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Opinión

5 de Septiembre de 2013

Ex ministro Alejandro Solís: “Sin duda Manuel Contreras era el que más banalizaba el mal”

En diciembre de 2012 cumplió 75 años y dejó el Poder Judicial. Salió por la puerta tal y como entró en 1968. Con él también se fue, el trozo más importante de nuestra historia reciente, ya que le correspondió una de las tareas judiciales más complejas: la DINA. Y entre los más de 100 casos, los ligados al centro de detención y tortura de Villa Grimaldi. Logró la primera condena, confirmada por la Suprema, donde se anuló la Amnistía y se aplicó la tesis del secuestro calificado invocando el derecho internacional. Eso permitió, al menos, mantener a la cúpula de la DINA presa. En entrevista con The Clinic, revela pasajes desconocidos de su trayectoria: el golpe, los recados de Manuel Contreras, la falta de colaboración del Ejército, el cómo declaraban los ex agentes e incluso sobre el juicio que nunca enfrentó Augusto Pinochet.

Jorge Molina Sanhueza
Jorge Molina Sanhueza
Por



¿Qué estaba haciendo el día del golpe?

-Yo era juez de San Fernando. Que es una cosa muy importante, porque en provincia la vida es distinta. Me enteré a las ocho de la mañana de que había algo raro en la plaza. Fui al tribunal y ahí me dijeron: hay un golpe de estado, parece que van a haber problemas. Yo me quedé en suspenso, luego traté de averiguar en la alcaldía y nadie me informó. En la policía menos y tipo 10 de la mañana llega un jeep con cuatro soldados con metralleta y un abogado que era de Carabineros y diciendo que por orden del nuevo gobernador debía dejar en libertad a dos dirigentes del sindicato de camioneros que mantenía procesados y detenidos ya que había dañado el liceo industrial de la zona.

¿Y qué hizo?
-Se la iba a dar, pero en consulta a la Corte de Apelaciones de Rancagua y me dijeron, cómo se le ocurre si es una orden del gobernador. Así que dejé constancia en el expediente que por orden del gobernador, coronel tanto, se les daba la libertad a estas personas. Ese fue mi primer encuentro con el nuevo sistema.

¿Pero desde antes del golpe se sospechaba que venía?
-Había una efervescencia en el pueblo, las marchas, los cacerolazos, el desabastecimiento y con el caso que le comenté, que destruyeron todos los vidrios del liceo industrial, porque el director era de izquierda, era allendista. Entonces los camioneros organizaron un acto y le quebraron todos los vidrios. Los procesé y bueno ese fue mi primer acercamiento.

¿Después del golpe siguió en provincia?
-Si. Postulé luego al cargo de relator de la Corte de Apelaciones de Santiago, entonces, de alguna manera, fui un observador, pero no tuve participación ni en decisiones, ni en resoluciones judiciales durante esa época.

¿Y cuando llegó a Santiago?
-En 1978, más o menos.

¿Y cómo era la vida de un juez en provincia durante la dictadura? Se lo pregunto porque por la VII y VI regiones pasó la Caravana de la Muerte en los días posteriores al golpe. ¿Cuál era en ese sentido el conocimiento que ustedes tenían como magistrados?
-Era muy tangencial. Por ejemplo, yo sabía que había dirigentes políticos de San Fernando que estaban desaparecidos, pero eran prácticamente rumores que se escuchaban en la plaza o en las reuniones del Rotary, pero no había ninguna voz oficial que efectivamente dijera que fulano de tal, dirigente del Partido Socialista estaba desaparecido desde el 11. Y como no entraban en mi tribunal esas denuncias, no podía interiorizarme de ellas.

¿Cómo era el Poder Judicial, por ejemplo entre 1973 y 1978? Un poco antes de la dictación del decreto ley de amnistía. ¿Los jueces hablaban de esto? ¿Se hablaba ya de dictadura o era una especie de intersticio jurídico?
-No, respecto de los jueces ocurría algo especial, ya que el Código Orgánico de Tribunales impide a los magistrados participar en política. Y esto dentro de la judicatura se traducía que uno no podía hablar de política. Sin embargo, comprenderá que como ciudadano, había jueces con una u otra perspectiva.

