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Nacional

26 de Abril de 2013

Puerto Montt: un crimen sin resolver y un fiscal acusado de tortura

El 23 de julio del 2011, Mariela Barra, una mujer de 42 años y con antecedentes de depresión salió de su casa en una localidad cercana a Puerto Montt y se subió a un carretón. Desde entonces nadie la ha visto, aunque se encontró parte de su ropa y pelos suyos en un bosque. Es un caso complicado y los investigadores lo enredaron todavía más, porque el principal sospechoso acusa de torturas al fiscal a cargo y tiene de testigo a una colega suya, que escuchó golpes y gritos.

Por



Milton Hernández cuenta que cuando vio por primera vez al fiscal Sergio Coronado sentado en la camioneta que lo trasladaba a declarar a la fiscalía, pensó que era paco. Fue la tarde del 15 de abril del año pasado; pocos minutos antes, cuatro carabineros de civil lo habían tomado detenido junto a su cuñado, Andrés Márquez, en las inmediaciones de una cancha de fútbol. Al llegar al edificio del Ministerio Público, cuenta Hernández, dos policías agarraron en el ascensor a su familiar y otro comenzó a golpearlo. Luego los metieron a ambos en diferentes oficinas y le presentaron al persecutor.

-Lo primero que hizo fue pegarme un combo en la boca, me reventó el labio de abajo -denuncia Hernández. El lugar era la oficina del fiscal Sergio Coronado; los golpes denunciados por Hernández, el interrogatorio. El “procedimiento” fue bullicioso. Tanto, que se oía en la oficina del lado. Según consta en la investigación que luego se abrió por tortura, allí se encontraba la fiscal Miriam Pérez, que buscaba unas carpetas que había dejado olvidadas. La abogada sintió golpes, cachetadas, insultos. Milton, que ya había declarado dos veces antes, asegura que lo que querían era obligarlo a cambiar su versión a punta de golpes. Dice que el fiscal le propinó codazos, palmetazos y le enterró un lápiz en el pecho. También acusa a dos policías de agarrarlo a cachetadas y amenazarlo con enviar a su hija al Sename si no confesaba ser el autor material de la muerte de Mariela Barra, un crimen ocurrido hace casi dos años.

Miriam Pérez, luego de 40 minutos en su despacho, decidió marcharse. En el pasillo, cuenta en su declaración, se encontró con Coronado y le preguntó: “¿A quién están torturando?”. El fiscal le habría contestado: “a un imputado por homicidio”.

Las cámaras del edificio registraron el encuentro a las 18:39 horas. El interrogatorio estaba recién comenzando y se extendería por 25 horas. La detención, que se suponía podía cerrar la investigación del presunto homicidio de Mariela Barra, acababa de irse al diablo.

SE BUSCA

Se busca. Presunta desgracia. Estatura: 1,60. Cabello: castaño claro. Tez: Morena. Ojos: Café. Contextura: delgada.
El cartel con los datos, pegado en paraderos, postes y micros, inundó la localidad semi rural de La Vara, ubicada a 10 kilómetros de Puerto Montt, luego de la misteriosa desaparición de Mariela Barra Díaz, la tarde del 23 de julio del año 2011. La mujer de 42 años salió de su casa vestida con una chaqueta de cuero sintético color burdeo, un pantalón de buzo gris, una polera negra, zapatillas y una cartera.

Parte de esas mismas ropas fueron encontradas cuatro meses después al fondo de una quebrada, a tan sólo 50 metros de un hallazgo anterior, ocurrido apenas 10 días después de su desaparición. En el lugar también se encontraron mechones de cabello y vellos púbicos que no pertenecían a la víctima. El análisis criminalístico, elaborado por la médico legista Vivian Bustos, señaló que las prendas fueron depositadas previo desenterramiento, que el cabello encontrado habría sido arrancado con un objeto cortopunzante, posiblemente un hacha o un cuchillo, y que el presunto homicida actuó intentando desorientar la búsqueda en un contexto criminal de “relevancia sexual”. Un asesino, recalca el informe, con un modus operandi poco habitual en este tipo de delitos.

