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Opinión

16 de Enero de 2011

Editorial: Vale Callampa

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A ratos tengo la impresión de que el diálogo político ha ido perdiendo su espesor. Se habla del cambio de gabinete, en parte, como se habla del cambio de rostros en la pantalla. La llegada de Allamand y Evelyn Matthei al gobierno es como si Antonio Vodanovic y Raquel Argandoña entraran a un matinal.

Se les reconoce una historia de encuentros y desencuentros, de pasiones, experiencia política, complicidades  y ambiciones personales. Puede especularse respecto de cómo lo harán y cuánto cambiará el programa estelar con ellos de protagonistas -porque convengamos que el Congreso y las discusiones partidarias carecen completamente de raiting-, pero difícilmente encontraremos verdadera tensión en esas especulaciones.

La política está farandulizada. Las consecuencias de sus actos son serias, pero la percepción que se tiene de ellos parece no tener peso. En parte quizás se deba a una prensa condescendiente, que no presiona las situaciones, pero es una explicación que no alcanza, si pensamos que hoy, más que nunca, existen canales de información descontrolados. Supongo que la verdadera respuesta está en la ausencia de alternativas visibles.

La Concertación y la izquierda en general aún no logran hacer flamear con personalidad sus banderas, viejas o nuevas, de modo que los análisis se transforman en chácharas al verse circunscritos a un ámbito, como el de los realitys, sin escapatoria. Mientras tanto, Punta Arenas arde, pero Magallanes está muy lejos, como la Isla de Pascua y, sorprendentemente, hasta los mapuche. Las minas, que durante semanas lograron introducirse en nuestras cabezas, desaparecieron con la liberación de los mineros.

El ojo fue puesto en el rescate, cuando la verdadera historia estaba y sigue estando en las profundidades. En la operación de salvataje aparecían los rostros conocidos, las estrellas de la serie, el presidente, los ministros, los animadores de televisión. De los actores de reparto, como de los indios en los westerns, no se supo nunca más. Faltó una fuerza política que los representara con convicción. En este número viene una separata con reflexiones y chisporroteos de un mundo cultural que lleva tiempo asfixiado, a veces perdido en sus propias pesadillas y a veces en medio del murmullo general.

Yo lo leo como una búsqueda o los respiros de un cuerpo que por momentos parece enterrado, un cuerpo que late en los márgenes de las militancias y que no se reconoce en la ideología imperante. Faltan otros, sin duda. Es sólo el comienzo, una manifestación y una apuesta al mismo tiempo, de que hay un cuento por proponer más allá de este teatro de equivocaciones. El gobierno lo está haciendo mal. Comete errores garrafales. Envía carabineros de las fuerzas especiales a controlar poblaciones que caben en estadios comunales.

Todavía no pasa un año y ya hay ruidos de corrupción, negocios discutibles, sueldos pagados por no hacer nada, procedimientos pasados a llevar. Un viejo concertacionista comentó burlón que, desde la ventana de su oficina, aún esperaba ver el Mapocho navegable. De excelencia- excelencia, este gobierno no ha sido. Tuvo que bajar el moño y recurrir a los politicastros de su sector, para convertirse lisa y llanamente en un gobierno de la derecha, aunque sin Longueira, con la Udi bajo alerta y Hinzpeter amenazado por un rugbista.

A estas alturas ya se irán dando cuenta de que un país es más complejo que una empresa. La oposición, sin embargo, no puede contentarse con aplaudir como una foca los chascarros de La Moneda. No, si espera que se la tome en serio y que la política deje de ser un espectáculo para comentar a falta de mejores temas.

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