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Nacional

13 de Marzo de 2012

La vía chilena hacia el aborto

Durante los últimos seis meses de la Unidad Popular, un equipo del Barros Luco realizó 3 mil abortos gratuitos y perfectamente legales. Su éxito fue tal que se pensó en extender el modelo al resto del país. Tras el golpe de Estado, el equipo permaneció tres días encerrado en el hospital atendiendo partos, heridas y tratando de sobrevivir. Una metáfora sobre un país que muere y otro que viene al mundo cubierto de sangre.

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Por Piero Montebruno y Alejandra Delgado

Todos en el Hospital Barros Luco la conocían como “La Máquina”. Parecía estar hecha con dos lavadoras pegadas y aspiraba con un ruido suave como el de un sorbeteo. Los fluidos circulaban limpiamente por sus tubos de plástico transparente hacia los desagües. No producía dolor y era rápida.

En marzo de 1973, cuando comenzó a trabajar a plena capacidad, “La Máquina”, permitió a los médicos de ese hospital hacer casi 500 abortos mensuales.

-La intervención duraba tres o cuatro horas y las pacientes se iban a casa caminando. Yo les preguntaba si les dolía y todas me decían que no- recuerda la auxiliar Violeta Espíndola.

“La Máquina” es uno de los capítulos más olvidados de la Unidad Popular. Aquel en que se permitió a todas las mujeres del sector sur de Santiago y con tres meses de embarazo, abortar gratis, sin burlar la ley y con supervisión médica.
Entre marzo y septiembre de 1973, en el Barros Luco, el aborto fue, en la práctica, legal.

-Desde que empezamos con “La Máquina”, las mujeres no pararon de llegar. Cada día venían más. Venían de todo Chile. Simulaban vivir en la zona sur, y listo… Nosotros no podíamos negarnos a atenderlas. Venían hasta señoritas que se notaba tenían estudios o eran de situación-, describe la auxiliar María Elena Flores.

El equipo médico no tenía conflictos éticos para realizar este trabajo.

-Habíamos visto morir a muchas pacientes como consecuencia de los abortos clandestinos- explica María Elena.

-Las mujeres llegaban con palillos de tejer, con palos de coligüe, con alambres que sacaban de las rejas. Se hacían lavados con agua oxigenada, lavados jabonosos, lavados con permanganato. También se metían aspirinas. A muchas las vimos morir- recuerda la matrona Gloria Santander.

Durante gran parte de 1973 un promedio de 20 mujeres diarias llegaron hasta el Barros Luco para ser tratadas con “La Máquina”. Y la mañana del 11 de septiembre no fue la excepción.

DIA 1

La auxiliar María Elena Flores era la encargada de dar las horas para los abortos. El día del Golpe llegó al Barros Luco a las 7 de la mañana cuando la Armada había tomado el control de Valparaíso y el Presidente viajaba rumbo a La Moneda escoltado por los GAP . Media hora después oyó en la radio Corporación el primero de los cuatro discursos con que Allende puso fin a una época. Y tuvo la certeza de que esta vez el Golpe era en serio. Llamó a su madre y le pidió que juntara agua, comprara porotos y no dejara salir a los niños a la calle. Luego se dirigió a la sala de espera y les pidió a las pacientes que se volvieran a sus casas.

Las mujeres estaban al tanto de lo que pasaba, pero no querían irse. Había desesperación en el rostro de muchas.
-De aquí no me muevo- dijo una. Varias asintieron. Algunas tenían ya tres meses de embarazo y perder la hora implicaba recurrir a los abortos clandestinos.

Para entonces los tanques ya rodeaban La Moneda y el Presidente tomaba conciencia de la magnitud del movimiento. A las 9, la radio transmitió sus últimas palabras. También, los bandos militares que abortaban la UP y la democracia.
María Elena se subió a un banco y gritó.

-Dicen por la radio que van a matar al Presidente. Por favor, vuelvan a sus casas.

Apenas terminó de hablar comenzó la balacera. Y se produjo el desbande.

María Elena se unió al equipo de la maternidad para atender partos. Recuerda que su marido llegó hasta el hospital y le suplicó que volviera a la casa. Le contó que los militares estaban por todas partes. Que había muchos detenidos y heridos.

Ella le dijo que no se iba. Habían pacientes hospitalizados, mujeres que estaban por parir. Debía quedarse para ayudar.
María Elena lo acompañó a la puerta del Hospital por Gran Avenida. Lo que vio aún está grabado en su memoria. Es la imagen de las grandes alamedas vaciándose.

-Parecía como en la guerra, cuando la gente emigra. Cientos de personas se alejaban del centro caminando. Algunos llevaban a sus niños al hombro. Otros llevaban sus zapatos en la mano porque venían andando desde la Alameda. Yo me despedí de mi esposo, le pedí que cuidara a los niños y él se sumó a la marcha de los que no tenían otra que ir y meterse lo más dentro que pudieran de sus casas.

