Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

12 de Julio de 2009

El caso de Andrés Neuman (32): Literatura y recambio generacional

Tal Pinto
Tal Pinto
Por

POR TAL PINTO • ILUSTRACIÓN: MAX BOCK

Para los aficionados al fútbol, la palabra recambio sugiere un fin de ciclo, en el mejor de los casos, o fracaso, en el peor. Cuando un futbolista arrastra los pies por el pasto como un vago espejismo de tiempos mejores, pues le ha llegado la hora de ceder, casi siempre con renuencia, la corona. Es algo cruel pero deliciosamente humano: alguien tiene que irse para que otro llegue. Para los espíritus competitivos el paso del tiempo es un hecho miserable. El ocaso de un ídolo es siempre algo triste.
Esta es una ley natural; se llama darwinismo.

Está bien: los futbolistas envejecen, las flores se marchitan y los políticos pierden su instinto de supervivencia (paranoia, tal vez); pero, ¿pierden los poetas sus versos en la adultez o están mejor capacitados para encontrarlos? ¿Pierde con la edad un narrador sus talentos para la improvisación y planificación o, por el contrario, los refina? Un futbolista lento y gordo está fuera de juego, mientras buena parte de los escritores (hombres y mujeres por igual) son lentos, gordos y la mecanografía es el único deporte que practican. Algunos, para más remate, son feos, feísimos, en la época de los jugadores de fútbol con facha de estrellas de cine.

Los grandísimos escritores jóvenes son excepcionales. La estrella de Rimbaud, un astro poderoso, amargo y terrible, sólo brilla en la constelación de Rimbaud. La tradición literaria registra muchos poetas jóvenes e insolentes y muy pocos con la influencia de Rimbaud. Radiguet, otro francés, publicó una nouvelle sufrida y erótica a los 17 (¿qué otra cosa se puede escribir a esa edad?), y en menos de tres años ya estaba muerto. Los críticos de su tiempo leyeron en “El diablo en el cuerpo”, la novela en cuestión, signos de precocidad. ¿Querían decir acaso que mostraba signos de madurez en un momento en el que le correspondía estar correteando tras muchachas para luego acampar debajo de sus faldas a orillas del Sena? Hay un discurso de la envidia ahí: cómo es posible que alguien en la cúspide de su vitalidad se dedique no a componer poemas, cosa comprensible, sino a escribir novelas. Al final, para no molestarse en tratar de comprender lo que escapa al molde, se les tacha, lisa y llanamente y sin sonrojarse, de genios.

Pero ni Rimbaud ni Radiguet eran genios, o lo fueron en la medida de sus circunstancias. Hablar de genialidad es hablar de lo que no se entiende.

El narrador y poeta argentino Andrés Neuman (1977) no es un genio, pero si un escritor que descubrió prontamente el oficio. Con sólo 19 años fue finalista del Premio Herralde con su novela “Bariloche”, una novela estructuralmente atrevida que llevó a Bolaño a afirmar lo que se repite sin modestia en algunas contratapas de los siguientes libros de Neuman: que la próxima generación literaria le pertenecería a él y a otros de sus hermanos de sangre. Neuman no se quedó en “Bariloche”; le siguen las novelas “La vida en las ventanas”, “Una vez Argentina” y la reciente ganadora del Premio Alfaguara, “El viajero del siglo”. A eso hay que sumarle dos volúmenes de cuentos y una primera obra completa de sus poemas. Además: hace clases de literatura en Granada, y tiene una noción más o menos clara de cómo escribir narrativa: “Escribir una novela se parece a pilotar un avión, con su envergadura poderosa, su estructura compleja, su instrumental detallado. Escribir un cuento se parece, en cambio, a tirarse en paracaídas: un aparato frágil, poco margen de maniobra, sensación de vértigo. Y, hasta tocar tierra, uno jamás está seguro de si el maldito mecanismo ha funcionado”. Neuman, a los 32 años, tiene una obra (premiada, incluso) que ya se quisieran escritores de 90.

“El viajero del siglo” es un abordaje brillante de la literatura mittleuropea, que casi siempre es alemana o austrohúngara, del siglo XIX. Hans, un viajero, llega a Wanderburg, y no puede abandonar la ciudad. Muchas conversaciones, disquisiciones filosóficas, una historia de amor y una revisión de los valores de nuestro tiempo se codean en esta enorme novela con total naturalidad, sin ponerse en puntas de pie para esconderse las unas de las otras, sino desenvueltas con franqueza y naturalidad.

Cuesta creer en el recambio en el mundo de la literatura. Por qué se lee a uno y no a otro escritor es un asunto complicado. Pero si alguien representa algo así como el horizonte de las letras hispanoamericanas, esa persona es Neuman.

EL VIAJERO DEL SIGLO
Andrés Neuman
Editorial Alfaguara
2009, 544 páginas.

Notas relacionadas