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Opinión

13 de Junio de 2014

Los Intocables: la Corrupción Mundial del Fútbol Brasileño

41 millones de dólares en sobornos por derechos de transmisión del Mundial en televisión, un periodista de la BBC asesinado y oscuros tratos de bienes raíces por 15 millones de dólares. La saga de corrupción y negocios sucios dentro de la Confederación de Fútbol de Brasil, CBF, se está transformando en una verdadera teleserie. Los actores principales: Joao Havelange, Ricardo Texeira y José María Marin. Un trío que ha sido ferozmente criticado por los dos últimos cracks del fútbol brasileño: Romario y Zico. Este último conversó con The Clinic.

Jonathan Franklin
Jonathan Franklin
Por

Fotos: Mortens Andersen

Los-Intocables
El fútbol brasileño está en crisis.

Los dos últimos años han sido difíciles. La Corte Suprema de Suiza publicó un documento en que se describía cómo dos de las instituciones más influyentes en el fútbol mundial han recibido millones y millones en sobornos. Joao Havelange, el ex presidente de la FIFA y miembro honorario de la institución, fue mencionado en lo que sonó como un gran escándalo de tongos y cohechos.

En la misma discusión apareció el nombre de su yerno, Ricardo Texeira, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). Ambos fueron acusados de haber recibido, aproximadamente, 41 millones de dólares en sobornos que pagó International Sports & Leisure, la compañía a quien la FIFA había concedido los derechos de transmisión de los mundiales del 2002 y 2006.

Después de las acusaciones ambos renunciaron a sus puestos pero las malas noticias continuaron acumulándose para la CBF. El entrenador de la selección brasileña, Mano Menezes, fue despedido antes de tener incluso la oportunidad de armar un plantel oficial. El año pasado ha sido incluso peor para los “padrinos” del fútbol brasileño. Dos de las más grandes estrellas en su historia, Romario y Zico, han hecho pública su crítica a la CBF. “La Confederación Brasileña de Fútbol es como un cáncer en la Copa Mundial”, dijo Romario, premiado por la FIFA como Jugador del Año en 1994 y campeón del mundo ese mismo año con la verdeamarelha.

En la actualidad Romario es un congresista socialista comprometido con la limpieza del fútbol brasileño. “La Copa Mundial (en Brasil) será el mayor robo de la historia”, anunció para presionar una investigación oficial del Congreso y auditorías externas para rastrear los billones de dólares en ingresos que generarán las distintas actividades mundialeras. Romario está tan convencido del multimillonario robo durante este mundial que ha transformado el tema en una cruzada personal. El “baixinho infernal” está empecinado en descorrer la cortina de secretos que protege a la Federación Brasileña de Fútbol. Para esto ha convocado una revisión general a la CBF por parte del Congreso.

Zico, otro grande del fútbol carioca, está menos interesado en revisar a la CBF que en el hecho de recobrar simplemente lo que para él es la magia del fútbol brasileño. “El mundo antes celebraba nuestro fútbol, nuestros jugadores, nuestras victorias. Ahora nuestros mejores jugadores están al otro lado del océano, muchos de ellos en la banca y el resto juegan todos de defensa”, dice Zico, el legendario centrocampo brasileño de los 80, conocido también como “El Pelé Blanco”. Cuando Zico, o cualquier otro brasileño dice “defensa”, siempre lleva un tono de desprecio.

La selección nacional, la aclamada pentacampeona del mundo, ha sido boicoteada, afirma Zico. En vez de escoger el mejor equipo para enfrentar al resto del mundo en el Mundial 2014, la CBF habría escogido deliberadamente jugadores para ser vendidos en el mercado futbolístico internacional. En vez de estructurar una dinastía se construyó una fortuna personal. Al analizar los nuevos reclutas de la selección Zico sacude su cabeza. “¿Él se merece ser seleccionado? ¿Ser vendido por un precio astronómico? Ahí está el problema, hay una cadena de ventas controlada completamente por empresarios”.

