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Nacional

2 de Octubre de 2014

Los últimos días de Sergio Landskron

Tras abandonar la cárcel, luego de casi cinco años de reclusión, Sergio Landskron trabajó de vendedor en el local de un tío, vivió en un departamento solo y tuvo una moto. Todo lo dejó por la pasta base. Esta es la historia de un joven que empezó a consumir drogas a los 15 años y que pese al esfuerzo de su familia jamás pudo abandonarla. “Es una víctima del sistema de este país de mierda en que estamos viviendo, donde el Estado no ha podido cortar de raíz con la pasta base en las poblaciones”, dice su padre.

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-¿Usted es el padre de Sergio Landskron?- preguntó el policía de civil.
El padre, del mismo nombre que su hijo, asintió con la cabeza y en una fracción de segundo creyó adivinar lo que le dirían.

-Su hijo falleció porque andaba poniendo bombas- soltó el carabinero sin la menor delicadeza.

Landskron quedó en shock. Sabía que en cualquier momento alguien podría golpear a su puerta y decirle que el Checho había muerto, pero no por las razones que acababan de restregarle en las narices. “Siempre imaginé que alguien podía llegar y decirme que había muerto por sobredosis, atropellado o en una riña, pero nunca involucrado en un caso de bombas, como un anarquista o algo así”, explica.

El hombre retrocedió hacia el living, se asomó por una de las ventanas y recién ahí dimensionó el nivel del operativo. El pasaje lo habían cerrado y estaba plagado de policías, radiopatrullas y equipos tácticos para desactivar bombas. Alrededor de un centenar de efectivos. El operativo duró 45 minutos. De la pieza donde dormía su hijo –los pocos días que estuvo en la casa- incautaron ropa, unos computadores viejos, un chip de un celular y un aparato móvil. La policía no le entregó más detalles. El Checho, como le decían a su hijo en la casa, había muerto en la calle, como tantas veces imaginaron. Su vida, como una cruel paradoja, había sido una bomba de tiempo. Una bomba que estalló de una manera que nunca imaginaron.

Libertad
Las dos prendas volaron desde la ventanilla trasera del vehículo en marcha: primero la chaqueta y después el chaleco. Luego, asomando la cabeza por la ventana, gritó a todo pulmón: “¡Libreeeeee!”. Sergio Landskron Silva acababa de abandonar la cárcel y viajaba junto a sus padres a Santiago desde la cárcel de Rancagua. Atrás había quedado su condena por robo con violencia que lo había mantenido tras las rejas por casi cinco años. En su hogar, ubicado en la villa El Tololo, en La Pintana, lo esperaban sus tres hermanos menores. La familia había preparado la bienvenida hacía días. Su padre le fabricó una cama para que durmiera y su madre se preocupó de comprarle ropa.

-Le compré perfume, una colonia Old spice, poleras, pantalones, bóxer, calcetas y zapatos. Fuimos a Meiggs- recuerda Ana Silva, su madre.

Checho, como le dicen en la casa, compartió el asado que le tenían preparado y le prometió a sus padres, una vez más, que iba a cambiar y que los cuidaría a ambos cuando estuvieran viejos. Las expectativas de una nueva vida, alejado de las drogas, tenían a la familia con esperanzas. Una ilusión que, pese a las constantes recaídas del hijo mayor, jamás perdieron. Tampoco Sergio dio muestras de retroceder a un pasado que lo mantuvo atado a las drogas desde los 15 años en una comuna donde, según la Subsecretaría de Prevención del Delito del Ministerio del Interior, solo en el año 2010 se incautó más de 170 kilos de pasta base y se registraron 1668 detenciones por infracción a la ley 20 mil.

