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Opinión

3 de Septiembre de 2015

Editorial: Errores sí, horrores no

Los que votamos por Bachelet y sus alrededores no queremos dejar de crecer, muy por el contrario, lo hicimos pensando que hay una inmensa mayoría ansiosa por pegarse un estirón. Es cierto, las cosas se han hecho de manera desprolija, pero este gobierno deficiente es el único en las últimas décadas que se atrevió a patear con fuerza, y quizás con los ojos cerrados, la pelota al arco de la comunidad.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-610
“El poeta maldito se entretiene tirándole pájaros a las piedras”, dice Parra, mientras que los malditos, cuando no son poetas, lo único que quieren es plata. Nadie votó por la Bachelet para hacerse rico. Quizás, uno que otro político abusador vio en su campaña la manera de ganarse unos pesos de más, pero a la gran mayoría de sus votantes los movió la idea de un país más justo. Ella hizo eco de una demanda que entonces sonaba fuerte, aunque no necesariamente claro. Chile, concluimos muchos, entraba en un proceso de reformas necesarias. El acuerdo iba desde la Democracia Cristiana hasta grupos de izquierda que, si no la votaron, fue porque les parecía tibia en su énfasis transformador. Su fuerza motriz no se llamaba “crecimiento económico”, sino “igualdad”. Nadie en Chile, salvo un par de delirantes buenos para la cita y malos para leer, pensaba en una revolución. El país había crecido mucho durante las últimas décadas, los pobres de antes no eran los de ahora, ni la clase media era la misma, pero todo indica que la fuerza de los intereses sí. A diferencia de lo que venía sucediendo en la era concertacionista, el entusiasmo nubló el cálculo, la convicción al razonamiento y la urgencia a la precisión. Las cosas no se hicieron bien: faltó capacidad de análisis, vino “la venganza de los nerds”, el desprecio por la experiencia, y la maquinaria pesada como metáfora confesa de la falta de sofisticación. Resultado: un gobierno “a la brutanteque”, más ganoso que reflexivo. La cordura de los de antes, sin embargo, nunca hubiera emprendido esta “locura”. ¿La necesitábamos? Yo creo que sí. En Chile son muchas las capacidades abortadas, las modernidades pendientes, las sensibilidades que exigen un lugar, los diálogos nuevos que pujan por producirse. La lógica de la ganancia y de la rentabilidad está desbordada. Los que votamos por Bachelet y sus alrededores no queremos dejar de crecer, muy por el contrario, lo hicimos pensando que hay una inmensa mayoría ansiosa por pegarse un estirón. Es cierto, las cosas se han hecho de manera desprolija, pero este gobierno deficiente es el único en las últimas décadas que se atrevió a patear con fuerza, y quizás con los ojos cerrados, la pelota al arco de la comunidad. Ahora corresponde arreglar una reforma tributaria que quedó mal hecha, pero ya nadie se atrevería a postular que renuncie a los 3 puntos del PIB en que subió la recaudación. La reforma educacional tiene multitud de detalles por acordar, pero a partir del próximo año, serán cientos de miles las familias que dejarán de pagar por mandar a sus hijos al colegio, y otras muchas las que podrán escoger entre más escuelas, sin calcular si les alcanza el sueldo. Falta demasiado, pero hemos dado un paso gigante en el reconocimiento de que la buena educación de los niños de Chile es un problema de todos. Hoy, hasta sus críticos más de derecha se escudan en el reclamo por una mejor educación pública, cuando recién ayer soñaban con abolirla. Ya nadie duda siquiera que tendremos nueva Constitución, así falte por resolver cómo se llevará a cabo y cuánto tardemos. Los chillidos destemplados son la última pataleta del fanatismo neoliberal. Los reclamos calmos, en cambio, la constatación insoslayable de que estos ajustes no se hacen de un día para el otro, aunque de un día para el otro tenían que partir. Habrá que considerar también la caída en el precio del cobre, el alza del dólar, el desplome de Brasil, la desaceleración china, etc., etc., a la hora de precisar los ritmos y planificar la ruta… pero el barco, zarpó. El resto es chimuchina pura, de esa que suena fuerte cuando hay vacíos de poder: una mujer golpeada, un gobierno descoordinado y ambiciones políticas que buscan aprovechar la coyuntura, reclamando por el desorden que ellas mismas alientan. Nada grave sucede aquí, salvo para los que ansiaban que todo siguiera igual.

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