Opinión
17 de Enero de 2010La elección presidencial del Bicentenario
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POR GABRIEL SALAZAR • Foto: JPB
La historia no es circular ni se repite, pero en aquellos países donde el Estado ha sido construido y reconstruido del mismo modo una y otra vez (caso de Chile), hay situaciones que tienden a repetirse hasta el hastío. Una de ellas son, por ejemplo, las elecciones presidenciales intrascendentes, donde no hay nada en juego. Donde todos los candidatos operan con un mismo patrón conductual y bajo la bandera de un mismo proyecto ‘político’ (no precisamente ‘histórico’). Las elecciones del siglo XIX fueron así: la dinastía oligárquica ponía sus delfines en la Presidencia, salvo que surgiera un contendor provinciano o con mucha ética cívica, en cuyo caso atacaban todos, armas en la mano, al atrevido. Entre 1900 y 1920 las elecciones fueron soporíferas. Sólo la de 1920 fue diferente, pero no porque Alessandri fuera distinto a la oligarquía, sino porque la ciudadanía puso contra la pared al conjunto de la clase política. Alessandri ganó esa elección, pero traicionó a la ciudadanía y dejó todo igual que antes. Sólo en 1964 y en 1970 se jugó algo más de fondo: revoluciones en el marco de la ley. Y, tal vez, en 1990, cuando se puso término a la dictadura militar revalidando la Ley (dictatorial).
La elección presidencial de 2010 pertenece al rango de las soporíferas. Pues no hay nada en juego. Todo es continuismo. Un candidato habla del “cambio” como quien cambia de dentífico. Otro, de que “vamos a vivir mejor”, como quien se lustra los zapatos. Y la razón es que el modelo neoliberal chileno es extremista y yace sobre el mercado mundial como una odalisca: en estado de perfección. No se le puede agregar nada en lógica neoliberal, como no sean medidas de baja estofa: expulsar de las reparticiones fiscales o municipales a los funcionarios ‘a contrata’ que militan en la Concertación, o privatizar lo poco que queda por privatizar, o mercantilizar las iglesias (el Espíritu Santo suele no cobrar por sus servicios). O poner en la cúpula del Estado al más arquetípico de sus especuladores. Tampoco se le puede quitar nada, porque quitarle algo (por ejemplo, la actual Ley Educacional, o socializar las AFP y las ISAPRES) equivale a deshuesar la lógica mercantil completa.
Lo que hoy realmente importa en Chile no son los flatus vocis de los políticos de Gobierno o de Oposición (todos viven una crisis terminal de representatividad), ni las leyes y decretos del Estado (ya es tiempo de construir un Estado realmente legítimo), sino lo que ocurre con la gran masa ciudadana, que está notoriamente cansada de 200 años de monotonía elitaria. La ciudadanía está viviendo su propia transición. Por abajo, localmente, barrialmente, en sus redes sociales, culturales y delictuales. Empujando un proceso estratégico de adquisición de capacidades soberanas, sociocráticas y de auto-gestión. Necesita, por tanto, tiempo histórico hábil para completar su aprendizaje y su empoderamiento. No le sirve en este sentido engolfarse en una guerrilla política convencional contra el monigote neoliberal que le puedan plantar encima. Está embarcada en una lucha histórica trascendente, no convencional.
Según eso, se requiere votar por el candidato que prolongue el tiempo histórico actual para que el pueblo avance aún más dentro de sus plazos adquisitivos. Y ese candidato es el que, doctrinariamente, está obligado rectificar en un sentido ‘sociocrático’ el rumbo gubernamental de los últimos 20 años. Pues ni él tiene por sí mismo la estatura de estadista necesaria para liderar la transición ciudadana, ni su bloque político cuenta con la credibilidad ciudadana para hacerlo. Pero, en caso de triunfar, la ciudadanía puede presionar para exigirles a ambos abrir camino para que la soberanía ciudadana complete la transición por la que avanza. De salir el candidato de la Oposición, en cambio, provocará una confrontación política prematura, cuando el movimiento ciudadano no está aun suficientemente preparado para imponer su propuesta reconstitutiva del Estado.
No se trata de votar por un candidato o un bloque político, sino por la ciudadanía, y ésta, sin duda, requiere todavía de más tiempo apropiable. Piñera abrirá un plazo prescriptivo de conflicto político inmediato (cuando todavía no hay propuestas ciudadanas claras). Frei marcará un continuismo que puede ser llevado al revisionismo por la misma ciudadanía, lo cual es más favorable para que aquélla complete el plazo adquisitivo en el que, con relativa lentitud, se mueve hoy.
Santiago, 11 de enero de 2010