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Mundo

16 de Abril de 2013

La conmovedora crónica sobre testigos directos de los bombazos de Boston

Vía The New York Times traducido por The Clinic Online A sólo metros de llegar a la meta se quedaron muchos de los corredores de la Maratón de Boston por la explosión de bombas que dejaron tres muertos y cientos de heridos. La meta, normalmente una zona de celebración, se convirtió de pronto en una […]

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Vía The New York Times traducido por The Clinic Online

Foto: Boston Globe



A sólo metros de llegar a la meta se quedaron muchos de los corredores de la Maratón de Boston por la explosión de bombas que dejaron tres muertos y cientos de heridos. La meta, normalmente una zona de celebración, se convirtió de pronto en una zona de guerra.

“Estos corredores justo terminaron y no tienen piernas ahora” dice Roupen Bastajian, un patrullero estatal y Marine de Estados Unidos. “Muchos de ellos. Hay demasiada gente sin piernas. Era sólo sangre. Había sangre por todas partes. Había huesos, fragmentos. Era terrible”.

Si Bastakian hubiera corrido un poco más lento, como hizo en 2011, quizás también estaría entre las decenas de corredoras víctimas de las bombas. En cambio, estuvo junto a algunos corredores, tratando a los maratonistas heridos, en un improvisado servicio de emergencia operado por atletas exhaustos.

“Les pusimos torniquetes (…) Yo amarré al menos cinco o seis piernas con torniquetes”.

El momento de la explosión fue preciso para causar un daño devastador porque ocurrió cuando una gran concentración de corredores estaba llegando a la meta final.

En la maratón de Boston del año pasado, por ejemplo, más de 9.100 maratonistas cruzaron la meta final -42% de todos los que llegaron- 30 minutos antes y después del momento de las explosiones. Es decir, si se quería hacer daño, no había mejor momento que ese para hacerlo.

Deirdre Hatfield estuvo a pasos de la meta final cuando escuchó una explosión. Ella vio cuerpos que salieron volando, vio una pareja de niños que parecían muertos, vio personas sin piernas.

“Cuando los cuerpos cayeron cerca de mí pensé: ‘¿estoy quemándome? Quizás estoy quemándome y no lo siento”, dijo Hatfield. “Si exploto, probablemente no lo sentiré”.

Ella miró adentro del Starbucks que estaba a su izquierda. De ahí parecía provenir el bombazo. “Fue escalofriante. Tú mirabas hacia dentro y sabías que había cien personas adentro pero no había signos de movimiento” dijo la muchacha de 27 años.

Hatfield rápidamente se dio cuenta que los bombazos eran parte de una especie de ataque. Comenzó a pensar dónde podría ocurrir la siguiente explosión. Finalmente, corrió al hotel donde se iba a encontrar con su novio y familia luego de la carrera.

En medio del caos, las autoridades mandaron a los corredores y a los mirones al área designada para los familiares que esperaban a sus seres queridos al final del circuito. Era un lugar donde siempre había orgullo, abrazos cariñosos y un descanso merecido. Pero este lunes se convertía en un lugar de terror, mientras la noticia del ataque se extendía por el público, mientras la gente esperaba por alguna explicación. Una mujer, de pronto, se lanzó hacia la calle acordonada y gritó sobre el ambiente ruidoso: ¡Lisa, Lisa”.

Algunas personas vieron las explosiones como nubes de humo blanco. Para otras pareció naranjo.

Grupos de corredores, incluyendo a una hilera de mujeres vestidas de rosado y colores neón y un hombre con un cortavientos rojo, caminaron lento alrededor de la escena del ataque, como si no estuvieran muy seguros de lo que estaban viendo. Otros se detuvieron en la mitad de la calle, confundidos y asustados. Y los más avispados, dieron la vuelta y corrieron rápidamente por donde venían, sólo que un poco más rápido.

“Es irónico que justo cuando logras terminar una maratón quieras comenzar a correr de nuevo” dice Sarah Joyce, una joven de 21 años que justo había terminado su primera maratón cuando escuchó el bombazo. Bruce Mendelsohn, de 44 años, estaba en una fiesta en una oficina de un tercer piso cerca de la meta final. Su hermano, Aaron, había terminado la carrera más temprano, salvándose del terrible destino de muchos de los corredores.

“Fue un sonido muy, pero muy fuerte y tres o cinco segundos después, vino el otro” dijo Mendelsohn, un veterano de la armada gringa que ahora trabaja en relaciones públicas. “Había sangre esparcido por las calles y en las veredas”. El veterano no estaba seguro -como nadie en ese momento- cuántos habían resultado muertos o heridos, pero entre los cuerpos vio mujeres, niños y corredores.

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