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Cultura

13 de Octubre de 2009

Un placentero revoltijo de ideas

Por
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UN ENCUENTRO
Milan Kundera
ensayos
Tusquets, 2009, 213 páginas.

POR TAL PINTO

Comenzó escribiendo en checo, pues era ciudadano de la antigua Checoslovaquia, y no argentino o rumano. Fue comunista de un rojo ardoroso y fehaciente, y luego blanco antimarxista. Exiliado en Francia adopta el francés como lengua literaria, coronando su tránsito de la Europa Central a la Occidental con una novela, “La lentitud”, muy inferior a “La broma” (su primer y más logrado libro), la famosísima “La insoportable levedad del ser” o incluso a la debatible “La despedida”. Es indudable que Milan Kundera (1929) ha tenido una vida acontecida, en la que se han superpuesto biografía íntima e historia mundial.

En “Un encuentro”, su cuarto libro de ensayos, Kundera pasa revista a sus afinidades artísticas con aplomo y brevedad (la mayoría de los ensayos no excede las tres páginas). Rabelais, Bacon, Beckett, Fuentes, el olvidado Anatole France, el omnipresente García Márquez, Schonberg y Xenakis, y también Aime Cesaire y Depestre y Breleur son los autores que revisa, y también dedica un ensayo en diez partes a la periferia literaria y política en los países del tercer mundo, y otro a cómo “un encuentro legendario” puede torcer el destino todo de una literatura nacional.

Kundera es un partidario acérrimo de la forma novelesca, que está muy por sobre, para él, la poesía y otros géneros. Es precisamente la situación inversa –la jerarquía de los poetas– lo que da origen al soberbio “Las listas negras o divertimento en homenaje a Anatole France”, donde con mucho humor le pasa unas cuantas facturas a la dogmática intelligentsia surrealista francesa y su desprecio al ingenio de France. Kundera juzga en este ensayo que el escepticismo moral de France no encaja con los nuevos tiempos políticos de la literatura, por lo que éste pasa a una lista negra a minutos de su muerte. Las vanguardias son modas, piensa Kundera, y un día un escritor es bueno y al otro malo casi de manera exclusiva por su pertenencia a tal o cual camarilla literaria. El destino de France es el destino de todos los escritores, y probablemente, así se lee entre líneas, el sino que Kundera mismo vivirá –es un decir– tras su muerte.

Suele suceder que cuando un escritor opina sobre otros dice más de sí mismo que de sus analizados. “Un encuentro” no es una excepción a esta regla: ya cuando se ensaya acerca de la fama y posteridad de un autor (France), el carácter marginal de una tradición literaria (Cesaire) o el fasto de la muerte (Celine) y el sexo en la novela (Roth), lo que hay son opiniones desplazadas, oblicuas, sobre la propia obra de un Kundera cada vez más discutido y criticado, distante de las alturas de sus primeros relatos y cuya producción novelesca lleva casi diez años estancada.

Los caprichos y las vanidades, la inteligencia selectiva, afectuosa y en muy escasas ocasiones iracunda son la paleta de contradicciones y juicios agudos que hacen de este volumen de ensayos un libro placentero y edificante.

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