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17 de Noviembre de 2008

El voto atormentado

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Con el brazo todavía lastimado subí al avión a medianoche decidido a llegar a la isla el martes para correr a votar a las siete de la mañana sin saber todavía por quién votar. Mis hijas me habían pedido que votase por Obama porque les parecía que era necesario un cambio, que debía acabar la guerra absurda, que era bueno que ganase un negro con cara de hombre noble, que no podían seguir ganando los blancos testarudos que quieren ir a la guerra para resolver los problemas a bombas y que han destruido la economía del país prestando plata a los incautos con la esperanza de esquilmarlos y esclavizarlos económicamente, sólo para darse cuenta, ya tarde, que el embuste era tan malvado que los arrastró a ellos también a la quiebra, víctimas todos de la fiebre consumista que es el origen de todos los males, de la pretensión frívola de tenerlo todo y ahora, ya mismo, enseguida, que ha llevado a tanta gente a prestar cruelmente como a endeudarse imprudentemente, y ambos son culpables, pero más los que dieron el dinero con ánimo usurero que los ingenuos que lo tomaron prestado para comprarse ficticiamente una casa cuando en realidad estaban adquiriendo una deuda y esa foto, todos sonrientes, de la familia inmigrante en la fachada de la nueva casa, que mandaron a sus países de origen para impresionar a sus familiares de allá, era sólo un espejismo, una trampa, porque ahora ya los echaron de la casa y la foto es el recuerdo del sueño incumplido, de la trampa en que cayeron.

Yo pensaba en el avión que si mis hijas me habían pedido que votase por Obama debía votar por él sin pensarlo más. El voto era de ellas y para ellas, que nacieron en este país y sueñan con venir a estudiar aquí. Además, mi hija mayor, que ya tiene quince y es muy lista, me había recordado que en cuatro años, ella votará conmigo en la isla o en la ciudad donde esté estudiando.

Pero mis madres cubanas, que son unas señoras que vienen a verme al estudio de Miami llevándome toda clase de regalos (guayaberas, salmón, medias, pijamas, bananas, mangos, alfajores, empanadas, cosas que expresan su cariño por el hijo que han adoptado y sustituye quizá a los hijos que la vida les arrebató) y cuyas edades oscilan entre los setenta y los ochenta años, me rogaban con la voz quebrada por tantas décadas de tristezas y añoranzas que votase por McCain, porque me recordaban que los dictadores tropicales estaban contentos y esperanzados con Obama, ¿y entonces cómo vas a votar por Obama, si es el candidato de los comunistas, hijito?

Y yo me quedaba demudado y aturdido, encontrando cierta lógica en el reparo moral de mis madres y preguntándome si mis hijas se habían vuelto comunistas.

Pero luego pensaba en votar por Mc Cain y no podía, porque recordaba a la Palin comprando vestidos frenéticamente en Neiman Marcus y Saks desde que la nominaron candidata, vestidos que costaron una fortuna, ciento cincuenta mil dólares, y que tuvo el descaro de cargar a cuenta del partido, y luego diciendo que los gays eran enfermos que necesitaban atención médica urgente y que las mujeres no debían tener sexo hasta el matrimonio (y por eso sus hijas quedan precozmente embarazadas), y sentía que no podía votar por un ex soldado obstinado que fue a una guerra que hubiera sido más inteligente evitar, como la evitaron con astucia Clinton y Bush hijo, y por una fanática religiosa que defendía ideas trasnochadas. Y después recordaba que McCain era también el candidato de Bush, pues decía que Bush había sido un buen presidente y que la guerra debía continuar indefinida y acaso eternamente, como eterna es al parecer su madre también guerrera, y me decía no puedes votar por el viejito y la frívola porque Bush no merece que premies ocho años de arrogancia e incompetencia que han llevado al país a su peor crisis en casi un siglo.

Cuando entré manejando a la isla, eran las seis y media de la mañana. Fui a votar pero había una fila interminable de centenares de personas. Me abrumó la idea de esperar horas para votar por alguien incierto. Voté por tomar pastillas e irme a la cama. En ese momento fue el voto más sensato.

Luego desperté a la una y había salido el sol y me sentía contento y subí a la camioneta y volví a espiar si seguían las colas y ya no había nadie, así que estacioné donde no debía, en el lugar de los minusválidos, y bajé en pijama y enseñé mi licencia de conducir y me hicieron firmar el registro y me dieron tres papeletas enormes. Y ahora estaba solo con un lapicero frente a dos circulitos y tenía que pintar uno de negro y no sabía cuál pintar, si Obama por mis hijas o Mc Cain por mis madres cubanas, y fue una duda terrible que agravó el dolor del brazo y me hizo sentir un minusválido mental.

No sé cuánto duró la duda, la mano temblándome, el lapicero acercándose y alejándose de la papeleta. Lo que sé es que al final pinté de negro el circulito de Obama y luego a todas las demás preguntas respondí que NO sin siquiera leerlas.

Salí a toda prisa sintiendo que había cometido una felonía, como me sentí hace años cuando me detuvieron por llevarme de Burdines unas corbatas sin pagar, y corrí a casa y mandé unos mails a mis hijas diciéndoles que había votado por Obama y estaba arrepentido y no debería haber votado, pues yo lo único que sé hacer bien es dormir con pastillas y no pensar.

Después me quedé encerrado en casa, viendo la tele con ansiedad, y cuando a las once de la noche dijeron que había ganado Obama, recuerdo exactamente lo que estaba haciendo: cortándome los pelos de la nariz, pensando en una cita amorosa. Y luego habló Mc Cain y me conmovió la grandeza con la que se resignó a aceptar que la suya era y había sido siempre la suerte del perdedor, y sentí que ese hombre magullado merecía ser presidente y debí votar por él, aunque luego miré a la Palin y esos sentimientos fueron difuminados por la certeza de que esa dama despistada debía volver al frío del que vino para seguir estimulando los embarazos de sus hijas. Y poco más tarde, hundido en el mismo sillón en el que vi ganar a Clinton el 92 y me quedé toda la noche sin saber si Bush o Gore había ganado, habló Obama y dio un discurso memorable que casi me hizo llorar, pensando en su padre que lo abandonó a los dos años, y en su madre hippie que se enamoró de un kenyano y luego de un indonés y fue una pionera de la globalización del amor y luego abandonó a su hijo los once años, y en su abuela que murió en vísperas de la victoria de ese nieto que ella crió como su hijo inesperado, y en la vida épica y admirable de este hombre levemente mayor que yo que vino desde una isla excéntrica y una familia disfuncional y una infancia traumática para cumplir su propio sueño y el de millones de personas en el mundo entero. Y entonces me dije que aquella era una noche que nunca olvidaría y me sentí orgulloso de haber votado por él y haberles dado a mis hijas el presidente que ellas querían. Y me pude ir a dormir tranquilo, sin pastillas, como tranquilo me siento ahora, todo lo tranquilo que no debe de estar sintiéndose este hombre con aire triste y ya legendario, al que ahora le aguarda una tarea heroica que el destino le había reservado desde que nació en aquella otra isla a miles de kilómetros de ésta en la que vivo, viendo cómo los vecinos ponen en venta sus casas y huyen espantados, pensando que llegó el comunismo a Miami y vende todo, Jaimito, y ándate rápido de aquí, que yo ya viví todo esto con Fidel y si te quedas, el 20 de enero el negro te expropia la casa y te manda preso a Guantánamo.

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#Estados Unidos#mccain#obama

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