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Opinión

27 de Septiembre de 2015

Óscar Osbén: “Una persona que se crió en ese nido de ratas, tiene la formación de las ratas”

Fue secretario personal de Diego Ossa y uno de sus más fieles seguidores. En el 2003 dijo haber sufrido un abuso de parte de él y siete años después, cuando estalló el caso Karadima, le contó al fiscal Xavier Armendáriz todo lo que pasó. En su defensa, el cura reveló una serie de correos electrónicos donde él le solicitaba dinero y estuvo a punto de ser acusado de extorsión. El escándalo le trajo problemas familiares y la ruina económica. Hoy, luego de conocer el encubrimiento que hizo la jerarquía de la Iglesia con su caso y de enterarse que su abusador sigue haciendo misa, Óscar Osbén contraataca de nuevo.

Jorge Rojas
Jorge Rojas
Por

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Llegué a la Parroquia El Señor de Renca por gente del barrio que participaba en las misas. Comencé a ir con pocas ganas, pero de a poco me fui entusiasmando. Conocí a Diego Ossa en ese período, cuando me estaba preparando para la Confirmación y él recién se había ordenado de sacerdote. Recuerdo que desde su llegada a la parroquia, se transformó en un personaje muy cercano a los jóvenes. No estoy seguro cuándo pasó, pero casi al final de mi preparación, él me escogió como su secretario personal. Fue una especie de premio. Mi labor consistía en ayudarlo en las misas, acompañarlo en sus visitas a los enfermos, a las bendiciones de casas, y a los responsos fúnebres. No es que me considere lindo, pero se estilaba mucho que los curas eligieran a los más encachaditos para esas labores, entonces como que me sentí especial cuando me nombró. En el barrio popular en el que vivía, además, era todo un privilegio que te dijeran que eras distinto al resto, sobre todo viniendo de un cura cuico.

Diego Ossa comenzó a despertar en mí una vocación de sacerdote. Me sentía atraído por la ayuda social y por la espiritualidad, así que comencé a ir todos los días a la iglesia y a quedarme hasta muy tarde en la casa de los curas. Aunque dormía en Renca, Ossa iba todos los días a la Parroquia El Bosque a tomar desayuno con Fernando Karadima y a hacer la misa de las doce. Un día comenzó a invitarme. El Bosque era el lugar donde cualquier persona que aspiraba a ser cura debía llegar. Era lo más parecido a una corte, donde Karadima era el rey, y yo, que venía de un estrato social más bajo, la oveja recogida entre medio de puros cuicos. Su dominio venía desde la época del padre Alberto Hurtado, a quien decía conocer. Imagínate, contaba tantas anécdotas con él que se convirtió en nuestro héroe: hablar con Karadima era como hacerlo con un santo.

Con el tiempo, el peso de Ossa sobre mi conciencia se acentuó. Debía contarle todo lo que me pasaba, si salía a carretear, o si conocía a una mujer. Me convertí en lo que él mismo era para Karadima: una persona dominada. A tal punto, que abusó sexualmente de mí, quizás tal cual como lo hizo Karadima con él. No tengo pruebas de eso, pero hay varias declaraciones de funcionarios de la parroquia que hablan de una relación extraña entre ambos.

Mi abuso ocurrió en febrero de 2003. No quiero entrar en detalles, pero en resumen, Diego Ossa llegó a la casa de los curas de Renca un día en que yo me quedé a dormir allí, porque él supuestamente andaba de viaje. A mitad de la noche, me pidió que me acostara a su lado y comenzó a masturbarme. Yo me dejé, no supe qué hacer, me pilló sin reacción. Al día siguiente sentí mucha pena y rabia, y no volví más a la iglesia durante varios meses. Como se dice vulgarmente, trató de meter la punta, y como no le resultó, no huevió más. Sin embargo, por la mente de una persona abusada pasan miles de cosas, desde sentimientos de culpa hasta querer arreglar las cosas de alguna manera. Luego de un tiempo, esto último fue lo que me pasó a mí.