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Si le preguntas a Zico de quién es la culpa de la crisis en el fútbol brasileño, inmediatamente apunta el dedo a la CBF. “No espero nada de ellos, nada. Aparecen solo cuando hay un mundial”, declara Zico en una entrevista concedida a The Clinic en su academia de fútbol en el extremo sur de Rio de Janeiro. “Solo hay poderosos empresarios con intereses económicos, no hombres que quieren ver un mejor fútbol”, reclama.

Como un barco sin capitán, el liderazgo del comité organizador del Mundial 2014 ha sido arrojado al mar, una ola de escándalos por corrupción ha perturbado todo el orden, desde la agenda de los partidos amistosos hasta la batalla por los billones de dólares en utilidades que genera el fútbol en este carnaval de cada 4 años.

Los escándalos financieros en la Confederación Brasileña de Fútbol han arremetido desde múltiples frentes. Una investigación policial realizada a Ricardo Texeira vinculó al ex cabecilla de la CBF con una estrategia para estafar al gobierno a través del desvío de, a lo menos, 350 mil dólares de dineros estatales por un partido amistoso entre Brasil y Portugal que se jugó en Brasilia el año 2008.

Incluso al interior de la sede de la CBF ha existido controversia. En junio de 2012, la CBF anunció la compra de un deslumbrante complejo deportivo de 34,7 millones de dólares. El día después de la compra, sin embargo, el terreno sobre el que se debía emplazar el nuevo centro deportivo fue intercambiado, vendido y revendido en una serie de negocios express. De acuerdo con el periódico brasileño Folha de Sao Paulo, estas transacciones añadieron 15,3 millones de dólares al precio final pagado por la CBF. El medio de comunicación denunció los negocios poco ortodoxos como “sobrecobros”.

Mientras el mundo aún celebra el “jogo bonito”, en homenaje a la capacidad de los jugadores brasileños para realizar jugadas y goles imposibles, fuera de la cancha, los fans están preocupados, no hay alegría, algunos fans incluso, se han rebelado. Dos titulares de la prensa resumen la crisis: “Brasil ya perdió el Mundial” y “Hace mucho que no apoyo a la selección”.

Por más de 30 años la CBF ha sido un club privado de hombres, una organización machista capaz de gastar y lavar millones de dólares en jets privados, miles de dólares en almuerzos y sueldos, entre 50 y 200 mil dólares, divididos en distintas federaciones de fútbol de toda la nación. Pero como muchos negocios ricos en efectivo, controlados privadamente y con escasa regulación, la CBF comenzó a operar en lo que parece ser un mundo sin límites. La máquina de sobornos y gastos se salió de control. El líder de la Federación anfitriona del Mundial –CBF- y del Comité Olímpico Local, Ricardo Texeira, fue perseguido en Brasil, presionado por un par de reportajes aparecidos en medios de comunicación que sugerían negocios sucios en diversos lugares. En vez de invertir su tiempo en la infraestructura y los asuntos organizacionales del festival deportivo más grande del mundo, Texeira tiró la bomba de humo y desapareció en medio de una nube de escándalos por sobornos multimillonarios.

Ricardo Texeira fue, hasta antes de su caída, uno de los candidatos favoritos para convertirse en presidente de la FIFA, la autoridad máxima del fútbol internacional. Hoy es el ex presidente de la CBF y ha caído en desgracia. No obstante, mantiene un cargo de consultor que le proporciona un sueldo mensual de 59.400 dólares.

Texeira vive en una especie de exilio voluntario, a miles de kilómetros de su tierra natal. Para entrevistarlo estos últimos dos años, un periodista tuvo que viajar a Miami, manejar al norte por la ruta costera, hacia el distrito más caro del sector en un condominio privado llamado “The Polo Club”. Ahí Texeira capea la tormenta en una mansión de 7,4 millones de dólares con acceso privado a la playa: la casa tiene 7 piezas y 8 baños, según el registro de propiedad. Además, lo rodean un Porsche, dos Mercedes, un yate italiano de 2 millones de dólares anclado en su marina privada, interminables esculturas en metal y un séquito generoso de abogados. “Texeira actúa como un fugitivo de la ley”, dijo Juca Kfouri, un respetado periodista deportivo de Brasil. “Se está escondiendo, no puede volver”.
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Kfouri estaba equivocado, Texeira volvió. Según mucha gente su regreso se debió exclusivamente a los 30 millones de dólares que tenía congelados en una cuenta bancaria y tuvo que venir personalmente a retirarlos. A pesar de las deficiencias de Texeira, de las críticas que se le han hecho desde el fútbol brasileño, el nuevo presidente de la Federación Brasilera de Fútbol es peor aún.

