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30 de Noviembre de 2008

Revista H: Manual de estilo del arte contemporáneo, de Pablo Helguera

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El artista visual mexicano Pablo Helguera ha vivido varios años en la capital del mundo del arte, Nueva York, donde expuso en el MOMA y trabajó en el museo Guggenheim. Su obra, irónica a más no poder, incluye este manual de estilo, a la vez hilarante y certero, elaborado con información de primera mano, para que el artista, crítico, curador o simple observador pueda batírselas en un medio difícil y competitivo. Este es un extracto de su introducción.

Los hombres no miran las cosas tal y como son, sino como desean que sean, y esto los lleva a la ruina.
Maquiavelo.

Todo aquel que se inicie en el mundo del arte debe olvidar de entrada cualquier preconcepción idealista y eliminar cualquier sabor amargo que le haya quedado de sus experiencias primigenias. Muchos de los que incursionan en el medio –por ejemplo, los estudiantes que se involucran en la creación o el estudio de la historia del arte– suelen tener experiencias tempranas que más tarde los vuelven altamente negativos, hostiles -y acaso suicidas. En ocasiones, su decepción es tan profunda que dejan de encontrar valor alguno en el arte y, sin tener la posibilidad o el deseo de abandonarlo, permanecen en él a regañadientes haciendo sus vidas, y las de aquellos que los rodean, en extremo penosas, –convirtiéndose, por ejemplo, en profesores de arte que sabotean las carreras de sus descendientes generacionales, o bien, en críticos, que obstaculizan el desarrollo de todos los artistas o, incluso, en administradores, que sabotean tanto a los artistas como al público. Esto se origina en el hecho de que, al ingresar en el mundo del arte, se posee un gran idealismo y aspiraciones únicas, y se espera obtener cosas como gratificación espiritual y metafísica, por no mencionar toda una variedad de aventuras y exóticas experiencias culturales inspiradas en capítulos apasionantes de la historia del arte (Gauguin en Haití, las fiestas de Warhol en la Factory, etc.), así como la posibilidad de formar parte de una elite cultural que equilibra extremadamente bien la sofisticación intelectual y el sentido de la moda y la diversión. En efecto, ¿quién no quisiera formar parte de las exclusivas páginas de Artforum, los delirios festivos en Art Basel y Miami y la bienal de Venecia, las glamorosas vidas de los artistas famosos, la profusa circulación de cocaína en las fiestas. Lo que suele encontrar el novicio, en cambio, es una realidad muy distinta. Pocos quieren ver las diapositivas de los artistas primerizos y el rechazo se convierte para ellos en una experiencia rutinaria, los curadores jóvenes padecen pasantías gratuitas dentro de cubículos de museos, sacando fotocopias por espacio de cuatro o cinco años antes de poder entrar a una junta y participar en cualquier decisión de peso en la programación de una exposición. A los críticos rara vez se les paga –si es que consiguen publicar– y pocas veces logran decidir el tema acerca del cual escribirán. A los historiadores del arte se les obliga cruelmente a leer a Rosalind Krauss y se les somete a una intimidante jerarquía académica. Con experiencias formativas como éstas, es natural que los embargue una profunda decepción. Para superar estas primeras impresiones negativas es fundamental comprender la naturaleza peculiar de la disciplina de las artes visuales.
El arte es una profesión poco común que se define mejor como una religión empresarial, pues ofrece posibilidades de satisfacción espiritual, pero a la vez opera como cualquier empresa individual de nuestro mundo capitalista. Al comenzar su relación con el arte, el novicio idealista supone que se encuentra ante una vocación religiosa, pero en secreto espera una retribución personal y económica que va más allá de la satisfacción interior. Al no recibirla como resultado exclusivo de su riqueza espiritual, se genera gran desconcierto, recelo y amargura. Por ora parte, el novicio, que pocas veces acepta abiertamente su hambre de poder y reconocimiento como motivadores legítimos de su incursión en el campo, tendrán que lidiar algún día con su insatisfacción reprimida. Esta es la razón por la que aquellos que incursionan en el mundo del arte con mayor devoción espiritual que pragmatismo se decepcionan muy rápidamente, mientras que aquellos que lo hacen con gran pragmatismo y poco interés en la transformación espiritual suelen ser quienes se integran con mayor facilidad.
Es desafortunado, pensarán algunos, el hecho de que una actividad tan trascendente y de vital importancia para el espíritu como los es el arte tenga que depender de directivas económicas; pero es necesario aceptarlo y aprender a vivir con ellas, de la misma manera que aquellos que buscan llegar a altos niveles en su carrera religiosa tienen que aceptar las reglas que establece su Iglesia.

(Gentileza de editorial Tumbona)

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