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Opinión

6 de Octubre de 2017

Columna de Nicolás Grau: Octubres: una deuda de nuestra democracia

¿Cuánto hemos progresado a este respecto entre octubre de 1988 y octubre de 2017? Lamentablemente, poco. Los dichos de Juan Andrés Camus, que parecen ser un déjà vu de lo ocurrido en 1988, nos recuerdan que en Chile sigue siendo cierto que un puñado pequeño de familias controla el grueso de las decisiones relevantes en economía, en particular las decisiones de inversión. Así, el juicio que este pequeño grupo tenga de las distintas candidaturas puede ser una amenaza al desempeño de la economía post elecciones, constituyéndose en un potencial poder político de veto.

Nicolás Grau
Nicolás Grau
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Estamos en octubre de 2017 y Juan Andrés Camus, presidente de la Bolsa de Comercio de Santiago, declaró en una entrevista: “Si no saliera elegido Sebastian Piñera, la probabilidad de que tengamos un colapso en el precio de las acciones es alta”. Aunque la frase de Camus suene como una amenaza sin fundamentos, la historia de Chile nos
enseña que lamentablemente sus palabras tienen algo de verdad: en un país con alta concentración económica y donde la élite empresarial está ligada a un sector político, el mercado puede reaccionar fuertemente a resultados eleccionarios adversos a tales intereses. En efecto, la caída de la bolsa más grande de la cual se tenga registro fue el 6 de octubre de 1988, un día después del triunfo del NO. Ese día, el IPSA anotó una caída de 16,67%. Como punto de
comparación, podemos señalar la caída de un 2.8% que tuvo el IPSA luego del atentado a las torres gemelas el 2001, un momento de máxima incertidumbre política y económica mundial.

Para entender el mecanismo detrás de este colapso histórico de la Bolsa de Santiago, los académicos Felipe González y Mounu Prem en su interesante artículo “Losing Your Dictator: Firms During Political Transition”, presentan evidencia contundente respecto al origen de esta caída en el precio de las acciones. En particular, con un análisis de redes, demuestran que los precios de las acciones de las firmas cercanas a Pinochet fueron los más afectados.

¿Cuánto hemos progresado a este respecto entre octubre de 1988 y octubre de 2017? Lamentablemente, poco. Los dichos de Juan Andrés Camus, que parecen ser un déjà vu de lo ocurrido en 1988, nos recuerdan que en Chile sigue siendo cierto que un puñado pequeño de familias controla el grueso de las decisiones relevantes en economía, en particular las decisiones de inversión. Así, el juicio que este pequeño grupo tenga de las distintas candidaturas puede ser una amenaza al desempeño de la economía post elecciones, constituyéndose en un potencial poder político de veto.

Aunque fueron inicialmente su víctima, los gobiernos de la Concertación decidieron no alterar este déficit de nuestra democracia y desarrollaron una estrategia de crecimiento, por muchos años exitosa (ya no), que tuvo como piedra angular no tocar la tremenda concentración de poder que existe en nuestra economía. Así, en vez de articular un proceso gradual en que al mismo tiempo que la economía se iba desarrollando, se fuese distribuyendo el poder económico, el “contrato social” de la transición estuvo marcado por la garantía a esos grupos económicos de no tocar su poder. En ese camino se arguyeron eufemismos tales como “mantener las reglas del juego”.

La ausencia de una agenda de distribución del poder económico durante los últimos 27 años es, a su vez, una de las causas estructurales de lo poco o nada (según sea el foco del análisis) que hemos avanzado en la distribución del ingreso.

Esta seria amenaza a nuestra democracia aparecerá con mucha fuerza en un escenario de segunda vuelta entre Beatriz Sánchez y Sebastián Piñera. En este cada vez más probable escenario, la ciudadanía será nuevamente tensionada y asustada por la prensa y por la elite empresarial, como lo fue en 1988, respecto a las consecuencias catastróficas que tendría para la economía un triunfo de Beatriz Sánchez.

En esa segunda vuelta reviviremos la amenaza del poder económico que enfrentaron las fuerzas de cambio en 1988. Nuestro desafío será aprender de los aciertos y errores del pasado. En cuanto a lo primero, tendremos que lograr enfrentar al medio con la esperanza de un cambio político necesario, pero también posible. En cuanto a lo segundo, tendremos que apostar con fuerza por una estrategia de desarrollo que tenga como eje principal la conjugación del desarrollo económico y social con la distribución del poder económico.

Aunque no sea algo que podamos hacer de la noche a la mañana, distribuir el poder en las decisiones económicas y, de esta manera, ampliar nuestra democracia, es una mirada estratégica que distingue claramente el proyecto que representa Beatriz Sánchez de lo que fue la apuesta política de la Concertación, así como de sus continuadores, Goic y Guillier. Es así como en diversas propuestas presentadas por Beatriz se nota con fuerza la impronta de su eslogan de campaña: el poder de muchos.

Los resultados de la primera y segunda vuelta determinarán si esta importante tarea es comenzada el 2018, o si queda pendiente por cuatro años más, cuando probablemente otro Camus nos recuerde esta deuda en otro octubre.

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