José María Marin se apoderó de la CBF en 2012. A sus 79 años era sólo vicepresidente de la organización. Ex gobernador de Sao Paulo durante la dictadura militar, Marin es un hombre que vive cómodo y tranquilo entre las sombras. “José María Marin está directamente vinculado con los simpatizantes de la dictadura en Brasil. Dio discursos en público a favor del asesino, torturador y secuestrador Sergio Fleury. Apoyó movimientos que utilizaban la tortura, secuestro y muerte de cientos de brasileños”, dice Kfouri.

Recién asumido el control de la CBF, José María Marin se vio enredado entre su grandioso proyecto para construir un complejo de oficinas de 34 millones de dólares y su historia personal como simpatizante de la dictadura militar que gobernó Brasil desde 1964 hasta 1985.

Las autoridades que llevaron a cabo la “comisión de la verdad” – similar al Informe Rettig- sobre crímenes cometidos durante la dictadura, están investigando el apoyo prestado por Marin a la policía secreta que articuló, en 1975, el asesinato de Vladimir Herzog, un documentalista y periodista de la BBC, que además militaba en el Partido Comunista de Brasil. Herzog fue asesinado por la policía y unidades del servicio militar pocos días después de que Marin afirma eufórico en un testimonio público que algo debía hacerse con el presentador de noticias. Marin ganó aún más notoriedad cuando emitió una elogiosa declaración sobre Sergio Fleury, un policía sádico y corrupto conocido como “El Príncipe del Dolor” por su atención a los detalles de la tortura, ejecución y desaparición de ciudadanos brasileños en los 70. Algo así como apoyar a Krassnoff en Chile.

“Es un símbolo de todo contra lo que luchamos. Él está conectado con las personas que mataron a mi padre y otra gente que fue asesinada por sus ideales de un Brasil libre y democrático”, dice Ivo, hijo de Vladimir Herzog, el periodista que, antes de ser asesinado, fue salvajemente torturado. “Y ahora este tipo – José María Marin – es un personaje clave de nuestro país”. Cuando se le preguntó sobre Marin, que será la cara anfitriona cuando comience el Mundial en junio, Kfouri dijo: “Marin es una vergüenza, necesita ser olvidado, no homenajeado. Es un político de la vieja escuela, piensa que las malas noticias se relegan, que la gente olvida, no creo que eso le vaya a funcionar esta vez. No si Romario está haciéndole frente”.

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Romario todavía tiene el poder de una estrella para cambiar la historia del fútbol. Conocido como “el Baixinho Infernal”, la superestrella de 1.67 metros siempre ha sido una leyenda en Brasil. En la cancha era el delantero campeón, líder en la tabla de goles para la selección que ganó el Mundial del 94. Fuera de las canchas logró conquistar a las mejores mujeres del país. En algún punto Romario tuvo tanto sexo que, aparentemente, hechizó al resto del equipo y hubo que llamar a médicos brujos para resolver el problema, la selección estaba perdiendo muchos partidos y le pidieron que bajara el ritmo.

Pero Romario no baja el ritmo. Fue un showman en la cancha, fuera de la cancha, bajo las sábanas, sobre las sábanas y ahora en las tribunas del poder político. “Generalmente cuando un futbolista se mete en política, lo hace para mantener un sueldo alto sin mucho esfuerzo”, dice Kfouri. “Pero Romario, si escuchas sus discursos y sus ideas, te das cuenta que está tratando de cambiar el fútbol para siempre”.