Un lugar donde el 76% de la población vive en estado de pobreza y más del 90% de las viviendas son básicas según datos proporcionados por el mismo municipio. A una de estos departamentos llegaron los Landskron Silva, provenientes de Cerro Navia, en el año 1997. La misma vivienda donde a Sergio lo recibieron cuando salió de la cárcel el 8 de julio de este año. El asado lo hicieron en las escaleras comunes del block, compartieron hasta tarde y Sergio se fue a acostar a la pieza que le habían arreglado sus padres. Estuvo cuatro días compartiendo con la familia. Sacó a pasear a su hija de 6 años, Josefa, le compró helados y antes de marcharse a trabajar con un tío en una tienda de computadores, en la calle San Diego, le prometió que irían juntos a un concierto del reggaetonero Nicky Jam.

Vendedor
“Llámame te amo, tu mamá, me tienes preocupada, cómo estás”, fue el mensaje que escribió al celular de Checho, su mamá, el domingo 7 de septiembre. Sergio Lankskrom no le respondió. Dos días antes había ido a una parrillada y subió una foto a Facebook. El mensaje adosado a la imagen decía: “Disfrutando una rica parrillada con la G.”. Esa noche fue la primera gran recaída en las drogas de Landskron y la primera ausencia que tuvo al trabajo desde que salió de la cárcel. Alcanzó a estar un mes y medio limpio. El mismo tiempo que alcanzó a durar la ilusión familiar.
Durante aquel periodo Landskron vivió en un departamento amoblado que le pasó un tío, el mismo que le ofreció trabajo, en la comuna de Renca. Incluso, recuerda su padre, su hermano -que en rigor las oficiaba de tutor- le pasó una moto para que se movilizara.

-Le estaba descontando cincuenta mil pesos por arriendo y otros cincuenta por las cosas que le había comprado- cuenta el padre de Sergio.

Landskron trabajaba de vendedor en la tienda y su desempeño hasta entonces había sido correcto. Tanto así, asegura su padre, que a su hermano le subieron las ventas. “Por lo chicharra, pinta y desplante que tenía”, precisa.
A tal punto llegó la confianza en el joven de 29 años que su tío lo puso a prueba mandándolo a depositar al banco 3 millones de pesos en efectivo. Checho volvió con las boletas de depósito, intentando recuperar el crédito de sus cercanos. Su padre y su madre fueron a visitarlo varias veces a su nuevo hogar.

-Estaba todo impecable, limpio. Me metí de puro curiosa al refrigerador, pensé que tenía cervezas y quedé plop. Tenía leche, yogurt, fibras. Los muebles llenos de mercadería- cuenta Ana Silva, su madre.

El sueño de Landskron era transformarse en personal trainer. Por eso tenía pesas en la casa e intentaba comer sano. Se proyectaba para estudiar el próximo año. Los anhelos, sin embargo, tropezaron con los mismos fantasmas de siempre.

Su cita con G., una mujer que conoció en la cárcel, supuestamente profesora de Sergio en el penal, marcó el comienzo de su retorno a las drogas. Su padre cuenta que luego de compartir en una local de parrilladas, donde su hijo se habría tomado hasta el vino de su acompañante, ambos se marcharon al departamento de Sergio. La versión, asegura, se la contó la misma mujer.

-Resulta que llegaron, el Checho estaba medio mareado, ella le ofreció una pastilla para dormir y este huevón se tomó seis. Ahí como que subió y le dieron ganas de tomar más copete. Salió y luego regresó con más trago. Se le calienta el hocico, vuelve a salir, y se lanzó a la vida- relata su padre.

Antes de marcharse Landskron habría sacado el celular de su pareja y un computador de él. Horas más tarde, el sábado en la mañana, otro de sus tíos que lo pasaba a buscar todos los días para ir al trabajo, lo pilló tirado en una plaza. El hermano de su padre le dijo “Checho, ándate para la casa, mira como estai” y éste le habría respondido “qué se mete usted”. Su tío parte al local sin él y su hermano le dice que vuelva a buscarlo. Una vez en el negocio su tío, el mismo que le había pasado el departamento y le ofreció trabajo, le pidió las llaves de la casa y le solicitó que retirara sus pertenencias del lugar. Antes de irse le dijo que volviera donde sus padres y que si quería volviera a trabajar el día lunes.

