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Planeta

9 de Agosto de 2014

Una temporada cosechando marihuana en California

Mientras el último estudio del Senda reveló que el consumo de marihuana en escolares aumentó en 57% y en el país se discute si es conveniente despenalizar el autocultivo de marihuana, en otros lugares del mundo, como California, se cosechan toneladas de marihuana cada año. Joaquín, un joven geólogo de 26 años, viajó a la meca del cultivo a podar cogollos y vivió en una comunidad. Ganó un millón y medio de pesos en 25 días el año pasado.

Por
Joaquín y el trabajo soñado de los volados - Alejandro Olivares

Foto: Alejandro Olivares

“Después de avanzar 40 kilómetros por un camino de tierra, llegamos al campo de noche, estaban todos acostados. Cuando entré a la casa, lo primero que vi fue una cola de siete centímetros arriba de un mesón. Una cola más grande que un pito santiaguino. La agarré para fumarla, pero mi hermano me miró con cara de desprecio y sacó una bolsa de basura repleta de cogollos. Chucha, yo venía de un ritmo diferente; de fumar hojas. Allá hasta el suelo estaba lleno de cogollos sueltos.

Llegué porque mi mamá es amiga de “Love”, una mujer de cincuenta y tantos que trabaja como enfermera y vive en una granja donde cultiva marihuana 100% orgánica hace más de veinte años. Tiene una tarjeta médica que la autoriza a cultivar marihuana con fines medicinales. Love ni siquiera fuma, no está ni ahí.

El campo funciona como una comunidad en que cinco familias amigas tienen sus casas y sus jardines con plantas escondidas en distintas partes del terreno. No son filas y filas de marihuana como uno se imagina, hay como diez jardines con distintas cepas y todos tienen un poco más de diez plantas. En la entrada hay un invernadero con plantas de cinco metros de altura. Se cosechaban con escaleras. Cada rama era como una planta normal para nosotros.

El único momento en que trabajan con gente ajena a la comunidad es en octubre, para la manicura. El año pasado éramos como 15 manicuristas que trabajábamos para toda la cooperativa. Mi hermano de 18 era el más chico, después venía yo con 25, una australiana y un francés de treinta y algo y, los demás, eran amigos gringos de Love que tenían entre cuarenta y cincuenta. A todos nos pagaban 200 dólares por libra de cogollos secos, algo así como medio kilo. Yo era pésimo, el primer día todos hicieron el doble que yo. En mis mejores días hacía una libra. Es que los dejaba preciosos.

Todas las mañanas preguntaban quiénes iban a trabajar. Nada era muy estricto, uno podía decidir no trabajar algunos días, pero no vai a pasarte hueviando porque igual querís ganar plata. Nos poníamos guantes quirúrgicos y empezábamos a podar como a las diez de la mañana.

La manicura es acicalar el cogollo, como podar pero más específico. Cada uno tiene una cantidad de ramas y corta pompones que después se podan con tijeras. Hay todo tipo de tijeras. Las largas y puntudas son las mejores para hacer incisiones en el cogollo sin dañarlo. La técnica es mantener el movimiento de corte continuo en la mano derecha y girar el cogollo con la izquierda.

Las hojas las botan, es que eran demasiadas. Creen que no vuelan, ni siquiera las ocupaban para cocinar; tiran los cogollos al sartén.

La cosa funcionaba como un matriarcado: las mujeres dormían en la casa y los hombres en carpas. Cada cierto tiempo alguien de la comunidad iba al pueblo a comprar comida para todos con plata que después poníamos de nuestras ganancias. Hacíamos turnos para cocinar y comíamos todos juntos.

Los pitos salían todo el rato. Cuando alguien quería fumar se enrolaba una hueá gigante y el que quería fumaba. Era un festín a la romana. Sacabai de todos lados, se caían de los libros. Era una hueá absurda. Da lo mismo cuánto fumai, es tu decisión porque es tanta que no van a perder plata por lo que fumes. Yo fumaba mínimo cinco veces al día. Cataba, pero ni cagando adquirí conocimientos, si son infinitas plantas. Blueberry, White Shark, Jack Herer, Blue Diesel, Bubble Hash. La mejor marihuana que probé: Green Crack. Un sabor impresionante con una volá fuerte pero buena onda. Al ritmo que yo estaba, casi invencible a todo tipo de mota, esa seguía siendo muy fuerte. Igual al final ya es desgastante, no podís fumar todo el rato porque trabajas más lento y dejas de ganar plata.

Cuando ya están listos los cogollos, se secan con ventilador y se empaquetan. La bolsa de una libra la venden a dos mil dólares.

Lo que recaudaba cada uno de los manicuristas estaba anotado en un libro negro. Yo estuve como 25 días y mi número final fue 15 libras, o sea, gané como un millón y medio de pesos chilenos. Imagínate, todos quieren trabajar en esto, pero no es llegar y hacerlo. De partida, yo tengo la nacionalidad, además estaba apitutado. Los pueblos donde se rumorea que hay granjas de marihuana se llenan de hippies mochileros y no hay trabajo para todos.

A pesar de que hay legalidad, la hueá es difusa, ni los pacos se saben bien las leyes. Ha pasado que llegan helicópteros o pacos por tierra y empiezan a pedir tarjetas y revisan la cantidad de plantas que hay. Y todos tienen más plantas de las que pueden, obviamente. La comunidad está organizada: tienen plantas en maceteros, si llega un paco se llaman por teléfono y las esconden. Hay historias de gente que ha tenido que tirar las plantas gigantes al río.

Esta manera de cultivo es la que yo conocí y, aunque debe haber unos más industriales, yo creo que así debería ser en todos lados. Es hermoso. Las relaciones giran en torno al respeto y la buena onda.

Un día, uno de los viejos estaba de cumpleaños. Ese día se trabajaba hasta las 3, porque había fiesta. Habían chocolates de honguitos alucinógenos con forma de corazón, gotario de ácido, lo que quisieras. Era una fiesta psicodélica. Me comí un chocolate a medias con mi amiga australiana y seguí trabajando. De a poco empecé a bajar los cambios y de repente ya estaba viajando. Agarré una guitarra y subí el monte hasta una tina al aire libre que había. Me encontré con mi amiga. Ella había llevado la flauta. Ahí empezó un romance muy lindo. Después de un rato volvimos a la casa, el efecto se estaba yendo y todos los de la casa estaban en plena volá, así que nos tomamos una gotita de ácido para ponernos a tono. Pasó el rato y yo pensé que no me iba a volar, así que me pegué un bongazo. y me puse a tocar guitarra. De repente sentí que mis dedos se derritieron encima de las cuerdas, nunca había sentido la guitarra así. Podía tocar como nunca. Nos quedamos conversando. Vimos salir la luna, la vimos ponerse y empezó a salir el sol. Me quedé dormido y me desperté un par de horas después. ‘Este día no trabajo ni cagando”, dije.

Por Greta Di Girolamo y Martín Espinoza

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