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Cultura

13 de Septiembre de 2009

Miguel Littin, cineasta: “La pena de muerte es una perversión inútil”

Catalina May
Catalina May
Por


POR CATALINA MAY • FOTO ALEJANDRO OLIVARES

Hace 40 años, Miguel Littin conmovió y rompió esquemas con «El chacal de Nahueltoro», que cuenta la historia, real, de un campesino marginal que asesina a una familia y que luego de educarse, tomar conciencia y arrepentirse de su delito, es fusilado. Hoy, Littin está a punto de estrenar “Dawson, isla 10”, sobre los prisioneros en esa isla durante la dictadura, y nos adelanta que apenas eso pase, partirá al sur a grabar un documental sobre la lucha mapuche. Además, alaba el nuevo cine chileno y define sus posiciones en materia política.
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¿Cómo ve “El chacal de Nahueltoro” a 40 años de distancia?
-Muy actual, muy vigorosa. Dice muchas cosas que todavía ocurren en Chile: los odios, las marginalidades. Y puntualmente porque se ha vuelto a plantear el tema de la pena de muerte. Anselmo Sule me contó que cuando los legisladores hicieron la ley para terminar con la pena de muerte, vieron “El chacal…” más de una vez, tomándola como antecedente. Ahora deberían volver a verla, sobre todo esas personas que dicen tan alegremente que volverían a establecer la pena de muerte.

¿Qué piensa hoy de la pena de muerte?
-Que es inútil y una perversión innecesaria, que no resuelve ningún problema. Una vida no reemplaza otra. El papel del Estado es encontrar soluciones profundas, y matando a una persona no se va a resolver el problema de la delincuencia y los crímenes atroces. Por otro lado, el concepto de crimen y castigo no es coherente con la actitud del Estado chileno, que no ha resuelto el problema del castigo en el caso de delitos atroces contra los DDHH. Y que hoy vuelven a resurgir con una fuerza que no deja de doler, cuando uno sabe que el Ejército tiene a gente vinculada a la DINA a sueldo, como parte de su staff.

¿Qué otros temas actuales ve abordados en «El chacal»?
-La marginalidad de la nación mapuche. Hay ahí sectores campesinos marginales, aunque los dirigentes son gente muy preparada, con una gran lucidez. Ellos reivindican su derecho a través de la violencia. Que es lo mismo que, instintivamente, hace José del Carmen Valenzuela Torres en la película. Existe en la medida que establece un espacio de violencia entre él y la sociedad.

¿Cómo decidió contar la historia del chacal?
-Éramos una generación llena de inquietudes, que quería expresar, a través del arte, sus planteamientos críticos frente a la sociedad. Yo amo el cine, pero para decir cosas. Estaba escribiendo y montando obras de teatro, trabajando en la televisión universitaria, haciendo docudramas. Soy un gran lector de periódicos viejos y encontré de pronto una frase: “¿Cómo vai a morir, canaquita?”. Y la respuesta: “Sin chistar, porque sería feo”. ¡En Chile nadie se muere sin gritar una frase célebre! Al abordaje muchachos, vivir con honor o morir con gloria, se abrirán las grandes alamedas. Esto pertenece al panteón de los héroes y yo me preguntaba por qué este campesino, analfabeto, marginal, alcohólico, quiso de pronto ser parte de los héroes chilenos.

¿Y?
-Investigando encuentro que es una frase que a él le ha repetido en la infancia, mientras lo bañaba en el río, un cabo que lo recogió. Luego me entero que el juez le pregunta, en la reconstitución del crimen, por qué mató a los niños. Y él dice: “Para que no sufrieran, los pobrecitos”. Entonces me viene Medea, Franz Fanon, que dice en “Los condenados de la tierra” que el hombre marginal, cuando no percibe quién es el enemigo, vuelca la violencia hacia sí mismo. Había un poderoso personaje y una poderosa historia, con interrogantes sin respuestas.

Valenzuela Torres ya había sido fusilado cuando usted hizo la película.
-Sí. Yo fui a San Carlos, a San Fabián de Alico, a la cárcel de Chillán, a los archivos del juicio. Ahí encontré, en los escritos de los actuarios, a José del Carmen Valenzuela Torres contando su vida. Es una forma literaria magistral que tienen los actuarios de Chile y que me dio el tono de cómo realizar la película: seco, austero, contando hechos.

