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Nacional

1 de Junio de 2010

Los Pinochet ajustan cuentas pendientes: Denuncian deslealtad de la UDI

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El nieto de Augusto Pinochet, Rodrigo García Pinochet, le da duro a la UDI en un texto que acaba de publicar en su blog. En el escrito, el ex candidato a diputado por Las Condes se lamenta de lo que llama “desleatad de la UDI”. Su madre Lucía Pinochet, lo secundó en declaraciones a la prensa: “La UDI fue desleal con mi hijo y conmigo porque cuando nos presentamos para las elecciones no recibimos ningún apoyo y muchos líderes de ellos le deben su carrera política a mi padre”, dijo.

Reproducimos el texto publicado por García Pinochet:

EL COSTO DE LA DESLEALTAD

La lealtad implica el conocimiento y la aplicación de conceptos como la fidelidad, el honor y el agradecimiento, implica la convicción de ejercer dichos principios con el propósito de perseguir aquello que se considera correcto, como lo son nuestros ideales. En política ese ideal se refleja en el tipo de sociedad a la cual se aspira, en el convencimiento de que el predominio de ciertos valores y principios son los adecuados para el bien común de una nación. Es por la búsqueda de este ideal por lo cual los partidos políticos se conforman y ejercen su labor dentro de la política, se baten en la lucha democrática por el poder con el objeto de avanzar hacia ese ideal, aquel camino que es construido por la política y por el cual la sociedad transita. La mantención de estos ideales, y la lealtad hacia ellos, enaltecen la actividad política, ya que de no existir, la función de los partidos y de quienes lo conforman solo se limita a la mediocridad y a la perpetuidad del poder por poder, a la ambigüedad y el acomodo, a la conveniencia política en búsqueda del beneficio propio e inmediato.

Los actuales partidos políticos de centro derecha se forjaron bajo un gobierno cuya gestión se basó en las ideas y los principios de sus propios fundadores. Siendo el principal ejemplo de ello la figura del asesinado senador Jaime Guzmán, quien por mantenerse fiel y leal a sus ideales fue cobardemente acribillado. Con su muerte la izquierda no solo descabezó a la derecha de uno de sus más brillantes pensadores, sino también envió un claro, brutal y sangriento mensaje al resto de políticos de derecha que pretendieran lealtad hacia sus ideales. Mensaje que tras más de dos décadas del hecho, pareciera haber calado muy hondo. El proceso de deslealtad de la derecha ha sido progresivo, la primera evidencia de ello se reflejó en el constante distanciamiento y “desafección” que muchos políticos forjados al alero del gobierno militar tuvieron con la principal figura de aquel gobierno, el general Pinochet. Dicho distanciamiento no sólo implicaba al militar que lo lideró, sino también a la obra de la cual ellos mismo formaron parte, su propio patrimonio y sus propias ideas.

No era extraño escuchar a muchos de ellos esgrimir que dicha deslealtad no era real, sino solo un artificio político cuyo único fin era la obtención de beneficios electorales que le permitieran a la postre alcanzar nuevamente el gobierno. Esta estrategia política basada en la negación de sus convicciones, o lo que es lo mismo, de deslealtad hacia ellas, llevó al electorado a ver como ideas únicas de ser acertadas y aceptadas, aquellas provenientes desde la Concertación, ideas bajo el rótulo de un socialismo renovado, hoy progresista. Dicha estrategia tiene como origen aquella denominada como de “arrebatar las banderas al adversario”. En su libro: “Escritos Personales”, fue el mismo Jaime Guzmán quien advierte del riesgo que implica esta estrategia política en la derecha ya que: “Lo que la referida táctica olvida es que el adversario siempre puede correr las banderas, sosteniendo que lo realizado es insuficiente …” Ejemplo de ello lo fue la afamada reforma agraria del gobierno de derecha de Jorge Alessandri. Por lo demás, ya Jaime Guzmán se lo preguntó hace muchos años atrás: ¿Qué sentido tiene gobernar y luchar por seguir gobernando, si ello se va a hacer no para realizar lo que uno piensa (que es la búsqueda de su ideal), sino para aproximarse a lo que desea el adversario?

Ha sido esta deslealtad hacia sus propias ideas lo que llevó a la UDI inevitablemente a apoyar como candidato presidencial al actual Presidente Piñera, cuya historia política ha estado siempre acariciando a la democracia cristiana. Era el único, o por lo menos, de los pocos, que cumplía con la lógica del distanciamiento o deslealtad, ya que de entre sus filas no existía liderazgo alguno que ya en 1988 hubiese contrariado al gobierno de su propio sector encarnado en la figura de Pinochet. Pinera votó NO y aquello le daba la veracidad que los impulsores de la estrategia carecían.

