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Opinión

8 de Octubre de 2010

Editorial: Érase una vez la Concertación

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Para qué repetir la de progresos que hubo desde el final de la dictadura a nuestros días. Los cambios fueron gigantescos, y el que no los vea está ciego. El asunto es que, a medida que se conseguían, el mundo concertacionista ya quería otros y, al no sentirlos ni prometidos, progresivamente se fue distanciando de sus políticos. Estos comenzaron a ser vistos como funcionarios, ya no como los representantes de un sentir callejero, sino como unos caballeros aburridotes que se juntaban con otros caballeros aburridotes a gobernar, es decir, a administrar un estado de cosas, cuando a todas luces lo que falta es demasiado. Bachelet, como una paloma volando en medio del océano, se las arregló para permanecer fuera del cuadro. Frei no era una oferta precisamente transformadora. La Concertación había dejado de ser, como exigía Rimbaud, “absolutamente moderna”. A estas alturas, los temas ya no eran los mismos del comienzo. Entre los así llamados “progresistas”, unos apostaban por renovarse desde adentro, mientras otros por descuartizar el cuento. Al día de hoy, todos forman parte del mismo problema a resolver: claridad sobre lo distintivo, viabilidad de su puesta en marcha y capacidad de convocatoria.

La Concertación está viejísima. Está igual que esas señoras de asilo a la que sus parientes visitan raras veces, porque como habla siempre lo mismo, aburre. Yo creo que con la elección de Frei la historia hubiera avanzado más lento. Esa vieja con olor a fiambre debiera dejar de recordar el pasado y aplaudirse o recriminarse. Debiera germinar con otra fuerza, donde sus protagonistas ni siquiera tuvieran que hacerse mucho cargo de las faltas de sus antecesores, como apenas puede conseguirlo un hijo con un padre. La derecha lo hizo con el dictador para lograr elegir un presidente. Falta que afloren con verdadera personalidad los temas que la antigua coalición siempre prefirió evadir para no afectar su unidad. Mejor pelear un rato, que morir en silencio. El matrimonio gay, la legalización de la marihuana, el aborto, la carga impositiva, la matriz energética, la importancia concedida al medio ambiente, los mapuches, los sindicatos, la educación pública, el gusto por el Estado, etc., etc., son todos puntos sobre los cuales al interior de esta Concertación gris no existen necesariamente acuerdos. Se la pasan mirándole la cara a Piñera para encontrarse, porque quizás si enfrentaran un espejo, como los vampiros, no hallarían nada. A estas alturas, las declaraciones de sus dirigentes históricos apenas concitan atención. El grupo de los nostálgicos intensos se reduce a quienes perdieron el trabajo y a una izquierda de cierta edad, para la cual es difícil figurarse la aparición de nuevas frecuencias y banderas. La lucha por la democracia no tiene fin, es una pregunta permanente y un continuo de retos sucesivos que siempre tendrá como oponente la natural tendencia al abuso del poderoso sobre el débil, y hoy los poderes se manifiestan de nuevos modos y así también se padecen las debilidades. Ya no es la falta de una bolsita de té lo que hace pobre a un pobre, ni que se reúna la junta de generales lo que pone en riesgo la democracia. Mientras en los partidos de la Concertación estén buscando el modo de retornar a La Moneda en lugar de los motivos que lo vuelvan imprescindible, difícilmente recuperará su encanto, o su respiración, si se prefiere. Según Fernando Salinas –el Hombre Terremoto- esta gente se halla distraída. A la renovación le falta independencia y le sobra respeto. No han terminado de caer en la cuenta de que ya no son gobierno, que ha llegado la hora de estirar un poco el elástico y pretender algo más que el Chile alcanzado. El país se supone que está creciendo, nada indica que el cobre vaya a bajar, ahora incluso hay rumores de que las sondas han encontrado riquísimos filones de oro y otros metales camino de los mineros atrapados. Los indígenas han ido cesando en sus huelgas sin bajas que lamentar. O sea, a la derecha se le están dando las cosas, mientras un fantasma de oposición deambula apenas perceptible, como una sombra de otro tiempo. Estoy seguro que las causas en que vuelva a encarnarse provendrán de afuera de las tiendas políticas, pero dependerá de cuánto decidan abrir las ventanas, el tiempo que tome verlas resucitadas. Casi no hay voces frescas entonándolas todavía, y no son pocos los que, para no perder su puesto, alejan el micrófono cuando las ven aproximarse. Un descontento desprovisto de fanatismo, diría que una disconformidad, planea huérfana entre tanta fanfarria y casaca colorada. No aspira al regreso de ninguna época desaparecida, sino la puesta en marcha de un proceso civilizador, crecientemente democratizante, ideológico, si se quiere, en el sentido de que el curso de la realidad por sí sola no arribará a ese estado de cosas que prefiere.

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#Concertación#editorial

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