Formalmente, “El chacal…” fue muy vanguardista. ¿Qué influencias tuvo?
-En ese tiempo la Universidad de Chile estaba muy presente, tenía cámaras, película virgen, fotógrafos como Héctor Ríos, que venía llegando de estudiar en Roma, en la gran escuela del neorealismo italiano. Y estaba Pedro Chaskel, que había estudiado en Alemania y tenía la experiencia del montaje y la técnica cinematográfica. Estaba presente en nosotros el neorrealismo italiano, la nouvelle vague francesa, Visconti, Antonioni, Pasolini. Por otra parte, Godard y el cine soviético. Permanentemente estábamos estudiando. La experiencia de Eisenstein en México fue fundamental para el cine latinoamericano. También el trabajo de los cineastas latinoamericanos: Glauber Rocha, Hugo del Carril.

«LEGÍTIMA VIOLENCIA MAPUCHE»

Me hablaba, a propósito de “El chacal…”, del conflicto mapuche. ¿Qué piensa de eso?
-Creo que es el momento de que se establezcan los derechos del pueblo mapuche en plenitud. Es decir, que se les devuelvan sus tierras y puedan realmente reconstruir lo que fue su vida, su nación, su alma. Hasta este momento, el Estado chileno nunca ha reconocido integralmente sus derechos. Al contrario, los ha despojado sistemáticamente y ha llevado una política de exterminio, a través de fuerzas organizadas y armadas, ejerciendo violencia sobre su espíritu, su cultura, quitándoles el derecho a ser nación. Pienso que llegó el momento de quitarse la venda de los ojos y asumir este problema como realmente es. Es necesario que el Estado dé una clara respuesta. ¿Qué espera? Cuando los pueblos luchan por su libertad, por recuperar sus ancestros y su cultura, es legítima la violencia. Yo hace tiempo estoy planeando irme al sur a hacer un documental y ahora, acelerado por la fuerza de la lucha mapuche, lo voy a hacer.

¿Cuándo?
-Después de Dawson. Quiero preguntar y buscar de la forma más modesta esa verdad secreta, para transmitirla y que la gente la conozca. Porque está todo eso oscuro, ya ves lo que pasó con Elena Varela. Cada vez que voy a un festival me preguntan qué pasa con ella. Y a pesar de las muchas diligencias que hemos realizado diferentes personas, no hay claridad desde las autoridades.

Cuando uno piensa en Miguel Littin, piensa en “El chacal…”. ¿Qué pasa con sus otras películas?
-No se han exhibido en Chile y la gente no las conoce. Películas como “Actas de Marusia”, “La viuda de Montiel”, “Alsino y el Cóndor” o “Miguel Littin clandestino en Chile”, en otros países fueron grandes éxitos. Todas mis películas son la búsqueda incesante de reflejar a Chile.

LOS MILICOS “BUENOS”

¿Por qué quiso hacer ahora una película sobre los detenidos en la isla Dawson durante la dictadura?
-Cuando Michelle Bachelet era ministra de Defensa, se invitó a los sobrevivientes y sus familias a viajar a Dawson. A mí me invitaron y después de navegar por seis o siete horas llegamos y los sobrevivientes empezaron a reconocer la isla y yo a tomar apuntes sobre lo que estaba ocurriendo ahí. Era un páramo donde no había nada, feo, pero a ellos les gustaba. Y reconstruían sus vidas ahí, recordaban las barracas, recogían piedras. Y los marinos, que eran los dueños de casa, empezaban a desaparecer en importancia y Dawson empezaba a ser el lugar de la memoria de los que habían sido oprimidos. Por supuesto no eran los mismos marinos, ni tenían una relación con esa marina del 73, pero era el uniforme, eran un símbolo.

