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Opinión

5 de Enero de 2011

Editorial: Bolsa de Valores

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Acá nos hemos acostumbrado a llamar discusiones valóricas a esas que dicen, de algún modo, relación con el sexo y la capacidad de disponer del propio cuerpo. El divorcio, el aborto terapéutico, las uniones de hecho. En todas, el botín es la mayor o menor atribución de facultades para cada cual de decidir sobre su persona y las relaciones que establece.

Para algunos, la condición sexual de con quién quieran los individuos compartir su vida en pareja es algo que no se puede escoger libremente. De lo contrario, es obvio que la ley debiera normar estos vínculos de manera que todas las alternativas puedan desarrollarse en plenitud. Sus argumentos son siempre, a las finales, religiosos. Responden a una concepción del mundo que defiende verdades, muchas reveladas, nada de discutibles, y no pocas veces, por el bien de todos, impuestas al resto a como dé lugar.

El tipo de familia, lo que se entiende por vida humana, lo que está bien o mal consumir -más allá de las razones médicas y el cuidado del prójimo-, o qué hacer con el propio organismo. Yo no digo que esas convicciones estén mal. Lejos de eso, varias las comparto. Lo que resulta difícil de entender es por qué debieran serle impuestas a los otros.

En el caso de los embriones, si acaso ya ven en ellos a un hombre de carne y hueso, es más comprensible la pasión. No obstante, y aunque cueste aceptarlo, son los hombres de carne y hueso los convocados a decidir si ven lo mismo. Doy por sentado que un convencido de estos preceptos jamás abortaría ni le propondría a nadie hacerlo.

En fin, el asunto es que cuando la ética llega a los negocios y a las esferas del ejercicio del poder, se llama “política” y toda la intransigencia permitida en esos temas que competen a las mayorías, da paso a un pragmatismo absoluto. No nos olvidemos que el bien supremo para este gobierno se llama “eficiencia”.

Parece no ser un tema valórico el que una empresa como Cencosud aparezca tras el terremoto donando, con lo que descuenta impuestos, mercaderías por las que cobró. Tampoco lo es que el gobierno, entre gallos y medianoche, negociara con las tres cadenas más grandes del rubro la compra de todos los materiales de construcción, y, como si fuera poco, éstas le subieran el precio a productos como el zinc una vez cerrado el acuerdo. Lo importante es que las casas se hagan rápido y bien, sin importar si para ello la institucionalidad es sobrepasada, las normas de buen comportamiento se cumplen, y el que un país no es la empresa de unos cuantos dueños, se olvide.

Si acaso, efectivamente, como piensan ciertos conservadores, los valores se están perdiendo y atravesamos una grave crisis moral, no es precisamente entre el ombligo y la cintura de los viandantes donde hay que buscarla, sino en el imperio de la plata, la rapidez y la desmesura. Son fuerzas que no trepidan en pasar por encima de los demás. No creo, sin embargo, en las crisis morales. Al amparo de este tipo de categorías suelen cometerse los mayores atropellos. Con evitar los abusos, si no sobra, basta. ¿Tanto que se quejaron de la mafia concertacionista y ahora resulta que llegó otra mucho más exclusiva? Parece que aumenta la concentración en esta bolsa de valores.

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