La investigación, en un comienzo, fue llevada por la fiscal Claudia Pino, secundada por la Brigada de Homicidios de la PDI de Puerto Montt. Los rastreos se concentraron en el lugar de los primeros hallazgos. Ninguna de las siete diligencias efectuadas permitió encontrar el cuerpo de Mariela Barra, ni tampoco vislumbrar un posible sitio del suceso. La hipótesis más plausible, hasta entonces, era un eventual suicidio, dados los antecedentes siquiátricos de la mujer: una paciente con depresiones recurrentes que, según la autopsia sicológica, había atentado dos veces contra su vida.

Si el presunto homicida no hubiera sembrado pistas en un bosque aledaño a la casa de Mariela, cubiertos de tupida selva valdiviana, lo más probable es que el caso se hubiera cerrado sin culpables. Estuvo a punto. Un informe elaborado por la BH, durante los primeros meses de investigación, reconoce que los resultados no fueron favorables en “aportar indicios criminalísticos concretos” y deja en suspenso el eventual sobreseimiento de la causa.

El documento inquietó a la fiscalía. El caso de Mariela, de no aclararse, vendría a engrosar la lista de crímenes no resueltos en la región. El fantasma del caso Haeger, que terminó con seis detectives sancionados por negligencias en el sitio del suceso luego que el cadáver de la mujer apareciera en el entretecho de su propia casa, presionó al Ministerio Público a cambiar de Fiscal. En noviembre de 2011, la investigación pasó a manos de Sergio Coronado, reconocido por sus investigaciones en delitos violentos. La reasignación fue hecha por el fiscal regional Marcos Emilfork.

Cinco meses después de asumir, Coronado hizo público a través de un artículo en la prensa, que el trabajo realizado por la BH no había sido bueno y que en adelante trabajaría con Carabineros, con un equipo multidisciplinario compuesto por efectivos del Laboratorio de Criminalística (Labocar) y de la Sección de Investigación Policial (SIP). También dijo que las piezas apuntaban a un homicidio y que uno de los testigos había caído en evidentes contradicciones.

El testigo no es otro que Milton Hernández. El mismo a quien Coronado interrogó durante 25 horas seguidas una semana antes y que interpuso un recurso de amparo en su contra por tortura. Un caso inédito en la Reforma Procesal Penal. Aquella vez, recuerda Milton, lo llevaron tres veces durante la madrugada al lugar donde apareció la ropa de Mariela Barra.

-Andaba esposado y sin zapatillas, me tiraron al suelo, me golpearon en la planta de los pies con un palo. El fiscal me pegó y me preguntó donde la había enterrado -cuenta.

Hernández asegura que Coronado le ordenó a la policía que le arrancaran de raíz trozos de pelo y muestras de saliva para inculparlo. De vuelta en la fiscalía, Milton firmó una nueva declaración, esta vez, autoinculpándose. En ella reconoce haber trasladado a Mariela en su carretón, que ésta le habría insinuado que fueran a alguna parte, que tuvieron relaciones consentidas y que a la “señora le gustaba violento”. Luego, habrían ido a un auto abandonado. Mariela se habría desmayado y Milton habría arrancado del lugar. Lo curioso del asunto es que Hernández es analfabeto y asegura que nadie le leyó nada sobre su supuesta “voltereta”. Dice que le hicieron creer que firmaba la misma declaración que le había entregado a la PDI donde aseguraba que dejó a la mujer afuera de su casa y que ésta continuó caminando. Así fue como Milton Hernández pasó de testigo clave a imputado. Hoy arriesga, por lo bajo, cadena perpetua.

TWIN PEAKS

Mariela Barra llegó a la localidad de La Vara en busca de una segunda oportunidad. Se había separado de su marido en el 2009 y comenzó una relación sentimental con un antiguo amor, Bernardo Betancur, quien fuera su pololo en Talcahuano cuando tenía 18 años. Betancur la aceptó con sus dos hijos y Mariela quedó embarazada al poco tiempo. Alcanzaron a estar juntos dos años. La última vez que su familia la vio con vida fue antes de salir de su casa, alrededor de las cinco de la tarde, luego de discutir con Betancur. Estaba alterada. El consultorio donde se atendía por depresión estaba dasabastecido y hacía dos meses que estaba literalmente descompensada. La ausencia de su hija, luego de visitar a su padre en Talcahuano y quedarse sin permiso en la casa de un amigo, la tenía con los nervios de punta. Necesitaba respirar. Tomar aire. Salir.

