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Opinión

5 de Diciembre de 2010

33, la edad de Cristo

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POR GERMÁN CARRASCO
Leo como poema los Clasificados Económicos y lo que se desprende es lo siguiente: en el mercado laboral son pocas las ofertas para mayores de 40 años; la mayoría de las ofertas exigen menores de 25. O sea, para el mercado laboral somos inservibles a los 30 años, a no ser que estemos con una figura de adolescente forjada a dieta y a gimnasio limpio. Leo, ahora como prosa, algunas críticas literarias que consideran jóvenes a las y los escritores hasta como los 40 años. Esto de jóvenes, claro, sirve para no tomarlos en serio porque una o un poeta o narrador no puede ser tan joven, ojalá no esté vivo, ojalá sea un personaje mitológico, ojalá sea dios. Para no analizar su obra, ni cuestionar nada, en definitiva: para no leerlo. La operación no oculta su burdo conservadurismo y es no querer poner en la mesa nuevos discursos y subjetividades, nuevas tentativas. Por mi parte, me echo en la silla de playa y leo sin distinguir otra lozanía que la de las páginas.
Revisemos ahora otro poema: la estadística con la edad promedio de muerte de los que aparecen en una antología universal: Maiakovsky, Keats, Shelley, Lira, etc. Muchos de ellos escribieron su obra antes de los 33 años, antes de los 25.
Cada tanto aparece el clásico artículo desinformado en algún diario: ¿Hay poesía en Chile luego de Neruda y Mistral? Y hacen listas y ponen opiniones llenas de celos sobre los autores. Me parece que hay un rechazo por los abanicos amplios porque es más fácil no leer, eso es lo que hay detrás de los que hacen esas listas y rankings.
Alguna vez leí “Cobro revertido” de José Leandro Urbina, “La ciudad anterior” de Gonzalo Contreras y hasta los primeros cuentos de Fuguet o su “Tinta roja” (al parecer, Fuguet anda en un proceso de autocrítica, hasta melancólico suena por momentos, ya no es el tarro con piedras que defendía un cine de chatarra, reconoce haber blufeado, etc). ¿Nos vamos a pitear a toda esa década porque sí, porque tenían pretensiones comerciales, porque eran exitistas, porque Frei o Menem o Fujimori? ¿Nada queda de esas novelas? ¿Ni siquiera la lección de su fracaso, unos pasajes de alguna? La literatura enseña en su fracaso, sobre todo en su fracaso. Por lo demás ¿acaso nadie se engrupió con una literatura distinta cuando la literatura de funcionarios armando el curriculum para los puestos en la Concertación nos tenía a todos asqueados por su monotonía y su cretinismo? ¿Nadie se acuerda el asco que producían esos poemitas cortos mezcla de Cardenal con haykú, unas cucharadas de Parra y Dalton?
El consejo de ancianos a veces se asusta de que además de quitarle el asiento, le vayan a cambiar el discurso, las reglas, el canon, la gramática, la manera de escribir. También está la otra moneda: la alharaca de algunos cabros chicos que, aleonados por algún o alguna gurú, quieren matar todo lo que se escribió antes que ellos. Y eso ocurre en todos los ámbitos de la sociedad, en todas las pegas. Personalmente creo que el secreto es ser siempre cinturón blanco. Y en cuanto a los grandes, hay que creerles sólo a los que, aún siendo cinturón negro, se presentan como cinturones blancos. Conozco algunos grandes –eufemismo para tiranosaurios rex– que siempre se trataron de tú a tú con los más nuevos, pocos pero habían. Un homenaje para ellas y ellos: Eduardo Milán, Rodolfo Fogwill, Mirta Rosenberg, Raúl Zurita, José Miguel Varas y toda la gente generosa de verdad.
El verso de Dante “Nel mezzo camin de nostra vita” (en la mitad del camino de nuestra vida) se refiere a los treinta y tres años, recordemos que esa edad es la edad de Cristo y Adán: y si hubiere un juicio final, la humanidad tendría esa edad. Al menos, eso dice Borges. Se supone que el mundillo de los creadores no hace distinciones: mujeres, hombres, chicas regias como yo o chicas descuidadas, gente de edad, homosexuales, gente de distintas latitudes sociales; en el mundo de la creación y el pensamiento nadie hace ninguna diferencia y todos comparten armónicamente un espacio donde la única disonancia y aburguesamiento sería marcar esa diferencia. Uf, sería lindo.

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