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Opinión

28 de Junio de 2011

Un gran poder exige una mayor responsabilidad

Y me refiero al poder destructivo que tiene un vehículo motorizado cuando se sale de control o es conducido sin la debida atención. Los últimos días, diferentes hechos de sangre y violencia ligados al transporte, contaron con bastante cobertura de prensa. Cito algunos: Un cartonero asesinado por un conductor en estado de ebriedad, un carabinero […]

Claudio Olivares
Claudio Olivares
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Y me refiero al poder destructivo que tiene un vehículo motorizado cuando se sale de control o es conducido sin la debida atención.

Los últimos días, diferentes hechos de sangre y violencia ligados al transporte, contaron con bastante cobertura de prensa. Cito algunos: Un cartonero asesinado por un conductor en estado de ebriedad, un carabinero con TEC cerrado por un automovilista estresado y furioso, 5 personas asesinadas en Curacaví por conductores que demuestran su ego compitiendo en carreras clandestinas y un Carabinero que da muerte a una mujer que iba en bicicleta en la comuna de El Bosque, por nombrar algunos.

Un ciudadano ebrio, estresado o furioso, ególatra y fanfarrón, a pié o en bicicleta, no es más que un ser humano deambulando por ahí que a lo más puede causar un mal rato. Si lo colocamos sobre un auto, tendrá la capacidad para provocar daños al espacio público, lesiones a personas y matar (a quien conduce y a los demás).

El auto entonces se transforma en un arma.

Tan delicada es esta peligrosa mezcla, que la irresponsable conducción de un auto debiera tener duras penas. Lamentablemente hoy sucede lo contrario, casi en el 100% de los casos, el que mata con un vehículo queda en libertad a los pocos días. Se requiere con urgencia una actualización a nuestra legislación, para que se regule con fuerza a quien más daño puede causar y de protección a las personas por sobre las máquinas. Que regule a quien produce los riesgos y no a quien los padece.

Como sociedad nos hemos acostumbrado tanto a la ley del más fuerte sobre el más débil, que aceptamos andar con miedo en la calle, aceptamos correr en las esquinas y en los pasos de cebra, aceptamos la prohibición de jugar en las calles, la imposibilidad de que los niños viajen a pie al colegio. Aceptamos que los adultos mayores queden encerrados en sus casas limitando así su independencia (o dejándolos dependiendo de alguien que los mueva en auto).

Hemos aceptado también la “ley de la carrocería”, manifestando la debilidad de nuestro cuerpo ante la fuerza de los motorizados. Tu cuerpo es tu propia carrocería, se suele comentar en los círculos familiares y de amigos. Será que muy pronto deberemos empezar a vestir exoesqueletos que nos permitan jugar de igual a igual con los autos (o al menos en condiciones con menos desventajas).

No sé si haya alguien dispuesto a vestir armaduras para pedalear o caminar al trabajo o a la universidad. Yo no.

Creo que es momento que empecemos a tomar conciencia de esto, de las libertades que hemos perdido, de lo agresiva que se ha tornado la ciudad, de como hemos cedido espacio urbano e instancias sociales de encuentro ciudadano.

Un auto fuera de control es un arma mortal, arma que debiera ser vendida con advertencias a sus usuarios, como los cigarros: “La conducción de este automóvil puede causar graves daños, incluso la muerte”.

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