Retomé mi relación con Diego Ossa cuando conocí a mi exesposa. Ella se transformó en mi salvadora, porque aunque no lo sabía, de alguna forma me alentó a cortar todo vínculo con la Iglesia. Mi desaparición de la parroquia fue interpretada por algunos como un proceso natural de crisis vocacional por mi emparejamiento, pero nadie sospechó que había sido producto de un abuso. No fue raro, entonces, que al decidir casarme comenzara una presión social para que el cura celebrara mi matrimonio. Era lo lógico, había sido mi guía espiritual durante tanto tiempo, que no era justo dejarlo fuera, decía la gente que me conocía. Y así fue. Hice borrón y cuenta nueva, y caí nuevamente en el dominio de Ossa, al punto que años después terminó bautizando a mi hija.

Pese a que rehíce mi vida en Linares, lejos del cura y la Iglesia, continué comunicándome con él. No sé muy bien por qué lo hice. Comencé a escribirle correos electrónicos con mucha frecuencia, para contarle todo lo que me pasaba, desde mis problemas familiares hasta los conflictos económicos que tenía. En ese período me había puesto con un negocio, pero me había ido como la callampa. Él se ofreció a ayudarme y me envió tres millones de pesos para recuperar un auto, y tres palos más para pagar una deuda atrasada con el banco, por un crédito hipotecario. A veces, también llegaban unos palitos para el bolsillo, pero todo por solidaridad. Ellos siempre fueron así, curas muy caritativos. Aunque nunca me dijeron que esto era por mi silencio, yo sí sentía que el dinero era para que me quedara callado. Por eso es que cuando vi a James Hamilton en la televisión, y estalló el caso Karadima, me sentí parte de un sistema perverso. Entendí que no había sido el único y que había pasado suficiente tiempo como para hacer público mi abuso.
En ese tiempo reapareció en mi vida el sacristán de El Bosque, Carlos Espinoza, la única persona a quien le había contado lo que Diego me había hecho. No tengo claro por qué lo hizo, pero comenzó a aleonarme para que le pidiera más dinero al cura. Me decía que había trabajado toda mi vida para ellos y que tenían que darme plata. En mi estado de vulnerabilidad pisé el palito y de hueón le envié un correo solicitándole cien millones de pesos. Cuando se hizo pública la correspondencia, quedé como un extorsionador.

Lo que pasó después me dio miedo. Llegaron los detectives a mi casa y mi esposa me dejó por todos los escándalos. Reconozco que nunca debí haberle pedido plata, pero me tenté por la compleja situación que vivía. La crisis desatada por ese abuso me dejó en el suelo. He ido sanando mis heridas de a poco. Ahora veo todo lo que me pasó y me recrimino por haber sido tan tonto. Es triste que por haberme atrevido a denunciar terminara con mi familia destruida y apuntado con el dedo como un aprovechador.

A Diego Ossa lo recuerdo como una persona buena que se fue maleando por la influencia de Karadima. Aunque lo considero una víctima, creo que no está habilitado para ser cura: una persona que se crió en ese nido de ratas, tiene la formación de las ratas. Lo justo sería ahora que la Iglesia se preocupe más de las víctimas que de los curas abusadores. Que abra las puertas para una limpieza y que se encargue de reparar el daño de quienes han sufrido en silencio. No puede ser que los victimarios terminen repartidos en iglesias del campo o de la periferia, como ocurrió con la llegada de Ossa a Lo Prado, y los abusados sin recibir ayuda. Eso sólo demuestra que a la Iglesia le importa muy poco lo que le pase a las personas que no son parte de la curia. Me pregunto hasta cuándo van a seguir tapando cosas, haciendo montajes, o pagando dinero por silencio. Creo que es el momento de que paren con su huevá. Si esto pasara en cualquier institución que no fuera la Iglesia, habría una pila de personajes enjuiciados, tanto como autores de abusos como por encubridores. De corazón, solo espero que estos señores hagan un acto de fe, si es que la tienen, y den un paso al costado.

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