Pero existía ya la Asociación Nacional de Magistrados.
-Si, allí milité desde que entré al Poder Judicial en 1968. Habían obviamente dos corrientes. Una que podría ser de izquierda que había estado con el gobierno de Salvador Allende y otra de los opositores. Recordemos que el presidente de la Suprema recibió a Pinochet. Salió a recibirlo a la calle Compañía a darle el beneplácito del Poder Judicial por lo que había ocurrido. Entonces comprenderá que había judiciales que tenían una marcada preferencia por el cambio de régimen. Y esto se manifestó también respecto de los jueces.

¿Y cómo lo tocó a usted?
-Yo tengo una experiencia personal, en el sentido de que se estimó que yo tenía determinada tendencia política, por lo cual un ministro de la Corte de Apelaciones (se reserva el nombre) cada vez que el tribunal de alzada me ponía en terna para ser juez en algún tribunal de Santiago, él pasaba al Ministerio de Justicia y decía: ojo que viene Alejandro Solís y a él no se le puede nombrar.

¿Por qué se le tildaba de izquierda?
– Porque en la Asociación Nacional de Magistrados, como en toda organización había dos posiciones y había que votar por uno otro candidato y yo estaba en la lista que apoyaban a esa tendencia. Al incautarse la secretaría de esta organización por los militares, yo quedé en la lista negra. Menos mal que no me ocurrió lo que a otros jueces y relatores incluso de la Suprema que los trasladaron a provincia. Fue una manera de sacarlos de los puestos de importancia que pudieran tener en Santiago.

El joven Solís

Volvamos a su llegada a Santiago como relator. Sabido es que los recursos de amparo presentados por los familiares de las víctimas de la dictadura eran saludos a la bandera.
-Habían prácticamente formularios. Preguntaban: ¿Qué es lo que viene relator? ¿Viene un amparo? Entonces aplíquele el formulario. Y listo. No se perdía tiempo en buscar qué antecedentes nuevos podían haber. Ya se sabía que el amparo había que rechazarlo, porque no había ningún indicio ni del Ministerio del Interior, ni de Carabineros o Investigaciones que diera luces sobre la desaparición de determinada persona. Por lo tanto había que archivarlo.

Y humanamente hablando ¿Qué le pasaba a usted con situaciones como ésas?
-Comprenderá que un subordinado no tenía más que copiar lo que me estaban dictando, pero lo importante es que en la Corte se desechaban amparos, pero se escribía: no obstante mándese al juzgado del crimen pertinente para que investigue la posible comisión de un delito. Y así se enviaban al juzgado del crimen. Se citaba al denunciante que decía que a su padre, a su hermano o a su hijo lo habían ido a buscar, citaba a los vecinos como testigos y el juez se daba el trabajo de citar a estas personas y empezar a formar el expediente. Sin embargo, cuando los militares se dieron cuenta de que se estaban acumulando muchos antecedentes en contra de sus miembros, dijeron que si estaba comprometido un miembro de las Fuerzas Armadas, correspondía al juzgado militar, por lo tanto mándeme el expediente, declárese incompetente.

¿Hasta cuándo estuvo como relator en la Corte de Santiago?
-Hasta 1982 u 83.

¿Cuál fue el cargo que tuvo después?
-Me fui como juez al Quinto Juzgado del Crimen que tenía jurisdicción en el centro de Santiago.

¿Le correspondió sustanciar alguna causa relacionada con violaciones de derechos humanos en ese tribunal?
-En el centro no había ese tipo de denuncias, sino más bien delitos financieros. Recuerdo haber procesado a Álvaro Bardón por una estafa en el Banco del Estado que le proporcionaba fondos a los diarios que estaban quebrados como El Mercurio y La Tercera. Como era lógico el amparo fue acogido por la Corte Suprema y otorgó la libertad.

¿En qué año lo nombraron ministro?
-En 1993.