Primero pasó a comprar cigarrillos a un local. Su dueña, Saida Aguilar, dice que tenía la lengua traposa. Mariela continuó su camino. Antes de cruzar un puente la detuvo su hijo. Había sido enviado por Betancur para que volviera. Mariela le dijo que sólo iría a dar una vuelta. Unos metros más allá la llamó una vecina, Lilian Levipichún, luego de divisarla por la ventana.

-Me extrañó porque nunca la veía salir sola a esa hora, me dijo que iba al centro de Puerto Montt y volvía –recuerda Lilian. Hasta ahí todas las versiones coinciden. Todas, hasta que aparece en escena Milton Hernández. Lilian recuerda que justo pasó en su carretón, acompañado de una niña y que ella lo llamó para preguntarle si tenía leña. Milton, a quien todos conocen como Pitufo, le dijo que no tenía. Antes de marcharse Mariela le pidió que lo llevara hasta la avenida principal. Milton, accedió y nunca más se supo de la mujer. Su teléfono se apagó a las 17: 38 horas. Mariela se transformó, técnicamente, en una desaparecida y Milton en el principal sospechoso.

El caso pasó a ser una suerte de Twin Peaks y el crimen sin aclarar hoy tiene en las cuerdas a un fiscal. Porque Sergio Coronado no sólo fue acusado de tortura por Milton Hernández, sino también por Lilian Levipichún que interpuso una querella criminal contra el hombre fuerte de la fiscalía por apremios ilegítimos, amenazas, detención ilegal y secuestro de menores, hechos ocurridos el domingo 15 de abril en la misma oficina por donde pasaría, tan sólo unas horas después, Milton Hernández.

Lilian cuenta que aquel día la policía llegó temprano a golpear la ventana de su dormitorio. -Aparecieron como a las ocho de la mañana, me dijeron que tenía que ir a la fiscalía a declarar. Les dije que tenía a mis hijas dormidas. Insistieron en que fuera nomás y que regresaría en una hora -dice Lilian, quien finalmente accedió a acompañarlos.
Desde el principio, asegura, el tono del fiscal no fue muy amable. Cuenta que se sentó y le dijo que “sabía toda la verdad”. Que ella era amante de “Pitufo” y que disfrutó cuando éste violaba y descuartizaba a Mariela.

-Yo pensaba que era una talla -cuenta ahora Lilian.
Pero el fiscal no estaba para humoradas. “¿Acaso piensas que somos huevones?”, le preguntó. Coronado, asegura la mujer, la calificó de actriz, mojigata y mosca muerta. Le dijo que si no reconocía que Hernández iba con una persona adulta en la carreta, él mismo se encargaría de derivar a sus hijas al Sename. Lilian se empezó a desesperar, sobre todo cuando escuchó a las menores dando vueltas en los pasillos, luego de ser trasladadas al lugar sin su autorización. La maniobra, asegura la mujer, fue una forma de amedrentarla para que cambiara su versión.

-Me dijeron que mis hijas habían confesado que Milton iba con un adulto que tenía las muelas podridas -agrega Lilian.
El adulto era Andrés Márquez, “Cantinflas”, el cuñado de Milton que fue detenido junto a él, y al que la policía habría golpeado en uno de los ascensores de la fiscalía. Jonathan Ramírez, defensor de Hernández, cree que el interrogatorio buscaba desechar la participación de un niño. “En el fondo les estorbaba, necesitaban a un adulto, porque Milton no pudo haber asesinado a Mariela estando con su propia hija en el mismo carretón”, argumenta Ramírez.

