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22 de Mayo de 2009

El candidato (cuento más inédito que la chucha)

Por

Por MARCELO MELLADO

Hay gente que lo chupa, que duda cabe. Hay sujeto(a)s que lo agarran y lo succionan con fuerza y entusiasmo, lo que suele dejar marcas indelebles en nuestro orden interno, dichas señales se hacen particularmente notorias a la hora de introducirlo, es decir, al momento de hacer operables las estrategias penetrativas del cuerpo deseoso, ya sea del revolucionario tradicional o de la profundización democrática.

Hay gente que se agrupa para tener una mejor perspectiva de agarre y de penetración en el frente de masas o en las zonas de oquedades cárnicas que rellenar. Esto iba pensando y barruntando el hijo del conocido y famoso revolucionario; ese que disparaba de chincol a jote y cuyo gran legado fue dejar un reguero de viudas corneteras por toda la provincia señalada.

Un hermano mayor le habría revelado la teoría leninista penetrativa, consistente en dividir el instrumento en zonas de vanguardia y retaguardia, y, por cierto, el tronco por donde circula la savia que mueve el miembro viril o pueblo movilizado, muy bien lubricado por sus movimientos tácticos específicos.

Su relación con plumíferas del espectáculo vendría después y sería clave para desarrollar la estrategia pujante de acumulación de fuerzas. Son cosas que él imaginaba de ese pasado que parecía tan determinante, aunque no siempre eran imágenes verosímiles. Incluso su relación con las minas mediáticas serían meras pajas objetuales, con harto espectáculo de fondo. La pasión política se impondría por sí sola.

Luego vendría el rol de la madre, en un período en que la unión laico-religiosa comienza a dar sus primeros frutos en algunas familias instaladas en los grandes sistemas del power, a pesar de las diversas opciones ideológicas que se disputaban el mercado político. En esos momentos él comprendería que el orden político depende del orden de las familias. A esas primeras certezas de clase surgieron otras, como que los segundones y lugartenientes del líder heredaban a su mujer oficial y ejercían cierto nivel de paternidad sobre sus hijos.

Lo de la bataclana televisiva surgiría más tarde, como corolario de su trabajo artístico, de hecho casi toda su familia trabajaba en la cosa del arte, porque aparecía como una derivación natural de la política y los negocios de familia, es decir, era un sistema sustitutivo, aunque lo que realmente les interesaba era la política a secas. Al parecer producía más placer posesional.

El muchacho andaba siempre, en ese contexto, con la pirula en ristre, porque era el modo más simple de intervención del espacio cívico. La cuestión se complicó cuando algunos miembros del clan comenzaron a disputarle lugares de representación pública. Esto a pesar de que todos solían trabajar para el Estado por las relaciones que tenían. De ahí que el muy saco de huevas soñó o imaginó que debía ser jefe de Estado, no se pensó como presidente, no usó esa palabra.

La bataclana implume se instalará como gran lugarteniente y un pariente que era redactor creativo, aunque se creía escritor, le pauteará su existencia mundana. Y nuestro amigo priápico liberal es enviado a la provincia por un familiar putativo que le envidia su entrada con las minas y su capacidad de desparramar espermios, aunque en su fuero interno él prefería desparramar caca, lo que lo hacía ver como más rebelde. La idea era tenerlo lejos, pero como los cuicos tienen una gran capacidad de desplazamiento, el efecto no fue el esperado. Y por esas casualidades del destino, siempre incierto, tuvo contacto con chileno(a)s de zonas lejanas y/o abandonadas, en donde hay mucho operador político, que son sujetos que están al servicio de huevones poderosos y cuyo negocio se reduce a ser testigos del placer, nunca protagonizarlo.

El saco de huevas se adecuó al sistema provinciano y comenzó a sentir cierto gustito por la morenidad vernácula, tanto de las féminas tira calzón, como de los jovenzuelos lamenucas. Pero, lo que finalmente lo lanzó al deseo revolucionario, fue la posibilidad de culiar a destajos –simbólico y materialmente–, dicen que dijo, lo que determinaría un radical cambio de escenario (político).

Marcelo Mellado S./Llo-Lleo

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