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Cultura

4 de Abril de 2010

Impostaciones asalonadas

Por

POR JUAN PABLO ABALO • ILUSTRACIÓN: LEO CAMUS
La televisión chilena está convertida en un agente distorsionador. La manipulación de la realidad (pasada, presente y hasta futura) que proyecta se ha hecho cada vez más evidente y la mayor parte de las veces es llevada a cabo de la manera más ridícula posible. Lo del terremoto es una prueba irrefutable (drama transformado en mega show), y la teleserie Manuel Rodríguez de Chilevisión, otra. Más parecida a un sketch de colegio en los que niños y niñas se disfrazan y representan el combate naval de Iquique, esta pareciera ser una serie inspirada no en la vida del “hijo de la rebeldía”, sino en la del Zorro. Incluso trae a la memoria el far west de Fantasilandia en el que un grupo reducido de actores se disfrazaban de vaqueros e indios y -disparándose de lado a lado- entretenían a los niños que se lo creían un poco a medias.

Mención aparte merece la música que acompaña y decora la teleserie. Particularmente llama la atención la desafortunada versión de “El cautivo de Til Til”, del gran Patricio Manns (habría que decir que se trata de las más notables canciones destinadas a la figura de Manuel Rodríguez). Puesta una y otra vez para promocionar la teleserie y sometida a las adversas restricciones del jingle pensado para una gran e indeterminada masa, la versión televisiva de la canción presenta un panorama desolador, similar al que se produce al ver una automotora o una farmacia en el lugar donde por décadas hubo una casa tradicional chilena. El gusto amargo que deja la versión televisiva de “El cautivo deTil Til”, a la que se suman las versiones televisivas de “Tonada de Manuel Rodríguez” de Vicente Bianchi, y “Te doy una canción” de Silvio Rodríguez, es producto del enchulamiento que las deja -en algunos casos- como aceleradas, como despeinadas o como rockeras; en otros como electrónicas, como modernas, como eclécticas, y en otros como orquestales, como incidentales, pero en todos y cada uno de los casos impostadas, tan impostadas como la voz de los propios actores, que en un exagerado acto de sobreactuación hablan “a lo chileno antiguo”, un habla tan poco creíble como las asalonadas y afrancesadas cuecas al piano que en Chile se interpretaban en rimbombantes y elegantes fiestas durante las primeras décadas del siglo XX.

Las canciones pueden, y muchas veces deben, ser reinterpretadas e incluso transformadas, al punto de hacerse irreconocibles, sin embargo es fundamental entender las leyes y los cánones de una música para darle nueva vida; es indispensable para que dicha empresa tenga un final feliz entender el ánimo que porta una determinada canción para extenderlo o llevarlo a nuevos terruños. Ejemplo de ello es lo que hizo Jonny Cash junto a Rick Rubin en los discos que llevaron por nombre “American Recording”. Productor y cantautor lograron que muchas de las canciones ahí contenidas y de autoría variada (Tom Paxton, Sheryl Crow, Bob Nolan, por nombrar solo algunos) no solo vieran transformaciones considerables en su favor sino que muchas de estas transformaciones lograran hacerlas parecer como compuestas por un mismo músico.

Pero para la moral de la televisión es variable. El terremoto reciente puso en problema a los arquitectos que hoy se ven enfrentados a una pregunta crucial -¿cómo se conserva o configura una identidad luego de que parte importante del patrimonio se cayera al suelo?-, a la televisión los asuntos de los que se jacta de estar trayendo a la memoria (“identidad”, “patrimonio cultural”, “conservación”) y sobre los que puede transformarse en un severo juez, en verdad, le importan un reverendo huevo.

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