Recién a las 15:30, Lilian abandonó las oficinas del fiscal junto a sus hijas. Pocos días después se presentó en la Defensoría, contó lo que le había sucedido y el 4 de mayo de 2012 interpuso un recurso de amparo. El fiscal Nacional, Sabas Chahuán, acusó conocimiento de los hechos y nombró a Marcos Emilfok como investigador, el mismo que había reasignado a Coronado en el caso. La investigación del crimen comenzó, lenta pero decididamente, a transformarse en una bolsa de gatos.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos, el 9 de agosto del mismo año, se hizo parte de la causa por torturas en contra de Milton Hernández. Lorena Fries, Directora del organismo, aseguró a la prensa que “es muy grave que un fiscal o cualquier otro agente del Estado incurra en este tipo de actos, por lo que queremos que el hecho se investigue y se sancione”. La defensa de Milton Hernández y Lilian Levipichún solicitó de inmediato la inhabilitación de Emilfork, el fiscal regional, por no contar con la “imparcialidad necesaria”.

-Acá hay una actitud de encubrimiento del Ministerio Público. Cuando se acusa a un fiscal por un delito, no estamos hablando de una querella cualquiera, Sabas Chahuán no encuentra nada mejor que el propio Emilfork investigue a un fiscal adjunto que puede comprometer su propia responsabilidad, o sea, quiso echarle tierra al asunto- argumenta el defensor Jonathan Ramírez.

Para Ramírez, que también las oficia de Jefe de Estudios de la Defensoría en la región, las similitudes con el Caso Bombas son evidentes. -Emilfork viene del Caso Bombas, era parte del equipo investigativo del ex fiscal Peña, y transplanta un modus operandi que privilegia la coacción en desmedro del trabajo científico que eventualmente podría no arrojar resultados. Es algo muy parecido a lo que le pasó a Armendáriz con Peña, que toma la causa y en dos meses tenía ocho personas presas. Aquí sucede lo mismo: llega Coronado y dice que el caso está prácticamente resuelto -acusa Ramírez.

Emilfork, al ser consultado sobre los métodos que se le achacan, dice que no puede hacerse cargo de las declaraciones de Ramírez. Luego agrega, algo mosqueado, que no debiera ni siquiera contestar. “Es todo lo contrario. Acá hemos potenciado el trabajo coordinado, el perfeccionamiento y la elevación de la calidad de las investigaciones científicas, acercando la fiscalía hacia las víctimas. Eso es palpable a nivel regional”, comenta a regañadientes. ¿Por qué existe, entonces, un fiscal acusado de tortura y secuestro?

-Los fiscales están expuestos en sus tareas, aquí hay una investigación pendiente, y como fiscal he tomado todos los cursos de acción necesarios. Hoy se debe determinar si los hechos son o no efectivos. En el caso de que lo sean seré el primero en ser extremadamente riguroso frente a situaciones anómalas.

La participación del Instituto Nacional de Derechos Humanos no sólo obligó a traspasar la causa a la fiscalía de Los Ríos, sino también precipitó la salida, en mayo de 2012, de un personaje hasta entonces intocable: el fiscal Sergio Coronado.

PELOS
En mayo del año pasado, un nuevo antecedente se sumó a la investigación por la desaparición de Mariela Barra. Al celular de la víctima, misteriosamente, se le activó una casilla de e-mail. De inmediato la policía pidió una orden judicial de interceptación y logró ubicar a una muchacha que aseguró que un tío suyo se lo había regalado a fines de julio del año 2011. Su nombre: Germán Muñoz Quintullanca. El hombre, obligado por las circunstancias a declarar, dijo que poco después de la desaparición de Mariela Barra encontró a Milton Hernández, mientras caminaba a su domicilio, y que éste habría huido al percatarse de su presencia. En el lugar halló una cartera de color negro, un celular y un par de zapatos. Muñoz explicó que sabía de quien eran las pertenencias pero que decidió guardarlas por miedo al “Pitufo” y su familia. “Son gente muy agresiva y tiene fama de haber cometido delitos y ser violentos con la gente”, declaró. Muñoz Quintullanca se transformó desde entonces en testigo clave y la investigación, estancada desde hace meses, pareció por fin enrielarse en manos del nuevo fiscal, Daniel Alvarado.