Landskron regresó a buscar sus cosas y desapareció del mapa tres días.

“En la volá”
Los mensajes desesperados de su madre continuaron el día domingo: “Te llamé, cómo estás, te amo, bendiciones, un beso tu mamá”. Landskron, no dio señales de vida. Su padre, curtido por los desengaños, fue duro con su esposa. “Tení que quedarte tranquila, este hueón o va a volver a la cárcel, o va a amanecer tapado con diarios por ahí”, le dijo. Ana Silva se encogió de hombros y, en su desesperación, llegó a ver la cárcel como una solución menos dolorosa. “Al menos ahí puedo verlo cuando quiera”, reflexionó.

Landskron finalmente apareció el martes 9 de septiembre en el departamento de sus padres en La Pintana. Venía desaliñado y con un vistoso cordón amarrado a la cintura para sujetar sus pantalones.

-Venía negro, pa la cagá, flaco. Mira como andai Checho, estai marcando ocupado- le dijo su padre luego de abrirle la puerta.

-No sé qué me pasó, me fui en la volá, si estaba re bien- respondió.

-Ya, anda a bañarte- le dijo su padre.

Para los Landskron Silva la recaída de Sergio era una más dentro de su historial. Desde los 15 años que su adicción se transformó en un karma familiar. Las primeras pistas de su verdadero estado las descubrió su madre. “Siempre se me desaparecían las antenas de la tele. Una vez encontré una con un alambre adentro y lo encontré raro. Fui donde un volao del barrio y le pregunté. Eso es para fumar pasta, me dijo” recuerda.

Su madre, espantada con la noticia, le comentó a su esposo en qué andaba Checho. El padre en un comienzo estaba incrédulo. Luego se rindió ante las evidencias. A Landskron lo internaron por primera vez a los 16 años en el centro de rehabilitación San Francisco de Asís de la fundación Paréntesis.

-Estuvo como un año, iba de lunes a viernes y se graduó con honores. Incluso salió en un reportaje del Buenos Días a Todos- recuerda Ana Silva.

Sergio, sin embargo, pronto volvió a las pistas. En esa misma época, para salir sin recriminaciones del hogar, sacaba a pasear a sus hermanos chicos y les decía que lo acompañaran a visitar a un amigo del colegio. Bastián, uno de sus hermanos, recuerda que recorrían las poblaciones del sector y que Checho le decía: “Espérame acá, voy a esa casa del frente a hablar con mi compañero y vuelvo, estaba un ratito y después regresaba”. Con el tiempo descubrieron que era un lugar donde vendían pasta base.

Ana Silva estaba tan desesperada con la adicción de su hijo y sus constantes ausencias, que en ocasiones se prolongaban durante meses, que una vez decidió encadenarlo a la cama para que no se arrancara. “Lo tuve así un día entero, le llevé la comida y hasta la bacinica para que hiciera pichí”, recuerda.

Todas las medidas fueron insuficientes. A Landskron lo internaron por segunda vez en Chiloé y a su regreso volvió a recaer. Una vez, recuerda su padre, lo pilló justo cuando intentaba lanzar una caja con 500 mil pesos desde la ventana que la familia había ahorrado para comprarse un auto.
-Yo trabajaba en la construcción, venía llegando y justo lo cacho. Le saqué la cresta, casi lo mato a palos. Nunca, eso sí, dentro de su volá, me respondió o le faltó el respeto a su mamá- cuenta Sergio Landskron padre.