Visiones

Hay historiadores que separan la dictadura en dos o tres momentos. Uno la dictadura gorila; otro de una dictadura más selectiva en la eliminación de opositores, pero no por ello menos represiva y una suerte de dictadura medio entregada, a fines de los 80. Se produce la misma lógica en el Poder Judicial.
-Yo diría que eso lo vimos después con la perspectiva histórica. Pero en el momento mismo, uno no tenía la visión como para ir distinguiendo las distintas etapas o las modificaciones que tenía el sistema judicial con el gobierno militar. De lo que sí puedo dar constancia es que a mí se me tildaba comunista, mirista.

¿Y usted nunca militó en alguno?
– Obviamente que no, pero eran la defensa que tenían especialmente los defensores de los militares procesados para tratar de inhabilitar a este juez que según ellos tenía militancia comunista.

Quiero llevarlo de nuevo al período 70-80. ¿No sentía usted una sensación de connivencia del Poder Judicial con la dictadura? ¿Cómo vivió eso?
-Como le he dicho. En la Asociación Nacional de Magistrados hacíamos asamblea una vez al año, en distintos lugares del país. Ahí uno veía de que había jueces que estaban respaldando lo que hacía el gobierno en ese momento y otros que estaban absolutamente en contra. Los que apoyaban subían de cargo y los otros destinados a provincia o sencillamente echados del Poder Judicial.

¿Cuándo llega por primera vez a sus manos una causa de violaciones de derechos humanos e inicia la investigación?
– Me llegaron cuando la Corte Suprema determina que el trabajo que estaba haciendo Juan Guzmán Tapia con más de 200 procesos había que dividirlos, nombrar jueces con dedicación exclusiva, eso fue en octubre de 2002. Ahí me designaron.

¿Cuál de todos los episodios de la dictadura tramitó?
– Me llegaron las causas de Villa Grimaldi, de Linares, Chihuío. La primera tenía más de 100 víctimas. Así que para tramitarla había que desglosarla en cuadernos, de lo contrario era un monstruo.

Cuando se oficializa su nombramiento, imagino que ya tenía una mirada más amplia de lo que había pasado en la dictadura.
– Sabíamos lo que estaba haciendo Juan Guzmán, pero no tenía una imagen o una decisión preconcebida. Sabía que se podía llegar más lejos, más arriba.

Recuerdo que el primer caso que usted falló fue el relacionado con la desaparición del militante del MIR Miguel Ángel Sandoval. La Corte Suprema confirmó su decisión de aplicar la teoría del secuestro permanente.

-Sí de hecho el primer fallo dictado por un ministro con dedicación exclusiva fue el mío sobre Miguel Ángel Sandoval. Eso fue en abril de 2003. Pero por qué tiene importancia, porque como quien dice, la cúpula de la DINA no alcanzó a prepararse para esto. Para intimidarme, para amenazarme, como he sabido de otros casos.

Y mientras se discutía esto, porque el fallo pasó varios días en acuerdo ¿Qué le pasaba a usted por dentro? ¿Mucha ansiedad?
-Sí, claro. Porque si rechazaban la casación implicaba la piedra de tope para todos los casos que venían detrás. Así que como se acogió el secuestro permanente, eso significó un respaldo, un inconmensurable apoyo.

¿Cómo fue la tramitación de este caso?
-Recibí ese expediente de la magistrada del Octavo Juzgado del Crimen de Santiago. Y ya estaba bastante avanzada la investigación. Entonces me dije hay que empezar a fallar rápido. Y apuré. Y cuando llega abril de 2003, se encuentran con que tenía una condena.

Usted mandó por este caso a buscar a Contreras para notificarlo en la guardia del palacio de tribunales, pero finalmente los detectives tuvieron que ir a sacarlo de su casa.
-Sí. Yo pensé notificarlo en la guardia del palacio de los tribunales y no sabía que había más de 100 personas esperando por la entrada de calle Morandé, produciéndose una gran batahola.

Algunos dijeron que se había dado un gustito.
– En la Suprema estuvieron por aplicarme una medida disciplinaria por haber causado ese escándalo.

Pero se acordará de la transmisión en vivo hecha por TVN desde la casa de Manuel Contreras, cuando los detectives fueron a sacarlo de un ala.
-Sí, pero eso lo vi en la tarde en mi casa.

