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Cultura

13 de Marzo de 2011

“Los hombres imaginarios”

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Desde The Clinic me piden que opine sobre el fascículo “Imaginarios Culturales para la Izquierda” insertado en la revista. En principio no es fácil hacerlo, para eso habría que haberlo leído y eso es algo que ni su editora ha hecho. La razón es sencilla: no fue, por supuesto, pensado para ser leído.

Es algo tan evidente que por su obviedad puede pasar desapercibido. Por mi parte, escarbé entre cinco o seis nombres cercanos que tienen algo que decir, pero parecían caricaturas de sí mismos, grises, planos, sin vuelo, como si les hubiera pasado un bulldozer encima.

Lo primero que llama entonces la atención de estos “imaginarios” es su asombroso talento imaginativo para convertir a sus imaginistas –algunos usualmente brillantes– en unas marmotas. Pero en rigor era algo insalvable y aunque hubiese escrito Coetzee, García Márquez o Bolaño no habría tenido otro resultado.

Lo que aquí esta concernido no es esa amalgama de tics, derrotas, sueños, transacciones deshonrosas y conmocionantes heroísmos que persistimos en llamar izquierda, sino una autoconfirmación. Como en todos los rituales totalitarios, su forma es exactamente su contenido. Es también la clásica doble aparición a la que refería Marx a propósito de Luis Bonaparte.

Las intervenciones en medios de comunicación masivos fue lo que hizo el CADA en 1979 al intervenir la revista HOY en la acción “Para no morir de hambre en el arte”, en 1981 con los aviones lanzando decenas de miles de panfletos sobre Santiago en la acción “Ay Sudamérica” o en 1985, cuando se intervino la revista APSI con el poema “Canto a su amor desaparecido”. El soporte de esas intervenciones era un país ocupado, lo que se pretendía era una agitación simbólica, un modelo que en pequeño contuviera la imagen de la subversión colectiva y no es menor que la acción NO + comenzada en 1983 terminase, cinco años después, siendo el NO del plebiscito: la cruz marcada en el voto.

El fascículo con los “imaginarios” es, 30 años después, el remake de esas intervenciones. Pero es un remake sombrío. De su absoluto autismo y autoreferencia, Rafael Gumucio ya dio una demoledora cuenta en su primera intervención. Ninguna de las respuestas tocó un átomo de ese artículo y el punto es asunto zanjado.

Más preocupante es lo que revela ese autismo. La acumulación sin pausa de nombres y textos no sólo obedece a una estética prehistórica, sino que su trasfondo es profundamente fascista; quiere imponer un discurso que no será leído basándose en el viejo poder teologal que da el texto escrito.

Lo que importa no es lo que dice, podría haber venido la Epístola a los Corintios, un tratado médico o los discursos de Hitler, sino la acumulación; el diseño destinado a la aprobación sin lectura porque la lectura esta de antemano proscrita. Nadie, a no ser que lo haga con beca o como una experiencia arqueológica, va a leer estos “imaginarios”, pero eso carece de toda importancia, es del todo irrelevante la discusión de si esas escrituras pertenecen al margen o al centro, porque lo que se quiere imponer es un poder vacío, no los textos sino el vacío de los textos.

Es lo que denota el amontonamiento de escritos rigidizados, ordenados, uniformizados, y la garantía sacramental de nombres aparentemente consagrados. Como en el mejor de los fascismos, mirar aquí es acatar. Pero esta imputación, afortunadamente, no es exacta, lo que salva a este fascículo de ella no es por cierto la grandilocuencia de su título ni mucho menos su apelación a la izquierda; lo que lo salva es su insignificancia.

Porque claro, y me refiero a uno o dos amigos prematuramente obsesionados con el premio nacional, cuesta un poco imaginarse que el gran obstáculo para la construcción de una sociedad sin clases sea que el último premio lo haya ganado la Allende. Es un simple ejemplo, pero tengo la sensación de que si la “izquierda” se lanza contra alguien que escribió la primera novela contra la dictadura y que además tiene 50 millones de lectores, es porque esa izquierda no tiene muy clara su vocación de mayoría. ¿O estoy equivocado?

No Yanko, y esto como antropólogo y como el excelente poeta que eres lo sabes perfectamente, en un orden donde la propiedad se ha convertido en la única metafísica, cualquier imaginario que no sea una deconstrucción del dogma de la propiedad individual asumido: en la literatura y en el arte con la clausura del concepto de autor y de autoría y su reemplazo por la práctica emocionante, energetizadora y vitalizante del plagio, de la expropiación y de la tachadura del nombre o de su reafirmación no como identidad sino como consigna o como emblema; asumido: en la lucha social recuperando la idea de la propiedad colectiva como lo hace el movimiento mapuche y todos los movimientos de recuperación de tierras de los pueblos ancestrales; asumido: en el combate por destiranizar las identidades sexuales, yo no soy ni hombre ni mujer, yo soy lo que mi escritura dicta que sea. Decía entonces que cualquier imaginario para la izquierda que no cuestione la teología de la propiedad privada es Coca Cola.

Un último punto, admiro a Rafael Gumucio, además de su “Memorias prematuras”, sus ensayos y artículos son lejos de los más lúcidos que ha producido la literatura chilena en mucho tiempo. Como le tengo aprecio son cosas que me alegra reiterarle cuando lo veo, lo que no es infrecuente porque tenemos oficinas al lado. Esto sin embargo se lo voy a decir por escrito: con su primer artículo bastaba, no eran necesarios los otros dos, sobre todo porque estaban hechos como si tuviera temor, como si intentara congraciarse. Creo que fueron una equivocación: nunca es bueno adular a quien te menosprecia.

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