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Opinión

13 de Diciembre de 2009

Cuando mi papá fue candidato

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POR ASUNCIÓN LAVÍN

A comienzos de 1999, en un almuerzo familiar de día domingo, mi papá nos sorprendió con una noticia: había decidido ser candidato presidencial. Las reacciones fueron diversas y no sabíamos bien qué pensar al respecto; no teníamos idea de lo que significaría esta campaña en la vida de cada uno de nosotros. En ese momento sólo vimos lo que era objetivo: Joaquín Lavín, el alcalde, competiría con Ricardo Lagos, ícono de la Concertación, parecía en ese momento David contra Goliat. Recuerdo patente a mi hermano decirle que estaba loco, que iba a perder de todas maneras. Y ese día, sin darnos cuenta, nos cambio la vida.

Durante los primeros meses no pasó nada interesante. Veíamos la campaña como simples espectadores, hasta que algo lo cambió todo. Recuerdo que durante las vacaciones de invierno se empezó a repartir una tarjeta con la foto de la familia, y desde ese momento en adelante las cosas empezaron a revolucionarse, la gente nos empezó a reconocer en las calles, para bien y para mal, empezamos a sentir el peso de lo que significaba ser hijos de, y de un momento a otro la campaña empezó a agarrar vuelo. Tanto, que mis dos hermanos mayores, que estaban en la universidad decidieron congelar sus estudios, ya que era imposible para ellos llevar una vida normal.

En agosto de ese año, las giras se volvieron interminables, mi papá quería recorrer todo Chile hasta el último rincón, mi mamá y hermanos mayores se incorporaron a la campaña totalmente y nosotros, los que estábamos en el colegio, sólo los veíamos por el noticiero… Fueron momentos difíciles. Esta situación duró un par de meses y decidimos, como una manera de contener nuestras emociones, volcar nuestras vidas y todos nuestros esfuerzos a acompañar a mi papá en este desafío.

Recorrimos Chile 3 veces en un par de meses, y realmente se me abrió un mundo, conocí junto a mi familia todas las realidades que coexisten en nuestro país, fui testigo de la desesperanza de la gente, de las injusticias a las que están sometidas, a la falta de oportunidades, las grandes diferencias entre la capital y las regiones, etc. y de cómo esas personas veían en mi padre su única esperanza de cambiar su realidad. Ahí recién comprendí la gran responsabilidad que llevábamos sobre nuestros hombros. Si mi primera motivación había sido acompañar a mi familia, con el correr de la campaña se convirtió en el desafío de poder cambiarle la vida a todas esas personas que se alegraban tanto al vernos llegar a sus pueblos, donde a muchos de ellos nunca había ido un candidato, personas comunes y corrientes que necesitaban volver a creer en alguien que les diera confianza, que los escuchara y les tendiera una mano. Era realmente motivador ver cómo la gente se volcaba a las calles a recibirnos, éramos como un fenómeno, casi estrellas de rock. Lo anecdótico es que la gente nos pedía autógrafos (¿qué harán con ellos ahora? pienso a veces), nos sacaban fotos, nos invitaban a salir, nos regalaban todo tipo de cosas, incluso a una de mis hermanas le regalaron un anillo.

Una de mis misiones era ayudar con las cartas que le entregaban al papá. Eran miles a la semana, contando los dramas más grandes, y pidiendo ayudas increíbles, muchas de ellas eran solucionables solo con una respuesta de aliento, pero habían muchas donde era imposible ayudar. La impotencia de ver cómo pedían ayudas para remedios, para que un hijo no dejara los estudios porque había quedado sin pega el papá, me convencían cada vez más que Chile necesitaba un cambio radical. Quizás fue eso lo más difícil cuando perdimos la elección, el ver que la mitad de Chile tenía la esperanza en que se podía cambiar, en que tendrían un presidente preocupado de sus problemas, y no dedicado a viajar, que la señora que llevaba 2 años en lista de espera para que la operaran de cataratas tenía la esperanza de volver a ver. Ese tipo de esperanzas no cumplidas nos significó un vacío enorme, porque sabíamos que todo iba a seguir igual. Y finalmente, terminó siendo cierto: Chile no cambió.

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