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15 de Mayo de 2009

Meo y Leo

Por

POR PATRICIO ARAYA G., desde La Calera

Lo primero que hice en esta vida fue mear, en realidad, era meconio, una mezcla de todo, como las aves; lo hacía en ese charco amniótico donde comenzaron a dividirse mis primeras células, tras ser concebido a la salida de una fonda, un fogoso septiembre porteño del siglo pasado; después seguí meándome en todas las camas de mi familia, en los pantalones propios y en los prestados, hasta que crecí y aprendí a bajarme el cierre frente al urinario. Tras superar mi debilidad miccional, aprendí a leer, y desde entonces leo. Leo todo lo que puedo, todo lo que me gusta y muy poco de lo que me desagrada, esto último lo hago por obligación; incluso leo los comentarios de las columnas que escribo en The Clinic. Y sobre todo, meo.
Hasta ahora no había pensado en la relación indisoluble que existe entre estas dos acciones tan humanas: mear y leer. Hay muchos que van al baño sólo a leer; algunos también meamos. Podemos pasar horas ahí, acalambrándonos el traste, hasta las uñas. De allí solemos salir más cultos, más informados y más livianos; menos líquidos. Meo y leo todo el día, es lo único que me sale de corrido, en abundancia, sin culpa. Si no contara con el espacio y la libertad para conjugar esos dos verbos fundacionales de mi vida, no sé qué haría. Moriría ignorante y envenenado.
MEO y LEO
El valle de Aconcagua es maravilloso, está rodeado de cordones cordilleranos de la costa y es atravesado por vientos que suben del mar por el curso del río Aconcagua en dirección a la cordillera de los Andes; es fértil, cálido, y sobre todo, generoso; muy acogedor; allí han echado raíces muchos inmigrantes orientales, asiáticos y europeos, todos han hecho fortuna y generado herencia humana y material. A fines de marzo, el diputado socialista Marco Enríquez-Ominami (MEO), eligió la comuna de La Calera, ubicada en el corazón del valle, para lanzar su aventura presidencial.
Allí se reunieron ocho mil almas atraídas por una oferta irresistible. No fueron por MEO ni por la pléyade de intelectuales que lo avalaban aquélla jornada veraniega; tampoco fueron a escuchar su slogan winner: “No quiero hacer campaña con promesas y terminar gobernando con explicaciones”. Sin duda esos aconcagüinos no fueron a oír promesas electorales, ni tampoco están interesados en las consecuentes explicaciones. Entonces, ¿por qué estaban allí esa noche de fines del verano? Simple. Ese público alegre, integrado en su mayoría por jóvenes mujeres y niños hinchapelotas, sólo quería desatar su fanatismo por su banda preferida, por aquella agrupación de melenudos cumbiancheros hijos del mismo valle, llamada La Noche, y por su líder, Leonardo Rey, LEO. Allí estaban, MEO y LEO, ahora convertidos en sustantivos propios, no en los verbos que sostienen mi existencia.
Hace poco la periodista Macarena Gallo entrevistó a LEO en este mismo medio, ocasión en que el líder de La Noche confesó su lejanía con el mundo político. Veamos sus respuestas, no muy diferentes a las de Miriam Hernández a la hora de justificar su participación en la campaña de Joaquín Lavín el año 2005.
¿Estás inscrito en los registros electorales?
-No. No me interesa ni me llama la atención. Ni ahí con los políticos, la política.
Sin embargo, ustedes tocan para muchos políticos…
-Sí. Le vamos a todos. Yo ni siquiera sé que es la UDI o el PPD. ¡No tengo idea!
¿Piensas inscribirte si hay voto voluntario?
-No me interesa y no voy a participar en eso. A mí nunca me han ayudado en nada los políticos. Todo lo que tengo y logrado ha sido por mi propio esfuerzo.
Qué lejos estamos hoy de aquellas campañas de antaño, donde los Víctor Jara, los Quilapayún, incluso, Los Quincheros con su apoyo a la dictadura, se diferenciaban con toda claridad del rol de la gallina y el vacuno en el bistec a lo pobre. La gallina sólo se involucra, colabora con los huevos, no le va en ello la vida; la res, en cambio, pone su carne, o sea, se inmola, muere, se sacrifica, se compromete. Cosa que no hace LEO con MEO. Ni Miriam con Joaquín, como sí hacían los músicos setenteros, convencidos, comprometidos, como se usaba en la época de Miguel Enríquez, el padre de MEO; Víctor Jara pagó con su vida ese compromiso.
En la posmodernidad no hay tal ideología, el compromiso es etéreo, lábil y apenas supera la formalidad de un contrato para entretener (distraer) a la audiencia, para atraerla al proscenio del divertimento, no al ágora donde se debaten ideas. Ergo, hoy los políticos aseguran la concurrencia a sus shows de lanzamiento llevando ciertos números artísticos que sean del gusto masivo, un poco de circo barato para el populacho. Ellos, al cabo, aportan el pan duro, añejo, sin miga, sin contenido; los resultados al final dependen de cuestiones tan sólidas como la simpatía del candidato, de lo mino que sea. ¿Quién estará involucrado y quién comprometido?
Mejor sigo leyendo. Y meando.

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