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Cultura

4 de Julio de 2010

Esponja eléctrica

Por

CON LOS OJOS EN LA CALLE
Congreso
Nueva Música Latinoamericana, 2010

POR JUAN PABLO ABALO
En su último disco, “Con los ojos en la calle”, el longevo grupo chileno Congreso corona cuatro décadas de existencia y de paso da muestra evidente y concisa de ser dueño de una creatividad fresca y autosuficiente, admirablemente resistente al tiempo, considerando que los 40 años que llevan trabajando juntos (cambios más, cambios menos), no son fáciles de mantener -en buen punto- para nadie, menos aún cuando, como sucede con un grupo musical, la tolerancia se pone a prueba bajo la convergencia de creatividades, ideas y convicciones, todo lo cual puede rápidamente transformarse en un infierno. Sabia dinámica la de Congreso, de la que sólo sus integrantes sabrán el secreto.

“Con los ojos en la calle” es el disco de estudio número quince del grupo y suena de perilla. Las doce canciones que lo conforman -variadas instrumental y compositivamente- van dando cuenta de una música que busca con persistencia un sonido lleno de voces diversas, las mismas voces de una Latinoamérica conformada por impredecibles mezclas de lo propio con lo que africanos, europeos y asiáticos trajeron consigo a este lugar del planeta: “Mi país es el mundo / milagro de humanidad / Y mi tierra es el sueño / posible de libertad / Mi país es la tierra / que siempre podría ser / y con toda mi América / canta el amanecer”, dirá, con una voz que se escucha cada vez mejor, el vocalista del grupo, Francisco Sazo, en la canción “El tricentenario”. Es que las letras, casi en su totalidad escritas por Sazo, y la música -compuesta por Sergio González, uno de los músicos más completos del panorama chileno-, confluyen y se potencian de buena manera, con soltura y buen calce, gracias al impecable desempeño de todos los integrantes de la agrupación, que siempre se han destacado por el dominio sólido de sus respectivos instrumentos. Las canciones de este disco que mejor dan cuenta del sonido renovado, aunque siempre reconocible del grupo, son: “Quién detiene a este amor” (balada de intencionados aromas franchutes: “Oh, mon amour/ Viens dans mes bras / Duele la herida en su piel”); “Mapocho”, hecha con una trastocada sonoridad de banda nortina, de esas en las que los bronces y las percusiones protagonizan un redoblado andar; “NN” y “La Venus en bicicleta”, plácida música con la que Congreso da término a un disco que, como esponja, chupa de por acá y por allá y mantiene ese particular equilibrio de géneros que exceden por todos lados eso denominado como mera fusión, para conformar con el tiempo ese sonido autónomo, esa eléctrica y a ratos psicodélica salida a la música latinoamericana que Congreso supo encontrar.

Bono de (casi oro) es lo que a estas alturas bien merecido se tiene Congreso.

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