Disco rayado

Cómo fueron esos primeros interrogatorios con los militares, con los DINA. Imagino que llegaron cerrados como una almeja en el mar.
-Si lo interrogaba diez veces, las diez veces me iban a decir lo mismo. Uno les preguntaba y decían lo supe por los diarios. A la segunda citación les mostraba la hoja de vida donde estaban por escrito sus destinaciones. Y ahí, bueno, decían ¡ah! Parece que estuve unos días ahí, pero no pasé por ahí. Entonces uno tenía que dar un tremendo rodeo para llegar a inculpar directamente a una persona por su jefatura en un recinto clandestino de detención, porque habitualmente lo negaban. Para qué le digo si se hacía un careo entre una víctima y el victimario. ¡No sacábamos nada! Cada uno se mantenía en sus dichos.

¿Y entonces?
– Una pérdida de tiempo, así que suprimí los careos. Aunque me los pedían los abogados yo decía no estoy para perder tiempo con esto.

¿Y qué hizo?
-Si yo quería acreditar la responsabilidad de una persona tendrá que ser con otros testimonios, pero no con una contradicción o que me confiese algo. En los diez años que estuve trabajando en esto jamás nadie me reconoció nada.

¿Nunca? ¿Ni un atisbo? ¿Ni contado fuera de la declaración formal?
-No. Nada.

¿Qué recuerdo se le viene a la memoria?
– Recuerdo una vez cuando Manuel Contreras, por encargo de él, más de 500 personas estuvieron viendo el destino de los detenidos desaparecidos. Y le decía, fulano de tal que murió en Villa Grimaldi en tal fecha y tengo 20 testigos. No me decía. Éste murió en un enfrentamiento cuando lo fueron a detener. Entonces comprenderá que era imposible convencerlos de que tuvieran conciencia de que estaban mintiendo.

¿Contreras entonces era un megalómano?
– No sé como se puede llamar a eso.

¿Cómo definiría la personalidad de los militares que llegaban a declarar?
– Creo que por órdenes superiores llegaban muy amables. Lo que usted me pregunte, decían, vengo a colaborar con usted. El problema es que no había colaboración porque decían no saber nada. Pero tengo esta prueba, les decía y ellos de vuelta señalaban, parece que yo supe por ahí, comentarios, rumores, pero a mi no me consta nada. Así era la tónica.

En la causa de Villa Grimaldi, que tenía más de 100 víctimas. ¿Cómo lo hizo? Porque los militares no reconocían. ¿Cuál fue la fórmula?
-Diría que sirvió de la siguiente manera. Si estoy viendo el secuestro de fulano de tal. Y tengo un testigo que me habla de esta persona. Le mencionaba entonces los otro nombres y con un testigo tenía material para cinco, diez o veinte procesos. Eso fue un beneficio indirecto, digamos, de que hubiera un solo recinto de detención.

Una calle de Palermo

Todos los casos de violaciones de derechos humanos son importantes, sin duda. ¿Pero cuál de todos le llamó más la atención?
-El caso de Carlos Prats.

¿Por qué?
-Tenía características muy especiales. Se inició el proceso en Argentina. Doña María Servini de Cubría, la magistrada a cargo, llegó al momento de tener tantos inculpados en Chile que pidió su extradición. Conoció de esto la Suprema. Estimó que estas personas tenían responsabilidad, pero dijo, como están procesados en Chile por otras causas similares, deben ser conocidos los hechos en Chile. Ahí entonces comencé a redondear la investigación de Argentina, citando de nuevo a los testigos o agregando la brillante investigación que hacía el Departamento Quinto de Investigaciones y eso me permitió ir teniendo más soltura y llegar a esto que era absolutamente impenetrable.

– ¿Cuál es el hecho que más recuerda de este caso?
– Bueno, antes aprovecho de dejar constancia de la, entre comillas, colaboración que tenía yo con el Ejército. Recuerdo que todavía estaba la causa en sumario y el brigadier Pedro Espinoza me lleva copia de un oficio en que el coronel Juan Morales Salgado le informaba a Manuel Contreras: cumpliendo su órdenes me trasladé a Buenos Aires y constaté que el general Prats vive en calle Latadía tanto, tiene tales teléfonos, usa tales vehículos, no tiene custodia personal. Su señora tiene una boutique en tal parte.