Las esperanzas de encontrar a Mariela, sin embargo, se esfumaron luego de la retractación de uno de los testigos después de un año. La madeja volvió nuevamente a enredarse. Luis Lizama, que en un principio señaló que vio a Mariela subirse a un taxi en dirección a Puerto Montt, contó a la policía que acompañó a “Pitufo” en la carreta el día que desapareció la mujer, a quien conocía, y que no había hablado antes por temor a represalias. El joven de 19 años declaró que Hernández, quien iba acompañado de Mariela, lo invitó a tomarse unas cervezas cuando se lo topó en medio del camino. Los tres habrían llegado a una botillería y Mariela habría comprado seis cervezas de litro. De ahí, cuenta Lizama, partieron rumbo a un sector aledaño a una copa de agua.

-De repente Pitufo se puso caliente con la señora Mariela, le empezó a decir que estaba rica y comenzó a correrle mano por las piernas -declaró Lizama a la policía. Luego, asegura, habría ido a orinar y vio cuando Mariela, tras un forcejeo, cayó de la carreta. En el suelo, Pitufo la habría golpeado y violado. Lizama, a sólo siete metros del lugar, no atinó a hacer nada y luego huyó del lugar. Hernández lo habría alcanzado y le dijo que se quedara callado o si no lo mataba.

Las declaraciones de Muñoz y Lizama, lejos de exculparlos, ponen un manto de duda sobre su eventual participación en los hechos. De ahí que el fiscal Alvarado no descarte que existan más personas que puedan ser formalizadas. “No es menor que una persona cambie de versión y es necesario que esto se sopese para efectos de determinar el móvil”, agrega. Hasta la fecha, asegura Alvarado, se han realizado más de 15 rastreos masivos. Se ha buscado en lagunas, laderas, quebradas, pozos negros, basurales y letrinas. La pista más cercana al supuesto asesino es un vello púbico que se encontró en uno de los hallazgos de ropa. Hasta la fecha hay cuatro personas a la que se le están periciando sus pelos: Milton Hernández, Luis Lizama, Germán Muñoz y Bernardo Betancur. Los cuatro son los grandes sospechosos de esta historia inconclusa.

También los cabellos de Mariela han sido sometidos a pericias. En una de las diligencias, solicitada por el fiscal Alvarado, se realizó un allanamiento a la casa de Milton Hernández y la policía levantó muestras de pelo en una alfombra que coinciden con el ADN mitocondrial de Mariela Barra. Una prueba que a primera vista parece concluyente, pero que ha sido fuertemente impugnada por la defensa de Hernández.

-Es uno de los montajes más groseros y burdos que he visto en mi vida, porque lo hicieron las mismas personas que sacaron a las niñas de la casa de Lilian y que golpearon a Milton. Nosotros sabíamos que esto iba a pasar en algún momento. En una casa donde viven ocho personas, recogen dos muestras de pelo y, oh sorpresa, los dos eran de Mariela Barra -alega Jonathan Ramírez.

Las críticas a los carabineros que eventualmente plantaron pruebas en la casa de Milton Hernández tiene sin cuidado a Daniel Alvarado pues, asegura, “mientras la justicia no determine algo distinto se mantendrán en el caso, porque cuentan con la confianza de este fiscal. Si la investigación dice otra cosa tendría que revisar la decisión”.
En la misma diligencia uno de los abogados delegados de la defensoría, Germán Echeverría, partió a fiscalizar el procedimiento. Para su sorpresa quien dirigía la investigación telefónicamente era Sergio Coronado.

-Me explicaron que Daniel Alvarado estaba tomando exámenes y que había delegado el procedimiento en el fiscal Coronado que estaba de turno. Esto permite hacer un cuestionamiento serio a la validez y confiabilidad de las evidencias que se generaron en la investigación, lo que instala una duda razonable en torno a la objetividad con que la policía hizo las gestiones -reflexiona Echeverría.

La desaparición de Mariela Barra no sólo se ha transformado en un enigma para la policía. También los vecinos de la localidad de La Vara han tejido toda suerte de rumores. Las versiones están divididas. Algunos dicen que Milton Hernández, por su oficio de leñero, conoce muy bien los bosques donde aparecieron las ropas. “Por algo le dicen Pitufo”, comentan con malicia. Otros acusan a Bernardo Betancur, pareja de Mariela, de tener una relación oculta con la hija de ésta. Muñoz y Lizama, en tanto, pueden ser formalizados en cualquier momento. La causa lleva más de dos mil páginas y se concentra en seis tomos. Mariela Barra lleva 632 días desaparecida.

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