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Opinión

19 de Octubre de 2016

Editorial: #NIUNAMENOS

La tragedia, cuando la conocemos, está en su fase terminal. El asesinato de mujeres comienza mucho antes. Las mujeres, demográficamente, somos mayoría, pero pertenecemos culturalmente a una minoría. Salgo a la calle porque estoy harta no solo de que maten a una y a otra más, sino también de esa exposición permanente a la agresión en que vivimos las mujeres, y cuya causa más profunda, creo, es la desigualdad en la distribución del poder. Quiero que el poder se reparta de otra manera.

Andrea Moletto
Andrea Moletto
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El brutal asesinato de la niña Florencia en Coyhaique el fin de semana pasado a manos de su padrastro, y la violación en grupo que terminó en el “empalamiento” y homicidio de Lucía Pérez, de 16 años, en Mar del Plata, Argentina, hicieron que muchas mujeres nos sintiéramos interpeladas con el #Niunamenos que comenzó a circular en las redes sociales la noche del lunes 17. Quizás con muchas de ellas no comparto banderas de lucha, ni modos de vida, ni ideología, ni gustos de ningún tipo, y seguramente estoy en desacuerdo con varias en el discurso referido a la violencia de género, pero frente a este horror no hay lugar para esos matices. Ni con Florencia ni con Lucía ni con ninguna de la mujeres que a diario mueren asesinadas en el mundo por sus parejas, convivientes, pololos, amantes de una noche, padres, padrastros, amigos, vecinos, simples desconocidos… El año 2015, según el Sernam, fueron asesinadas 45 mujeres y hubo 112 femicidios frustrados. Los casos que nunca se denunciaron pasarán tristemente al olvido. Cientos, miles. No creo exagerar al decir que la mayoría de nosotras, de uno u otro modo, hemos vivido una experiencia de abuso. Un abuso que, injustamente, nos avergüenza. Yo misma soy un caso más. Hace unos cuantos años fui pareja de un tipo al que mantuve, que varias veces me sacó la cresta y me decía que “era fea”. Jamás me atreví a contarlo.

Pero quiero ir más allá del horror, porque no salimos a la calle a marchar sólo por las asesinadas. La tragedia, cuando la conocemos, está en su fase terminal. El asesinato de mujeres comienza mucho antes. Las mujeres, demográficamente, somos mayoría, pero pertenecemos culturalmente a una minoría. Salgo a la calle porque estoy harta no solo de que maten a una y a otra más, sino también de esa exposición permanente a la agresión en que vivimos las mujeres, y cuya causa más profunda, creo, es la desigualdad en la distribución del poder. Quiero que el poder se reparta de otra manera. No me refiero solamente al poder político, empresarial, religioso o de las fuerzas armadas. También al poder simbólico. A terminar con la idea absurda de que nuestro cuerpo sea solo objeto de deseo, dominación o maternidad. A permitirnos ser minas sin pedir permiso ni dar explicaciones. Y en esta legítima y urgente lucha por una justa repartija del poder, las mujeres no podemos perdemos: debemos incomodar. No pido homogeneidad. Quiero igualdad. Quiero respeto.

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