– ¿Y que hizo a renglón seguido?
– Con ese documento comprenderá que cité inmediatamente a Morales Salgado. Y le pregunto, ¿usted fue jefe de la brigada Lautaro? Sí, me respondió. ¿Y esta es su firma? Sí, me dijo. ¿Y entonces qué significa este oficio?, le pregunté.

– ¿Y qué cara le puso?
– Se hundió el hombre. Se estremeció. Yo comencé primero preguntándole por su firma. Él pensó que la asociaba a otra cosa. Me respondió que lo había mandado Contreras porque habían amenazas contra el general Prats. Obviamente que el tenor del oficio no daba para decir que había constatado las amenazas contra Prats.

– ¿Por qué cree usted que Espinoza le entregó el documento?
– Un misterio. Para colaborar posiblemente. Tanto es así que un poco antes o después, ya no recuerdo, le habían aplicado la ley del hielo en el Penal Cordillera.

– Fue en 2007 si mal no recuerdo.
– Sí, pero déjeme terminar. Cuando este documento se conoció por la prensa, el jefe de la Dirección de Inteligencia del Ejército, el general Ortega, me llama y me dice: ministro venga porque la vamos a mostrar lo que tenemos. Bueno, voy a la DINE. Me recibe el general y me dice: esto es lo que tenemos. Era mayormente información sobre países limítrofes. Comprenderá que los estantes estaban todos vacíos. No tenían ningún archivador. Y puse término a la visita, ¿sabe por qué? Porque de pronto pasamos por una dependencia y me dice: mire ministro, esas bolsas negras de basura… he dado la orden de que no las boten por si usted quería revisarla. Ahí le dije: general, terminó aquí la visita. Pero ¡cómo!, me dice él. Hasta luego general. Consideré como una ofensa máxima haber guardado la basura para que la revisara un ministro de la Corte de Apelaciones. Esa fue la colaboración que tuve.

Ayuda invisible

-¿Siempre fue compleja su relación con el Ejército?
– Sí, claro.

– ¿En qué sentido? ¿No le llevaban a los testigos o porque venían preparados?
– Por ejemplo, yo nos los citaba a la Corte. Yo tenía que constituirme en las dependencias del Departamento de Logística y de repente, la persona estaba citada a las 09.00. De pronto llegaba alguien y me decían: el general avisó que está atrasado. Es decir, yo tenía que esperar al general. Entonces, me mandaba a cambiar y lo citaba para otra fecha. Hasta ese punto llegaban. Ni siquiera llegaban a la hora.

– ¿Nunca ordenó arrestar a alguno por desacato?
– ¿Para qué? Esperaba quince días y ahí llegaban tempranito.

– ¿De todos los que interrogó, cuál de todos era el que mayormente el mal?
– Sin duda Manuel Contreras era el que más banalizaba el mal.

– ¿Más que Miguel Krassnoff, el troglo u otro?
– Pero evidente. No cabe duda de que era Contreras. Uno a veces se decía. ¿Cómo me puede estar negando una cosa tan evidente si aquí en el expediente hay cabos del Ejército que lo vieron en tal parte o en Tejas Verdes. No es cierto, están mintiendo, son testigos pagados. Así respondía.

Así de caradura.
– Claro. Y cuando entrábamos en temas más de fondo, me contaba que iba a buscar a Pinochet a su casa, nos íbamos en auto, tomábamos desayuno juntos y yo le informaba sobre las órdenes que me había dado. O sea, me decía: todo lo que usted dice que hice yo, lo hacía por órdenes de otra persona. Una manera indirecta de descargar responsabilidad.

