”, la Mistral, denunciaba que a la mujer se la mantenía prisionera de la ignorancia. La novel escritora creía firmemente en la vocación de la mujer, tanto como en su inserción en el mundo del trabajo, la cultura, la política y las artes.

La incredulidad con que muchos han acogido rumores de creciente intensidad, que ahora, tras la muerte de quien fue su pareja por largos años, cobran categoría de revelación, se comprende no sólo por el comprensible afán de sus admiradores de cautelar su imagen y memoria, sino porque en verdad muchos de sus versos dan cuenta de una mujer que se ciñe rigurosamente a los patrones de la llamada “normalidad”. ¿Cómo podría haber sido lesbiana, se han preguntado muchos, una mujer capaz de escribir, por ejemplo, el “Poema del hijo”?

Un hijo, un hijo, un hijo, yo quise un hijo tuyo
Y mío, allá en los días del éxtasis ardiente,
En los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo
Y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

¿Lesbiana una mujer que es capaz de escribir “Los sonetos de la muerte”, en los se dirige así al amado que se disparó en la cebaza?
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido,
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

¿Lesbiana una mujer que sueña sin tregua con el reencuentro con el amado, cuya prematura partida la sumió a ella en la desolación?
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir…
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente…
¡y después hablaremos por una eternidad!

¿Lesbiana una mujer que en su poema “Volverlo a ver” se pregunta, inconsolable…

¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas
de temblor de astros, ni en las alboradas
vírgenes, ni en las tardes inmoladas?
¿Al margen de ningún sendero pálido,
que ciñe el campo, al margen de ninguna
fontana trémula, blanca de luna?
¿Bajo las trenzaduras de la selva,
donde llamándolo me he anochecido,
ni en la gruta que vuelve mi alarido?
¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde,
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror!
¡Y ser con él todas las primaveras
y los inviernos, en un angustiado
nudo, en torno a su cuello ensangrentado!

¿Lesbiana una mujer que tuvo amores clandestinos con el poeta Manuel Magallanes Moure? Este fue hombre clave en la vida de la Mistral porque integró el jurado que en 1914 otorgó a la desconocida y joven maestra rural el primer premio de los Juegos Florales de Santiago, valorando la maestría e intensidad de “Los sonetos de la muerte”. A partir de entonces, Gabriela y Manuel sostuvieron un intenso intercambio epistolar.

Sin embargo, desde hace ya largo tiempo se venían acumulando los indicios acerca de la condición sexual de Gabriela, la cual no puede haber sido ignorado por sus más cercanos. El escritor y artista visual Francisco Casas declaró a comienzos de siglo: “Gabriela Mistral era total y completamente lesbiana y hablaba y escribía desde esa condición”. Sostuvo que esta faceta desconocida para el grueso de sus admiradores ya había sido insinuada en la biografía “Gabriela Mistral pública y secreta”, publicada por Volodia Teitelboim en 1996. El lesbianismo de la Mistral habría sido explicitado en estudios de expertos en literatura de las universidades de Nueva York y Columbia.

Ahora, tras la publicación por parte de la Biblioteca Nacional de las cartas que intercambiaron la poetisa y su asistente personal, Doris Dana, que se recogen con el nombre de “Niña errante”, cabe reconocer que Francisco Casas tenía razón. “Nadie puede saber el efecto que tiene en mí el perderte, Dana. Es realmente caer en un pozo vacío y negro: es algo que se parece mucho a la muerte”. Comenta Casas: ”Ella fue una hermosa lesbiana del siglo XX, una mujer valiente, aguerrida, que amó profundamente no sólo a su albacea, sino a Palma Guillén y a Laura Rodig. Era sexuada y no frígida como insisten en hacernos creer”, advierte.

TESTIMONIO LUMINOSO

Al igual que muchos homosexuales, que pueden casarse y engendrar hijos, hay lesbianas que son bisexuales. O que después de haber pasado una etapa de “normalidad”, pongamos en su juventud, descubren su vocación sexual más profunda y derivan a la búsqueda de vínculos eróticos, en el sentido profundo del término, sólo con mujeres. Puede que ése haya sido el caso de Gabriela. A nosotros, admiradores suyos, nos ha entrado la duda. Quizá haya sido bisexual, acaso se haya asumido como lesbiana ya de adulta, fuera de Chile.

Obviamente, las revelaciones en torno a su lesbianismo no desmerecen ni un ápice el juicio estético que merece su espléndida obra poética y en prosa. Si le hiciésemos la cruz a los llamados “anormales”, el universo de artistas (escultores, pintores, novelistas, poetas, músicos) se reduciría brutalmente, lo mismo que el de otros personajes ilustres, militares incluidos.

Pero hay un punto que reviste mayor trascendencia para los cristianos. Con su vida y su obra impregnada de una recia espiritualidad y de un insobornable compromiso con los favoritos del Señor, Gabriela Mistral dio un testimonio de fe que fue acogido con respeto por creyentes y no creyentes. Tendría entonces que ser desquiciado el que alegara que la comprobación de su lesbianismo, a más de medio siglo de su muerte, pone en cuestión la fe y el compromiso social de la poetisa. Por lo demás, si bien ella no hizo alarde de su condición sexual, tampoco la ocultó a todo trance, al punto que muchos de su entorno habrían estado al tanto de la misma. Nadie podría, tampoco, acusarla de hipocresía, puesto que jamás quebró lanzas contra la homosexualidad ni pretendió erigirse en referente de la moral.

Lo trascendente entonces es que si bien la comprobación del lesbianismo no hace mella al testimonio de Gabriela Mistral, sí cuestiona seriamente el prejuicio de que un homosexual activo está imposibilitado de vivir en serio su fe; y no usamos la palabra cristianismo, ya que también el judaísmo y el islamismo, para mencionar las grandes religiones monoteístas, siguen caracterizándose por dispensar un trato inamistoso, para usar una palabra muy suave, respecto de los creyentes a los que Dios creó homosexuales o bisexuales.

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