Hoy día, tras la victoria de la Coalición por el Cambio, la pregunta que surge es si aquella deslealtad hacia las ideas de derecha se mantendrá durante su gestión de gobierno; no obstante, atribuirle esa deslealtad al Presidente Piñera sería tremendamente injusto e incorrecto, ya que las políticas que implemente, de ser contrarias a las de la derecha, sólo significará que se encuentran en línea con sus propias convicciones, ya sean estas en los ámbitos políticos, económicos o sociales, incluido en este último el manoseado tema valórico.

La experiencia de estos cerca de 80 días de gobierno así lo evidencia. Tras las palabras del Presidente emitidas el día 21 de mayo, durante su primera cuenta anual, sorprendió ver cómo algunos políticos concertacionistas aprobaban la oratoria del mandatario llegando incluso a decir que hubiese sido aquel discurso el cual les hubiese gustado escuchar de boca de Michelle Bachelet precisamente 12 meses antes. El buen trato o buena disposición hacia el primer mandatario de la ex alianza ya se había visto reflejado al momento de anunciar el proyecto de reconstrucción nacional, el cual, lejos de implementar medidas innovadoras, como lo pudo haber sido la exención tributaria al emprendimiento en las zonas afectadas, la receta escogida fue de evidente aroma socialdemócrata, la tradicional receta del alza de impuestos. Ante dicha propuesta, las críticas de un connotado liberal como lo es el economista Hernán Buchi se contraponían a los elogios de un senador socialista. Es decir, el primer y principal proyecto de ley del gobierno de la ex Alianza era criticado por uno de los propulsores del mayor crecimiento económico que nuestro país haya alcanzado gracias a las políticas adoptadas por el gobierno de derecha del cual él fue ministro, y halagado por miembros de aquel socialismo responsable de la mediocridad que caracteriza el legado de los últimos gobiernos de la Concertación. Dicho halago por supuesto que fue acompañado por una crítica relativa a la imperfección de la medida por no ser una aún más permanentemente socialista, es decir, ya corren las banderas hacia su propio ideal alejándolo aún más de las reales ideas de derecha.

Lo que los originadores de esta deslealtad parecieran no considerar es el costo que tendrá esta actitud sobre sus carreras políticas. La generación de la Unión Demócrata Independiente que creció y participó en el gobierno militar jamás podrá levantar un liderazgo capaz de llegar a la presidencia del país, me refiero a figuras como Pablo Longueira, Juan Antonio Coloma, Patricio Melero, Evelyn Matthei, Hernán Larraín, Víctor Pérez, etc. Todos ellos paradójicamente se encuentran estigmatizados con aquello que pretenden distanciarse; las ideas de derecha, estigmatizados por el gobierno militar del cual reniegan y marcados por la figura de Pinochet la cual por años quisieron que desapareciera en la historia, perdiéndose dentro del cajón del olvido. Son aquellos los que pretenderán levantar candidaturas futuras que su propia deslealtad se encargará de que terminen a la deriva. Ciegos de poder, sin ya ideales propios, esa generación de políticos hará lo posible para mantener su autoridad dentro de la UDI, dispuestos a abortar cualquier atisbo de competencia de una nueva generación sin participación activa en la desleal estrategia. Se batirán en rencillas con rebuscados adjetivos como “dogmáticos contra pragmáticos”, o con pomposos llamados a una presunta unidad o advertencias de que el momento no es el apropiado para competir. Sin embargo, el resultado de ello será uno solo, la división entre quienes no claudicarán en mantenerse leales a los ideales y aquellos cuyas intensiones se alinearán siempre con el ejecutivo, aun cuando esto impliqué incluso atentar contra los valores que dijeron en algún momento proteger.

Si el costo de la mencionada deslealtad se acotara a las pretensiones presidenciales de los líderes de la UDI, esto no sería de mayor relevancia para el país, sin embargo, el real e incalculable costo radica en las hegemónicas ideas del hoy denominado progresismo chileno que determinan la dirección de nuestras políticas públicas. ¿Qué otro mensaje se transmite a la ciudadanía cuando todos y cada uno de los sectores se pelean por ser o parecer más progresista el uno que del otro? Nuestra política deja de ser el debate o la lucha de diversas ideas para transformarse en una lucha de la apariencia que mejor viste un mismo ideal, la disuasión del electorado para lograr representar una misma cosa: el progresismo. Cuando todos los sectores luchan por representar las ideas progresistas se infiere que dichas ideas son efectivamente las mejores para nuestra sociedad, las que deberán regir el ámbito político, económico y social. La deslealtad de la derecha con sus propios ideales no solo enterrará las aspiraciones de quienes promovieron aquella estrategia, sino también conducirá a nuestro país hacia la mediocridad, hacia un camino de servidumbre cosméticamente adornado bajo una pomposa y falsa retórica de igualdad y progreso.

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