Kfouri argumenta que toda la administración del fútbol nacional en Brasil funciona con una lógica de beneficios a corto plazo. ¿Quién es la principal víctima de estas políticas, entonces? “Principalmente los fans”, dice Kfouri, “no reciben el fútbol que se merecen, lo harían si las cosas se hicieran de manera limpia. Creo que si el fútbol brasileño fuera tratado con profesionalismo y transparencia estaría más cerca de la grandeza. Pero hoy está lejos de eso”.

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Para entender mejor el punto de vista de la CBF, solicité una entrevista con el jefe de comunicaciones, Rodrigo Paiva. No obtuve respuesta, entonces fui a sus oficinas para pedir una consulta breve. Esperé 2 horas en el lobby de la CBF, ubicado en el lujoso barrio de Rio de Janeiro llamado “Barra de Tijuca”.

Esperé y esperé rodeado de palmeras, fuentes y del confort estéril que ofrecía el parque privado de la oficina. Ningún personero oficial de la Confederación más poderosa del fútbol está dispuesto a hablar con un periodista. Cuando comenzamos a filmar la oficina por fuera, los guardias nos rodearon como un enjambre y nos dijeron que era ilegal. Les hicimos notar que estábamos grabando desde una calle pública, nos dejaron tranquilos, mirando desde una distancia prudente.

Todo lo que quiero son 15 minutos con José María Marin. Después de todo él es el jefe del fútbol brasileño y, desde la apertura del Mundial en adelante, se convertirá en la figura representante de Brasil en todas las ceremonias. Pero las relaciones entre la CBF y el periodismo no podrían estar peor. La CBF ha amenazado de manera rutinaria con expulsarlos de la cobertura de fútbol si sus artículos no apoyan a la Confederación. “Convertiré tu vida en un infierno”, dijo un miembro del directorio de la CBF a un equipo de periodistas británicos que los estaban investigando.

Mientras guardias armados y secretarias impenetrables se niegan a dejarme pasar a las oficinas de la CBF, comienzo a conversar con un joven jugador de fútbol, está esperando afuera de las oficinas. Allyson de Oliveira (18), un joven delantero, explica que viajará a Portugal esta misma noche para una prueba, una oportunidad única para escapar de la pobreza que aún priva a millones de brasileños de las necesidades básicas como vivienda, comida y agua potable. De Oliveira está haciendo unos trámites de último minuto para el viaje. Sentado en el lobby por horas, veo desfilar una gran cantidad de futbolistas adolecentes en hawaianas y shorts.

Cada año la CBF exporta más de 1.000 jugadores profesionales de fútbol. Se van de Brasil y juegan en el extranjero en todo tipo de equipos, desde la primera división alemana hasta la cuarta división en Polonia. Cada 8 horas un jugador de fútbol se sube a un avión en Brasil con su contrato en la mano para jugar en el extranjero. Es equivalente a exportar un equipo completo a la semana y aproximadamente 100 al año.

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Este tipo de exportación poco tradicional, una provisión aparentemente infinita de talento, de nuevas estrellas del fútbol, le ha valido a Brasil el respeto y temor de sus fans en todo el mundo. Pero es también este eterno flujo de jugadores lo que produce millones de dólares en efectivo para la CBF. Si a eso se añade los cientos de millones que aportan la televisión, boletos, merchandising, el resultado es un negocio que entrega billones de dólares al año, de los cuales un porcentaje importante se lo lleva la CBF que, por décadas, había mantenido el asunto bajo control mediante una mafia insular que había gobernado con un sistema de jerarquía feudal, estableciendo decretos, recolectando impuestos y comportándose como si no tuvieran que rendirle cuentas a nadie. Lo que era cierto.

Hoy la CBF está mal. Con el caos en su punto más álgido la ayuda llegó desde el rincón menos esperado: Vladimir Putin. El líder ruso ofreció tomar control de los partidos, desplazar todo el show a Rusia y limpiar el desorden. Y cuando Putin parece el tipo bueno, es probable que las cosas se hayan salido de control.