Recuerdo colectivo

– ¿Cree usted que el juicio de la parte penal a Pinochet quedó pendiente? Porque está el histórico, el político y el de ladrón…
– Yo creo que sí. El juicio a Pinochet quedó pendiente. Y le cuento una experiencia personal. La otra vez, estoy hablando 4 ó 5 años atrás, hubo una manifestación en el centro contra la impunidad. Y llegó una periodista y me entrevistó y le dije: ¡de qué impunidad me hablan si desde 2005 está presa la cúpula de la DINA! ¡Hay 700 procesados! le dije. La periodista entonces me dice: ¿no será que hablan de impunidad por Pinochet? ¿No será porque hay pocos ministros de derechos humanos? ¿No será porque hay pocos fallos? Y pensé: a lo mejor tiene razón. De hecho, recuerde, todo el zigzagueo que hubo respecto de la responsabilidad penal de Pinochet. Un informe médico negativo…

– Demencia subcortical de leve a modernada, decía.
– Claro y tuvo que venir después de su arresto en Londres, pararse en esa silla en el aeropuerto y que dijéramos: nos está tomando el pelo. Pero yo lo tuve con arresto domiciliario, como muchos ministros, pero no llegó a la condena.

– ¿Y cuando falleció?
– Me acuerdo que yo venía del norte. Me llamó entonces un periodista. Detuve el auto para hablar con él y me pregunta ¿qué le parece? Yo dije en esa oportunidad: lo importante es que Pinochet se le va a sobreseer por muerte, no por ser inocente. Yo creo que eso va a quedar para la historia. Murió estando procesado en veinte juicios. Tenía culpabilidad. Como autor mediato, como quiera que lo llame la doctrina, pero tenía responsabilidad de autor.

– ¿Cuántas condenas alcanzó a dictar?
– Tuve que sacar la cuenta cuando me retiré. Llevé más de 90 causas y fallé 44, es decir, dicté 44 sentencias condenatorias.

– ¿Y cómo reaccionaban la Corte de Apelaciones y la Suprema cuando llegaban sus causas para ser revisadas?– Bien, pero cuando cambió la composición de la Sala Penal, empezaron a rechazar la aplicación de la amnistía, pero de pronto se comenzó a aplicar la media prescripción que significó bajar las penas. Yo condenaba a 15 años y un día. Se confirmaba la sentencia en la Corte de Apelaciones y se rechazaba la casación presentada por los militares, pero se les rebajaba la pena. Quedaban en tres o cinco años con libertad vigilada. Entonces materialmente no cumplieron tiempo privados de libertad.

– Comparándonos con el resto de Sudamérica ¿Cómo está Chile en materia de investigaciones sobre violaciones de derechos humanos?
– No le voy a dar mi opinión, sino la de un grupo de juristas de las Naciones Unidas que trataba el tema de la desaparición forzada de personas. Estuvo en agosto del año pasado en Chile, Argentina, Perú y Uruguay y su conclusión en su informe preliminar, señalaba que Chile se destacaba por ser el país que más había dado importancia al tema derechos humanos. Sin embargo advertía: personas privadas de libertad, no más de 60. También recomendaban que se eliminara la Ley de Amnistía y que la aplicación de la media prescripción era un problema tan evidente que no podían explicárselo.

– ¿Y Argentina?
– Curiosamente no tienen más de 10 procesos por derechos humanos, pero los tienen condenados a presidio perpetuo. Y aquí por los mismos hechos los tenemos condenados a cinco años. Entonces, a lo mejor en número hemos hecho mucho más que Argentina, pero en resultados prácticos. Pero otra cosa es que la ciudadanía vea que se está cumpliendo con las leyes.

Anecdotario oscuro

– ¿Lo amenazaron alguna vez en los diez años que estuvo sustanciando causas de Derechos Humanos?
– Diría que la única cosa rescatable fue cuando se le notificó la segunda condena a Manuel Contreras. Fue un actuario en calidad de secretario ad-hoc con quien me mandó a decir: “Dígale al ministro Solís que le tengo reservada una cabaña en el penal Cordillera para cuando se dé vuelta la tortilla”.

-¿Cómo se vive el hecho de aplicar una pena sobre alguien, meterlo a la cárcel?
– Yo venía siendo juez desde 1968, así que ya estaba curtido. Yo diría que me sentía conforme pensando que si esta persona actuó de esta manera, por lo menos tuvo que pensar que si lo pillaban lo iban a castigar e iba a sufrir esa consecuencia. Era un hecho que habían asumido. No era nada que le fuera extraño. Eso de alguna manera me aliviaba la conciencia, por decirlo de alguna manera.