El toque de queda comenzó a las seis de la tarde. Pero ya a las tres sólo estaban en la calle los dispuestos a batirse a muerte.

-Era tanta la tensión con las balaceras, que las mujeres que estaban en el Embarazo Patológico empezaron a parir antes. Fue una cosa de locos, recuerda María Elena. Agrega: “las recibíamos, les poníamos las etiquetas y las dejábamos ahí, ¡piluchas!. No había tiempo para nada más. El 11 trabajamos toda la noche recibiendo guaguas”.

Nadie durmió. Tampoco las siguientes noches. El encierro del personal médico duró tres días durante los cuales la maternidad de transformó en un mundo aparte. Allí vinieron al mundo los primeros nacidos en dictadura.

ABORTOS

Los abortos que se hacían en el Barros Luco no eran el resultado de ninguna reforma legal. Se hacían simplemente porque el personal de la maternidad, había decidido hacer algo frente a la cantidad de muertes y lesiones graves que provocaban los abortos clandestinos.

La decisión correspondía al espíritu de una época. Durante la UP la idea de legalizar el aborto ganó terreno incluso en los sectores más impensados. Por ejemplo, en la revista Paula, propiedad de Roberto Edwards, hermano del dueño de El Mercurio, Agustín Edwards. En ese medio se publicaron varios reportajes a favor de su despenalización. Incluso, el mismo mes del golpe ese medio llevó en portada un artículo titulado “MÉDICOS SE DECLARAN A FAVOR DEL ABORTO LEGAL”.

El razonamiento que ganaba fuerza era muy simple. El aborto existía, con o sin supervisión médica. Las mujeres llegaban a los hospitales después de los más brutales intentos por interrumpir su embarazo. En el Barros Luco, morían decenas de mujeres al año por infecciones o anemia. Para los médicos de ese hospital, negarle la atención a una mujer decidida a poner fin a su embarazo era obligarla a recurrir a las aborteras. Todo el personal del sector de abortos del Barros Luco sentía responsabilidad por esa omisión.

La solución fue usar el aborto terapéutico en su sentido más amplio. Al punto que si una mujer manifestaba claramente no desear su embarazo, se consideraba terapéutico interrumpirlo.

El doctor Aníbal Faúndes fue de los puntales de esta nueva forma de enfrentar el aborto. Para él el punto de inflexión resultó ser la asamblea de marzo de 1973 en la que participó todo el personal médico del área de abortos del Barros Luco. Allí se decidió que los únicos requisitos para abortar eran vivir en el sector sur de Santiago y tener menos de tres meses de embarazo.

-Lo que permitió que todo esto ocurriera fue la participación colectiva en las decisiones, algo muy propio de la Unidad Popular. Esta decisión no la tomamos los médicos sino todo el personal del sector de abortos. Si no hubiese sido así, las auxiliares que tuvieron que trabajar el triple, no habrían aceptado. Fue el concepto de compromiso popular lo que permitió que ocurriera todo- dice Faúndes desde Brasil, donde vive su exilio desde 1973.

A 30 años de la experiencia del Barros Luco y con la sociedad chilena marchando en sentido contrario, Faúndes defiende lo que se hizo en ese hospital, como una forma participativa y humanitaria de enfrentar un problema médico.

-Aborto hubo antes del Golpe y después del Golpe y habrá siempre. Lo único que cambia es cuánto riesgo corre la mujer. Nosotros no hicimos más abortos de los que había. Sólo los hicimos menos peligrosos.

EL AVIÓN

El doctor Aníbal Faúndes estaba de turno ese martes de septiembre. Los otros dos médicos que debían acompañarlo, militaban en partidos de la Unidad Popular y debieron esconderse.

-Entré al hospital el martes 11 y no salí hasta la mañana del viernes. Agrega: “Al final, quedé sólo con algunos auxiliares, los internos, los becados y las matronas. Varias veces los milicos entraron a la maternidad. La primera vez, incluso disparando. También llegaban balas perdidas. Una de ellas entró a preparto; otra, a la sala de raspados, y se alojó en una caja de cirugía.

De las matronas que se quedaron, dos eran militantes del Partido Comunista Cuando llegaron los militares, Faúndes se las ingenió para ocultarlas improvisando una intervención quirúrgica. Pensaba que no se atreverían a ingresar a un pabellón en marcha. Pero entraron igual “con uniforme y apuntando sus ametralladoras. Yo dejé a una de las matronas cerrando la piel y salí con ellos haciéndome el leso. Al principio querían llevarme preso. Yo les dije: “si ustedes me llevan, no queda ningún médico en la maternidad y ustedes ven como está lleno de gente”.