Después de haber desperdiciado dos tardes en la sede de la CBF, sin conseguir declaraciones de nadie, decidí cambiar el foco de mi investigación sobre fútbol brasileño. En vez de jefes en sus oficinas de vidrio con aire acondicionado, me iría al otro extremo, el fútbol callejero de Río. Entraría a favelas, las zonas de 24 horas diarias de pichanga, a conocer la verdadera esencia del fútbol brasileño. En las favelas se celebraba el día de la madre con campeonatos y cerveza Skol fría.

Las canchas de Botafogo -en el borde de las playas de Rio- están iluminadas desde que el sol se pone a las 5 de la tarde hasta que, 12 horas después, amanece. A modo de fotografía de la pasión brasileña por el fútbol, decidí pasar una tarde entera mirando las multitudes ir y venir. Fue fascinante. Casi nunca vi a nadie usando zapatos. Las canchas tenían grietas y los jugadores llegaban en oleadas. Un grupo de meseros llegó a las dos de la mañana, se sacaron el uniforme del restorán y, sin poleras ni zapatos, empezaron a atacar como si vinieran despertando de un sueño reponedor, sin dar señales de venir saliendo de un turno de 12 horas seguidas.

El juego es rudo. Empujones, golpes, patadas y gritos, si cierras los ojos se escucha como una pelea en un bar. Pero no hay árbitro y tampoco se necesita uno. El fútbol es gobernado por una política comunal, un indicador claro de que nadie necesita asesoramiento externo para explicar las reglas de la religión nacional.

En julio del 2013 en el estado de Maranho, estas leyes callejeras se salieron de control totalmente en un juego con árbitro en que éste le mostró a alguien una tarjeta amarilla. El jugador trató de acuchillar al árbitro, pero antes el árbitro lo mató de un disparo en la mitad de la cancha.

El público decidió que el árbitro también merecía una especie de doble tarjeta roja, así que se metieron en la cancha, lo mataron, le cortaron la cabeza y la clavaron en un palo que quedó a vista de todos en la cancha. Pero aquí en Botafogo a nadie le están cortando la cabeza, al contrario, está haciendo gala de aquel indiscutible estilo que hace tan famoso al fútbol brasileño.

Veo a un jugador hacer un golazo que parecía imposible, llevó la pelota de principio a fin de la cancha, entre fintas y trucos que terminaron con un tiro potente que se clavó en la esquina inferior izquierda del arco. “¿Juegas profesionalmente?”, le pregunté ingenuamente al jugador. Me miró a los ojos y dijo “cuando sueño”. Luego me contó que trabajaba como repartidor en bicicleta, llevando hielo y cerveza a los quioscos y almacenes que atienden turistas en las playas de Rio. Gana 15 dólares diarios, algunas veces 20. En la cancha es una estrella, en la vida real solo otro repartidor anónimo. Pero cuando Leandro (21) entra a la cancha, su sueño se hace realidad. “Este es el fútbol de verdad, con los amigos”, dice mientras promueve la verdadera alegría de jugar fútbol amateur. “Para ser feliz solo necesito a mis amigos, los profesionales en cambio, necesitan plata”.

El único público de Leandro es un par de docenas de personas que se pasean por las canchas de fútbol a medianoche. Sus goles solo los graba en su memoria. Ni siquiera hay alguien grabando sus pequeñas glorias con un celular. Pero la celebración simple de un gol perfecto, compartir una cerveza fría, los partidos que empiezan a las 4 de la mañana, donde veo la prueba real de que, a pesar de los problemas de los altos mandos, la pasión brasileña por el fútbol es indestructible. Pese a esto, ¿puede Brasil sobreponerse a los obstáculos de reunir un equipo para ganar el Mundial?

En Las Vegas, donde el frío dinero se transa en probabilidades y está desprovisto de pasión y sentimiento, el favorito para ganar el Mundial es Brasil. Si logran conseguir esa misión histórica y ganar por sexta vez la Copa, será el triunfo del amor callejero por el deporte sobre las desproporcionadas malas prácticas que derivaron en millones de dólares apilándose en las cuentas bancarias privadas de esos tipos que viven en oficinas de vidrio, con aire acondicionado, en las que los periodistas no son bienvenidos.

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