– ¿Qué parece la existencia de las cárceles para los militares, como Punta Peuco y el Penal Cordillera?
– Yo diría que en términos ambientales están mejor los de Cordillera. Está claro que por determinadas circunstancias hubo que poner a la cúpula de la DINA en cabañas y a otros, los de Punta Peuco, en un lugar que se asemeja mucho más a la cárcel común, pero sin que sea -ni por asomo- una cárcel común.

– ¿Se ha encontrado con alguno de los condenados, de esos que están gozando de la libertad en la calle? Nadie se le ha acercado a decirle algo.
– No.

Dolor ajeno

– ¿Cómo fue su relación con los familiares de las víctimas cuando tramitaba estos procesos entre 2003 y 2013? Lo digo por la legítima carga emocional que hay, como también por la suerte de exigencia del actuar de la justicia.
– Diría que hay varios aspectos. Primero en un caso cualquiera, citaba a los parientes de una víctima, no iba uno, sino el círculo familiar. Hablaba con ellos, qué se había hecho, en qué estábamos, cuánto faltaba para dictar sentencia, por ejemplo. Y quedaban satisfechos porque le gusta a la gente que -con todo derecho- lo mantengan informado. Sabíamos que no era una víctima que estuviera denunciando el robo de su auto o una billetera. Era algo más sensible. Mis actuarios ya sabían cómo debíamos tratar a estas víctimas. Sin embargo, distinto fue el caso cuando me correspondió conocer de las identificaciones erróneas del Patio 29.

– ¿Hablamos del llamado informe Glasgow? Ese que determinó que las identificaciones estaban mal hechas por el SML.
– Sí. Porque ahí reuní a los parientes en forma colectiva para darles cuenta de lo que se había hecho y haciendo y las alternativas que era lo más importante para mí. Que era, por ejemplo, que se dijera que los restos entregados fueran de sus deudos. El segundo caso, que no correspondía y había un error y había que devolverlos porque eran de otra familia. Y el tercer caso donde no se sabía si el resultado era bueno o malo. En esta situación el trato con los familiares es distinto. No es el burocrático del juez con el testigo. Es más intenso.

– Usted cumplió los 75 años y como manda la ley debió retirarse del Poder Judicial. ¿Se fue contento?

– Por ahí por agosto o septiembre del año pasado, sabía que tenía que jubilar en diciembre y me dije: aquí hay que poner los pies en la tierra y yo no alcanzo a terminar todas las causas que tengo. Me dedicaré a las que yo creo que son las más importantes y más delicadas. Y las saqué. Por eso cuando el y de diciembre, cuando me fui, quedé con la satisfacción de haber cumplido con mi meta y las que había fallado en los años anteriores.

Los amiguis de Pinocho

– Ahora que ya se fue del Poder Judicial ¿Cree usted que fue absolutamente connivente con la dictadura?
– Absolutamente.

¿Falta que pida perdón?
– Yo diría que como fueron actitudes individuales, no puede ser la institución la que responda por lo que el ministro tal o cual hizo en un determinado momento. Pero en mi caso, con los errores de identificación del Patio 29, como funcionario público, le pedí perdón a los familiares por esto que le causó tamaño caos en sus vidas.

¿Y hay impunidad en Chile con los militares acusados de estos crímenes? Se lo pregunto por la sensación, más allá de lo medible.
– Yo diría que falta mucho por hacer y no quisiera usar la expresión falta de voluntad, pero algo falta. Por ejemplo: que no se hayan nombrado más ministros para conocer estos casos; que los ministros de derechos humanos están integrando sala tres veces a la semana, por lo tanto son tres días que están dedicados a resolver, fallar y hasta redactar causas que no son de derechos humanos.

– Cuando el ya fallecido ministro Víctor Montiglio descubrió el centro de exterminio de Simón Bolívar de la DINA gracias al testimonio de Jorgelino Vergara, el mocito, ¿se sorprendió?
– Para todos fue una sorpresa. No el nombre de la Brigada Lautaro, porque eso sí lo sabía, pero no del recinto. Así que el aporte de él fue fundamental. Y de ahí uno puede pensar, cuántos más quedarán por ahí que falta un empujoncito para que cuente lo que sabe.

– Y a usted nadie le confesó.
– Jamás… jamás… jamás.

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