María Elena recuerda que otro grupo de soldados irrumpió en la sala de partos:
-Entraron de sopetón, mientras las mujeres estaban teniendo sus guaguas. Ellas gritaban: ¡no me maten, no me maten!. Por los altavoces se escuchaba que pedían que la gente se rindiera. Me acuerdo que un milico me gritó: “¡¿por qué las guaguas están desnudas?!” “Porque así vienen al mundo”, le respondí. Menos mal que no me oyó.

Para la matrona Gloria Santander, el peor momento fue cuando “llegaron los aviones. Eso fue impactante. Yo estaba en el tercer piso intentando comunicarme con mi marido, cuando veo pasar frente a la ventana un avión. ¡Justo en frente mío! El avión se metió entre las dos alas del edificio y se elevó. Con el viento se abrieron las ventanas. ´Aquí se acaba todo´, pensé.

La maternidad comenzó a ser desalojada.
-A las guaguas se las llevaron hasta el claustro que había a la entrada del Hospital. Las monjas ayudaron a cuidarlas, dice Violeta.

La auxiliar Alicia Morín recuerda a un par de doctores en el techo de la maternidad tratando de derribar al avión.
-Después llegaron por lo menos tres helicópteros y comenzaron a dispararnos. Una veía las balas salir una tras otra, en filita- agrega Morín.

Durante todo ese día, María Elena recuerda el permanente sonido de una balacera. Provenía de los enfrentamientos en textil Sumar y de los combates en la población la Legua. En un momento, la balacera se hizo ensordecedora.

-Me acuerdo que por la radio dijeron que iban a bombardear el gasómetro que quedaba cerca del Barros Luco. Dijeron que cientos de metros a la redonda iban a desaparecer incluido el hospital. Sentimos pánico. Nos sentamos en las escaleras que estaban a la salida de Planificación Familiar. Nos tomamos las manos esperando que viniera la explosión. Teníamos claro que nos íbamos a morir. La balacera era tremenda. De repente se acabaron los disparos y vino un silencio sepulcral.

Yo pensé que estaba muerta. Nos empezamos a tocar, para ver si era cierto. Después nos paramos y seguimos trabajando. ¡Fue terrible!

Esa noche, el doctor Faúndes le pidió un favor especial a María Elena.

-Oye, Mona. Córtame el pelo mira que si no me llevan por comunista, me van a llevar por maricón- le dijo.

DÍA 2

El 12 de septiembre no hubo locomoción en Santiago. María Elena recuerda que las embarazadas llegaban hasta el servicio caminando apenas, jadeantes, listas para dar a luz.

-Una señora llegó en estado de shock a punto de parir.

Gritaba ‘¡estos milicos conchesumadre!’ Nos contó que viniendo para el hospital vio a muchos muertos en las veredas. Se quiso agachar pero le dijeron: “ya infeliz, sigue andando si no querís correr la misma suerte”.
María Elena también recuerda a una mujer que llegó con el vientre atravesado por una bala.

-Ella se salvó, pero su guagua estaba muerta. Son cuestiones que no he podido olvidar nunca.
Durante todo el día llegaron camiones con heridos. Y también con muertos.

-Los tiraban como perros en el edificio de Anatomía Patológica. Nosotros les sacábamos el carnet y los quemábamos en el incinerador. No queríamos que los milicos supieran quiénes eran y persiguieran a sus familias.

DÍA 3

Unos días después del golpe, Faúndes viajó a una reunión médica en Miami.

-Mientras yo estaba afuera apareció una lista de médicos peligrosos, todos los cuales fueron detenidos y mandados a la Isla Dawson. Mi esposa se enteró y me avisó para que no volviera. Durante 11 años no regresé a Chile.

En 1984 estuvo de paso con ocasión del aniversario de los 21 años de la Planificación en Chile y aprovechó de visitar la maternidad del Barros Luco.

La auxiliar Violeta Muñoz lo vio sentado en la escalera mirando hacia el sector de abortos. “Se le caían sus lagrimones”, dice la auxiliar.

-Aunque no me crean, yo amo esta maternidad- dijo Faúndes a The Clinic.

El 13, María Elena logró salir recién del Hospital. Cuando regresó una semana mas tarde se enteró que las nuevas autoridades la consideraban persona “no grata”. Por orden militar quedó con detención domiciliaria.

Sólo pudo volver a trabajar en diciembre. Pero todo había cambiado.

-Las autoridades no eran las mismas. Todo estaba vigilado por militares. Mucha gente no volvió. Varios dirigentes del hospital estaban detenidos. El Barros Luco se convirtió en una sombra. Nadie hablaba y ya no se estaban haciendo los abortos. Nunca más vi ´La Máquina´. ¡Vaya usted a saber en manos de quien quedó!”.

La auxiliar Violeta Espíndola cree saberlo:
-Durante mucho tiempo se comentó que ´La Máquina´ se la llevaron a la FACH.

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