Luego de su último regreso a casa, el 9 de septiembre, todos los fantasmas del pasado volvieron a aparecer. El padre de Sergio le dijo que se quedara en la casa, se recuperara un par de días y volviera donde su tío a pedirle disculpas “por el condoro que se había mandado”. Desde ahora en adelante, le advirtió, “vas andar conmigo para todos lados”. Nuevamente sus padres le compraron ropa y Sergio volvió a prometer lo imposible.

Pellejerías
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Esos días en la casa, los últimos días que la familia estuvo con Sergio antes de morir, su padre le ofreció hacer unas asaderas para vender en la feria antes del 18 de septiembre. Tenía unos tambores en una bodega y ambos fabricaron las parrillas. Allí, mientras soldaban, su padre comenzó a interrogarlo sobre sus prolongadas estadas en la calle. Se enteró que dormía en la Quinta Normal y que recorría Cerro Navia y Renca en sus andanzas. Siempre macheteando para poder sobrevivir. “Se quedaba cerca de la iglesia de Lourdes, siempre andaba solo, no era de tener amigos”, dice su padre. También le confesó sobre algunos robos esporádicos en los alrededores de Matucana, como el que realizó el año 2008 en un quiosco y por el que fue detenido por robo en lugar no habitado. “Huevás de mendigo”, agrega su padre. Pellejerías que también le reveló a su hermano Bastián.

-Una vez quería dormir y buscó bolsas grandes en la basura, desocupó una y se metió adentro para no mojarse. Se quedó dormido y al rato despertó asfixiado, con el corazón a mil. Me contó que estuvo a punto de morir ahogado dentro- recuerda.

Landskron estuvo en total cuatro días en la casa de sus padres luego de su recaída. A punta de empanadas y mariscos su madre le devolvió sus colores al rostro. Luego de fabricar las parrillas con su padre salió a trabajar con otro de sus hermanos, quien le pagó 10 mil pesos luego que regresaron al hogar. Sergio se fue a bañar mientras sus hermanos jugaban play station en el living. Alrededor de las 11:30 de la noche le preguntó a su madre si quería fumar. Ella le respondió que sí. “Voy a comprar cigarros”, le dijo. Nunca más volvió.

-Fue el último día que lo vimos hasta que nos lo entregaron en un cajón- dice Ana Silva.

Su padre asegura que con los diez mil pesos en el bolsillo se entusiasmó y partió a comprar pasta a un campamento cercano a la casa. “Ahí desapareció del mapa hasta el día que lo entregaron”, cuenta.

Varias personas se acercaron a la familia comentando que lo habían visto deambulando en poblaciones cercanas.

Rumores a los que estaban acostumbrados y que al igual que otras veces los hicieron pensar lo peor. Esta vez, sin embargo, el asunto iba en serio. A la 1:30 de la madrugada del jueves 25 de septiembre Sergio Landskron encontró a la muerte oculta adentro de un paquete sospechoso en el barrio Yungay. La policía llegó pronto al lugar, acordonó la calle y no le prestó auxilio inmediato porque el cuerpo, aún con vida, presentaba otro bulto adosado. Las primeras noticias hablaban de un acto terrorista de orientación ácrata. Con el correr de las horas la policía descartó que el perfil de Sergio Landskron fuera el de un miembro de una organización anarquista. Probablemente, dicen sus padres, se acercó al bolso buscando encontrar algo para vender. Otra hipótesis, aseguran, es que le hayan pagado para manipular el artefacto explosivo. En ambas, sin embargo, las motivaciones serían las mismas: las precarias condiciones de vida de un joven drogadicto en situación de calle. Sus padres interpondrán una querella en los próximos días contra quienes resulten responsables por la muerte de su hijo, por la filtración de fotos desde la Posta Central y una eventual negligencia de Carabineros por no prestarle la ayuda necesario mientras se quemaba en la calle. Su hijo, afirma Sergio Landskron padre, no solo fue víctima de un bombazo: “Es una víctima del sistema de este país de mierda en que estamos viviendo, donde el Estado no ha podido cortar de raíz con la pasta base en las poblaciones”.

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