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Cultura

2 de Enero de 2010

Una sombra, una ficción (un cuchillo)

Por

VASTAS EMOCIONES Y PENSAMIENTOS IMPERFECTOS
Rubem Fonseca
Tajamar Editores, 2009, 280 páginas.
$12.900

POR VICENTE UNDURRAGA
Se empieza a leer “Vastas emociones y pensamientos imperfectos” y no parece ser gran cosa, sin embargo de repente se está en la mitad, asombrado con la gran cosa que es, fascinado con la trama y sobre todo con la manera que tiene el personaje de pensarla, y admirado con la perplejidad transparente con que cuenta todo aquello que de insólito le ocurre.

“Vastas emociones y pensamientos imperfectos” (1988) -segundo de cuatro libros que Tajamar Editores se ha propuesto publicar de Fonseca en Chile- es el relato de un cineasta cesante, que hace poco despertó al lado de su amada muerta; que padece un singular síndrome que le ocasiona fulminantes desmayos; que prioriza, en materia sexual, el placer de la mujer (se confiesa “complacedor generoso”); y que sobrevive haciendo, de pésima gana, videos para la iglesia de su hermano, un líder “televangélico” chanta. De pronto aparece una oferta desde Alemania para que filme una película con los cuentos de “Caballería Roja”, de Isaák Bábel. Pensando en eso está, releyendo al escritor judío-soviético, cuando recibe la imprevista visita de una niña que arranca de desconocidos y le pide auxilio. Pasados unos días, y no con plena conciencia, él toma la posta de las peripecias de la niña, que aparece asesinada. De ahí en más la historia se vuelve paranoica (pero es una paranoia con asidero:
“¡Qué bueno es tener una base real para la propia paranoia!”, dice) y transatlántica: si en Río de Janeiro le pasa todo lo antes dicho, en Alemania Occidental le tocan intrigas, desaires y escarceos sexuales y en la RDA la cosa se le pone peluda, para finalmente verlas negras en un sótano ubicado en una zona perdida y rocosa de Brasil.

La novela tiene una característica que la hace redonda, en el mejor sentido de la palabra. Hay, de una manera elegante, nada pedestre, una tesis: la sostiene el mismo narrador -presa de recurrentes sueños sin imágenes, cosa paradójica siendo cineasta-, y viene a decir que los sueños son “un mundo arcaico de vastas emociones y pensamientos imperfectos”. Y ese concepto finalmente será también la clave, si no para entender, sí al menos para calibrar su existencia, que se ve de pronto sacudida por un huracán de personajes y episodios que lo arrastran por derroteros imprevistos, quitándole paulatinamente firmeza a la realidad, volviéndola difusa a tal punto que hacia el final el mundo se le aparece también -y he aquí la redondez- como un escenario de vastas emociones y pensamientos imperfectos.

Parcialmente liberado de las intrigas que lo absorben, el protagonista termina confundido entre hechos y sueños, y bien pueden atribuírsele las célebres palabras del Segismundo de Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Un frenesí./¿Qué es la vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño,/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños sueños son”.

Escrita con estilo veloz, violenta (“El primer piso estaba demasiado lleno de cadáveres como para que yo pudiera circular por allí tranquilamente”), humorística (“Una casa que tiene todos los libros de Auden tiene que tener alicates, pensé, sin mucha lógica”) y erótica (“Me masturbo mirándole el culo, su perfil de niña”), “Vastas emociones…” confirma el aserto del mexicano Elmer Mendoza, que definió la narrativa de Fonseca como “un cuchillo”.

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