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17 de Mayo de 2009

Rabia feroz

Por

POR TAL PINTO

Carlos Droguett (1912-1996) hizo de su obra un feroz lugar de asueto para los olvidados de la sociedad. No fue una decisión estética; del encuentro entre su indisputable talento como narrador –Droguett convirtió la hosquedad y la rabia en una forma de arte– y su compromiso cívico se consolidó un anhelo perenne de justicia, que lo llevó a exponer con certeza inconmovible los crímenes del desigual Chile. En el juego de máscaras que es la literatura, Droguett se unió a la fiesta de disfraces sin antifaz ni monóculo y con una aspiración casi imposible: narrar los hechos reales.

“Sobre la ausencia” es una diatriba contra la dictadura y los golpistas, una página arrancada del diario íntimo en la que han sido anotadas con rabiosa obstinación varias conjugaciones del odio, un relato breve de la usurpación y el exilio y una manera de ensayar la ausencia. Se dan cita en el texto los gestores materiales e intelectuales, a su juicio, de la tragedia nacional. La fotografía de un tedeum es la excusa para enjaularlos. Aparece en ella un Pinochet de pensamientos sanguinarios (fantasea con la posibilidad de degollar al cardenal arzobispo), González Videla mentalmente justificando su presencia en esta reunión de próceres antidemocráticos (teñido, en el relato, de la muy roja sangre comunista), Alessandri hijo descrito ante todo como hijo, con ojo comercial y una soltería arraigada en la desconfianza, y Eduardo Frei padre como un atribulado y ensimismado conspirador a quien la urdida intriga no le ha resultado finalmente feliz. Es un relato típico de Droguett, donde el dolor se manifiesta como impotencia, y la impotencia, como rabia.

Precede al relato una conversación que el escritor sostuviera en julio de 1975 con el poeta y profesor Ignacio Ossa, que había sido asignado como su guardaespaldas por el MIR. Y tal vez la revelación más sugerente de la entrevista no sea textual: en Ignacio Ossa (torturado y asesinado por la DINA en el mismo año) se lee la figura del revolucionario romántico, hasta algo cándido, en quien la ideología ha sido retenida no como un elemento intelectual sino como una bisagra emocional –como si se pudiera con tanta facilidad separar la razón del corazón–; quizá la imagen sea la de un libro que interpreta con cierta justeza la intuición secreta, pero también colectiva, de que algo anda mal. Porque Ossa no es un intelectual, pese a su condición de profesor, sino un hombre de convicciones. En él está el germen de la novela chilena que no se ha escrito, o se la ha narrado mal: muchos revolucionarios murieron en su juventud justamente porque esa edad inmadura fue la que posibilitó hacer a un lado el miedo y el escepticismo y creer tozudamente en el Hombre Nuevo.

La entrevista o conversación deja una polvareda de frases contundentes del escritor sobre varios asuntos. Sobre la consistencia ideológica entre la vida civil y la vida literaria: “Siempre he pensado que se es una cosa, y no dos cosas en este mundo”; sobre la tarea novelística: “Sólo existe la literatura realista”; sobre su mal humor: “Pero si tú quieres que yo hable más de la novela americana… por qué no te matriculas en un curso de verano de estos que dirige el Asesor Cultural de la Junta de Gobierno”; y sobre lo que era vivir en Chile en esos tiempos: “el hecho de estar vivo, a mi modo de ver, ya es una cobardía”.

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