Al ver la película, queda la sensación de que, en realidad, la experiencia de estar en Dawson no fue tan terrible.
-Ellos querían rescatar la isla, mostrármela de una forma más bella. Y esa es la actitud natural de seres humanos sanos que recuerdan su pasado, pero proyectan un futuro. Nunca fue la idea realizar un recorrido por el dolor, sino por los valores humanos permanentes, como la dignidad, la generosidad, el sentido del humor. Y a través de la vida de hombres modestos, no de héroes. De cualquier forma, el apremio físico en Dawson no era lo más terrible, sino el espiritual: el sentirse responsables de la suerte de un país.

Más de una vez durante la película el narrador se pregunta: “¿En qué nos equivocamos, qué hicimos mal?”. ¿Siente usted la necesidad de un mea culpa?
-No, no, no, yo no he hecho un mea culpa. Pero está esa interrogante aún sin respuesta. ¿Qué creó tanto odio en este país? ¿Por qué dura hasta hoy? Yo no tengo las respuestas, pero hubo una derrota de tipo histórico. ¿Cómo fue que, cegados por casi una obsesión de sobrevivencia, no nos dimos cuenta de que lo que venía era el horror y éste cayó sobre nuestras vidas?

En la película se ve un par de militares “buenos”, como el que le regala un pan amasado con mermelada a uno de los prisioneros.
-Ese personaje tiene un desarrollo que corresponde a la verdad. Primero lo llamaron “el mala cuea” y hoy lo recuerdan como el sargento Figueroa. Fue un hombre que tuvo una transformación: siguiendo instrucciones, partió considerándolos enemigos suyos y de la patria, pero se dio cuenta de que eran seres humanos como él. Por lo demás, eso nos ha ocurrido a todos. Yo estoy aquí conversando con usted, entre otras cosas, porque el 11 de septiembre un sargento me sacó de un pelotón de fusilamiento en Chilefilms. Un valor importante de la película es ese tono de tragicomedia, en el cual intervienen las conductas propias del chileno.

¿Le interesa el cine chileno actual?
-Mucho. Hay una generación que está haciendo un cine muy importante. Sebastián Lelio y “La sagrada familia”. “La nana”, de Sebastián Silva, es una película importante para el fondo mismo de lo que es la sociedad chilena. Alicia Scherson, con “Turistas”, y la suavidad de la mirada femenina, distinta y valiosa.

UN EMPRESARIO CON UNA BANDERA LLENA DE NIEBLA

¿Qué piensa de Latinoamérica hoy, en relación a 35 años atrás, cuando usted salió de Chile?
-Hoy vuelven a galopar los antiguos dioses, los de la rebelión. Este continente no existe sino en la medida en que se rebela contra una opresión que es secular y que fue una suerte de neo colonialismo económico y cultural, que es lo que hicieron todos los regímenes de tipo administradores burocráticos. Administrar, no crear nada nuevo y, por lo tanto, lo nuevo sigue pendiente. Y surge producto de que las brechas históricas se abren, porque todo el mundo empuja. Y América latina está pujando para nacer de nuevo. Si no quieren ver el fenómeno de Venezuela como un fenómeno, no lo vean. Si no quieren ver el fenómeno de Ecuador o Bolivia, no lo van a ver.

¿Y cómo ve a Chile en este panorama?
-Acá, los edificios están tapando la cordillera. Nos vamos a despertar un día y vamos a ver puros edificios, y en la punta, un empresario con una bandera llena de niebla.

¿Y qué le parece la discusión política actual, previa a las elecciones?
-Confusa y poco interesante. No hay discusión, todas las candidaturas son prácticamente iguales, me refiero a las principales. Lo que estamos viendo es la ausencia total de planteamientos, reemplazados por la anécdota virtual, cosas que a nadie le interesan.

¿Y de MEO, qué piensa?
-Muy interesante. Él tiene una gran posibilidad, tiene ideas, quiere y se le ve apasionado. Y ha encontrado mucha gente que está siendo interpretada por su forma mordaz y burlona.

¿Por quién va a votar?
-Por el candidato que refleje mejor las posturas de la izquierda. Puede ser Arrate, Navarro, Marco Enríquez. La Concertación hizo muchas cosas por Chile, pero ya un ciclo se cerró para bien y viene otro ciclo. Quien mejor interprete la posibilidad de recambio, merece el apoyo de los ciudadanos chilenos.

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