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Opinión

22 de Enero de 2010

Cambio y fuera

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

POR PATRICIO FERNÁNDEZ

El triunfo de Piñera no se vivió como una hecatombe. Las manifestaciones de rabia, impotencia o tristeza no han llenado la escena pública. Los vencidos no le han enrostrado nada a los vencedores. Ronda una pena encubierta entre quienes se sienten parte de la cultura concertacionista que gobierna desde hace veinte años, una emoción sin alharaca y difícil de expresar, quizás como la que se experimenta tras la muerte de un nonagenario. Nadie le desea la muerte al abuelo, pero todos la esperan. El problema por estos lados fue que el anciano falleció con las botas y la corona puestas y el báculo en la mano, en lugar de haberse dormido tranquilo mientras sus nietos perpetuaban la estirpe. Esta vez, junto con el muerto se perdió el reino. Varios lo han dicho: no ganó Piñera, sino que cayó la Concertación. No supo soltar la teta a tiempo para que continuaran gobernando sus ideas. Como sucede casi siempre que una sucesión no es arreglada antes de la muerte del viejo, sus descendientes se sacarán los ojos por agarrar la mejor tajada de la herencia. No faltarán los que intenten revivir al finado con golpes eléctricos, hasta dejarlo hecho añicos. Todo esto, según dice la experiencia, mientras el capital acumulado disminuye por no tener quién lo administre sensatamente. Las peleas ya comienzan a verse al interior de la familia derrotada. Están enrostrándose unos a otros la responsabilidad del fracaso. “Caco” Latorre le echó la culpa al partido socialista y, en respuesta al llamado de Lagos a renovar los cuadros concertacionistas, sin mover una ceja contestó que no se sentía aludido; agregó que Lagos, más encima, era mucho mayor que él. “Creo que se está haciendo un esfuerzo por demonizar mi propia responsabilidad personal”, señaló Camilo Escalona, con la inocencia de un lactante. El radical Fernando Meza culpó de la tragedia a Michelle Bachelet. En su parecer, es el colmo que alguien que le debe la presidencia de la república a una coalición, no haga lo humanamente posible por traspasarlo a otro de los suyos. Dijo, también, que la candidatura de Frei había sido como un embarazo no deseado. Son cosas de radicales. Yo quiero creer que al mismo tiempo que unos se sacan los ojos, habrá otros conversando animadamente, sin prestarle demasiada atención a las mochas de veteranos, al menos no hasta que sea estrictamente necesario, y entonces, cuando ya se hayan descuerado los dirigentes añejos entre ellos mismos, los nuevos nos cuenten que hay un país en ciernes que aún no sabemos ver, en el que energías hasta ahora ignoradas asoman para revitalizar un cuento trunco. No sería raro que algunas de ellas participen, a falta de mejor invitación, en el gobierno de Piñera. Otras, seguramente, provendrán de rincones todavía oscuros e inclasificables. No se trata de un ejército enemigo del gobierno entrante, sino de una alternativa que realce los valores de esa mitad de Chile que no ganó la elección. Nadie puede creer que somos todos iguales, ni pretender que coincidamos en el mismo proyecto. Tan sólo soñarlo invita al autoritarismo.


La piedad romana de Rubens

Una cosa llamó mi atención el domingo: volví a encontrarme con el rostro de Pinochet festejado en las calles. No quiero decir con esto que se trate de una vuelta a la dictadura ni nada por el estilo. Estoy seguro que no será así. Sólo me detengo en el hecho de que volvió a rondar, de que unos cuantos vitorearon su nombre, que hubo gritos furiosamente anticomunistas, y que un grupete en Namur con la Alameda coreó lo siguiente: “¡General Pinochet, este triunfo es para usted!” Dudo que a Sebastián Piñera lo entusiasmen estas manifestaciones de barbarie, pero ahí están, y gústele o no, son muchos entre sus filas. Confieso que volver a verlos celebrando fue lo que más me dolió esa noche. El resto era nostalgia y remembranzas, de esas en que la vida personal se cruzan con la política, y los amigos, los delirios y los amores idos se vuelven uno con la historia del país, tanto así, que los despedimos en conjunto.

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