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Mundo

24 de Mayo de 2011

Diez muertes estúpidas

España llora a Xavier Tondo, ciclista de 32 años líder del equipo Movistar que falleció este lunes cuando al salir a entrenar quedó aprisionado entre su carro y la puerta automática del garaje donde lo guardaba. Tondo estaba cumpliendo una de sus mejores temporadas y le estaba apostando a hacer un buen papel en el […]

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España llora a Xavier Tondo, ciclista de 32 años líder del equipo Movistar que falleció este lunes cuando al salir a entrenar quedó aprisionado entre su carro y la puerta automática del garaje donde lo guardaba.

Tondo estaba cumpliendo una de sus mejores temporadas y le estaba apostando a hacer un buen papel en el Tour de Francia de ese año. Al dolor de su muerte se suma las circunstancia tan absurda en la que perdió la vida. Su muerte no es la única que se ha producido por esos incomprensibles caprichos del destino.

Locos por la moda

La bailarina estadounidense Isadora Duncan murió estrangulada cuando su bufanda se enredó con los radios de una de las llantas del auto en el que viajaba. La famosa artista tenía 49 y usaba una larga bufanda de seda que le apretó el cuello y luego, por efecto de la velocidad, la sacó del automóvil y la arrastró varios metros antes de morir. .

El hecho ocurrió en 1927 en Niza, Francia, país donde años antes sus hijos, Deirdre y Patrick, murieron también cuando el auto en el que viajaban cayó al Río Sena.

Perfeccionismo mortal

François Vatel fue un chef y ‘maitre’ francés, creador de la mundialmente famosa crema de chantilly. Gozaba de fama nacional y era tan perfeccionista que murió a los 40 años cuando, encargado de preparar un banquete para una fiesta de tres días en honor al rey Luis XIV, se atravesó el pecho con una espada porque el pescado no llegaba a tiempo. Se dice que su cuerpo fue hallado por un ayudante de cocina que lo estaba buscando para avisarle que el pescado ya había llegado.

Atentado con perro

Ocurrió en Argentina hace 23 años, cuando una familia salió de viaje y le encargó a su vecino de apartamento que alimentara a su perro durante su ausencia. Un día el animal corrió hasta el balcón, perdió el equilibrio y en su caída libre de trece pisos aterrizó sobre una señora de 75 años, que murió por el impacto.

La gente acudió al auxilio y en el afán una de esas personas, llamada Edith Solá, fue atropellada por un carro de servicio público. La cadena de desastres se extendió a un anciano que sufrió un paro cardíaco al ver tal espectáculo. “Parecía un atentado, había cadáveres por todos lados”, relató un testigo de los hechos. No sobra aclarar que la primera víctima fue el perro, que no sobrevivió a la caída.

Mártires de las letras

Dos escritores conocidos se hicieron famosos por sus escritos, pero también por la forma en que fallecieron.

Las obras del ganador del Pulitzer Tennessee Williams fueron llevadas al cine e interpretadas por grandes como Marlon Brando, Elizabeth Taylor y Paul Newman. Autor de ‘Un tranvía llamado deseo’ y ‘La gata sobre el tejado de zinc’, sus historias no fueron tan trágicas como su muerte: se ahogó al tragarse la tapa de un frasco de gotas para los ojos que usaba regularmente, aunque también se dice que el tarro era de aspirinas.

Ocurrió en un hotel de Nueva York en 1983, cuando el escritor contaba con 71 años de edad. Y aunque deseaba que lo enterraran junto al mar, su cuerpo yace en San Luis, Missouri, casi en el centro de los Estados Unidos.

El francés de origen argelino Albert Camus, por su parte, murió en 1960 (a los 46 años) en un accidente de auto. En un bolsillo del abrigo que llevaba en ese momento se encontró un boleto de tren sin validar: su editor lo convenció a última hora de que viajara con él.

Al carro marca  Facel Vega en el que viajaban  se le reventó una llanta y fue a dar contra un árbol, partiéndose en tres. Camus, ganador del Nobel de literatura en 1957, había dicho el 3 de enero, un día antes de su muerte, “no hay nada más absurdo que morir en un accidente de auto”, a propósito del fallecimiento del ciclista italiano Fausto Coppi, ocurrido el dos del mismo mes.

Todo por un videojuego

Nadie piensa en la muerte cuando se habla de lo perjudiciales que pueden ser los videojuegos. Sin embargo Lee Seung Seop, un surcoreano de 28 años se convirtió a sí mismo en un ejemplo cuando en agosto de 2005 estuvo cincuenta horas seguidas jugado al Starcraft, un juego de estrategia de ciencia ficción, sin comer ni tomar nada. En un momento se levantó para ir al baño y se desplomó al instante, muriendo dos horas después. Se dice que fue una deficiencia cardiaca (causada por su maratón de juego) la culpable de todo.

Casi dos años después, la estadounidense Jennifer Strange murió con síntomas de intoxicación por agua luego de participar en el concurso Hold your wee for a Wii (Aguanta tu orina por un Wii), organizado por la emisora KDND de Sacramento, California, en el que prometía regalar una consola de la marca Nintendo a quien más aguantara sin ir al baño luego de tomar botellas de agua de 225 centímetros cúbicos cada quince minutos.

La leyenda del toro y el ascensor

Son muchos los que citan la historia pero pocos los que pueden dar los datos con exactitud. Ocurrió en el Edificio Bachué, en el centro de Bogotá, cuando un camión que llevaba toros de lidia rumbo a la Plaza de la Santamaría golpeó una de sus llantas traseras contra una roca que había saltado de una volqueta instantes antes.

Al camión se le rompió el eje de la transmisión y varios de los toros se escaparon. Uno de ellos, despistado, entró al edificio y cuando vio abrirse la puerta del ascensor se abalanzó contra la primera persona que vio, un hombre que acababa de salir de su oficina y que murió corneado en el desafortunado accidente. El animal salió resbalándose hasta la calle y fue capturado caída la noche con lazos por un grupo de personas.

Otra muerte absurda con toros involucrados ocurrió en la plaza de Cartagena. Una tarde de domingo de 1966 el torero español Luis Ríos hizo lo que solía hacer cuando iba a protagonizar una corrida: aterrizar en paracaídas en la arena.

Sin embargo ‘El Pinturero’, como era conocido, no calculó los fuertes vientos de diciembre en la capital de Bolívar y mientras el público aguardaba su llegada, el hombre fue llevado por las corrientes y cayó al mar, donde enredado por el paracaídas murió ahogado. El hecho fue recreado por el pintor Enrique Grau en un cuadro llamado La muerte del Pinturero.

También en Bogotá, en la década de los ochenta, un obrero murió electrocutado cuando trabajaba en la construcción de un edificio. Ocurrió cuando sintió ganas de orinar y en lugar de bajar lo hizo desde el andamio en el que trabajaba, con tan mala suerte que el chorro cayó sobre un cable de alta tensión. Su orina hizo de conductora y el hombre falleció por la sobrecarga eléctrica.

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