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Opinión

27 de Mayo de 2010

Editorial: ¡Cocorocó!

Patricio Fernández
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por Patricio Fernández

Dirán lo que quieran, le buscarán la quinta pata al gato o el cuesco a la breva; los de talante más filosófico encontrarán los deslices ideológicos que ya suponían antes de escucharlo; pero la verdad es que Piñera, con su discurso, le tomó la delantera a la Concertación. Los pilló desprevenidos. Sus voces saltaron como chicharras, improvisando comentarios disparatados, que sólo evidenciaban la confusión. Unos lo acusaron de populista y otros de gobernar con ideas ajenas -las de ellos-, como si las ideas tuvieran dueños, y, más absurdo todavía, en lugar de disfrutar el contagio de las propias convicciones, como si hubiera que encerrarlas y vigilar que no se escapen donde el vecino. La derecha chilena eligió para llegar al poder a uno que no era de su clan, no, al menos, de sus hebras más íntimas, a un demócrata cristiano infiltrado en sus filas, quizás incluso menos de derecha que otros como Ravinet. Varios de sus compromisos eran viejas ambiciones concertacionistas – el 7% de los jubilados, la inscripción automática y el voto voluntario, etc.-, no pocas detenidas en su momento por los miembros de la coalición que ahora las impulsa como suyas. Bitar dijo una frase que me pareció notable: “El discurso de Piñera de lejos se ve bien. Ahora hay que mirarlo de cerca”. Y si bien el análisis minucioso es importantísimo, y es de esperar que lo hagan los profesionales correspondientes, su significado en términos generales, ambientales, políticos, a fin de cuentas, no es nada de menor. Visto desde lejos, sonaba bien.

Lo del bono a los matrimonios viejos fue una huevada con patas, una de esas que le gustan a los pechoños, y que les permite sentir que este gobierno es de otro talante moral que los anteriores. Cuando Piñera invoca a Dios, a mí se me erizan los pelos de vergüenza. Pero en fin, para don Carlos Larraín esas cosas son importantes y más todavía para un poderoso sector de la UDI, que no hubiera resistido escuchar a su supuesto presidente promoviendo el amancebamiento entre maricones. Eso hubiera sido mucho, pero a cambio le dejaron pasar el reconocimiento a los cuatro presidentes anteriores, lo que quiere decir que la ruta no cambiará mayormente. De hecho, esto de “la nueva forma de gobernar”, según nos han explicado, consiste en mejorar la gestión, es decir, el modo de hacer las mismas cosas. La Concertación también tenía en sus venas un buen porcentaje de glóbulos neoliberales, de modo que sus medidas desestatizantes no alcanzaron a sonar violentas. Entre los herederos del NO, varias hubieran encontrado a más de un defensor.

A mí me parece que la carta de navegación expuesta por Piñera, complejiza felizmente el cuento. Obliga a la centro izquierda a pensar. A hurguetear de nuevo en su baúl de historias y deseos, antes siquiera de planear volver al gobierno. Si Piñera cumple sus metas, ¿a qué puerto desconocido nos invitarían? Porque si no las cumple, el asunto es sencillo: las fuerzas empresariales no sirven para dirigir un país, los que saben ganar plata no necesariamente saben gobernar, y ésta “nueva forma”, con la que se llenan la boca, caerá como baba por sus mejillas. Piñera se impuso metas ambiciosas, porque él es ambicioso y no podría conformarse con menos de lo conseguido por otros. Puso el ejemplo de una montaña escalada hasta la mitad, por la que él quiere trepar hasta la cima. Ha llegado, sin embargo, el momento de mirar también las montañas sucesivas. Como en la Cordillera de los Andes, son muchas y no están precisamente ordenadas en fila india. Pero en lugar de levantar los catalejos, la así llamada Concertación, está picoteando el suelo como las gallinas, y cuando les acercan el micrófono, gritan “¡cocorocó!”

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