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Opinión

11 de Julio de 2011

¿Quién mató a Facundo Cabral?

Todo lo que se dé Facundo Cabral se lo debo a Leila Guerriero. Leia Guerreiro, periodista mayor de la crónica latinoamericana, despachó hace algunos años una extensa entrevista, a estas alturas de antología, al cantante y compositor. En la conversación, que transcurre entre shoppings centers y locales de pago de empresas de telefonía, Cabral le […]

Ricardo Solari
Ricardo Solari
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Todo lo que se dé Facundo Cabral se lo debo a Leila Guerriero. Leia Guerreiro, periodista mayor de la crónica latinoamericana, despachó hace algunos años una extensa entrevista, a estas alturas de antología, al cantante y compositor. En la conversación, que transcurre entre shoppings centers y locales de pago de empresas de telefonía, Cabral le describe su vida dura, difícil, triste y marginal pero por sobre todo definitivamente libre.

Reconozco haber escuchado mucha música argentina pero apenas un par de canciones de Cabral. Nunca asistí, haciendo parte de aquella generación chilena sedienta de talento transandino, ni en la Esquina del Sol, ni en la Cemento, ni en Obras, ni en el Gran Rex, ni el Luna Park, ni en ningún otro sitio, a un concierto de Facundo Cabral.

Por eso, todo lo que sé respecto del músico asesinado, se lo debo a Guerriero.

De Guatemala algo sé porque la vida me ha llevado varias veces a ese país. Lo he recorrido en todo su ancho, he trabajado allí, he tenido la suerte de visitar su diversidad étnica y cultural. Guatemala es desde Chichicastenango a Izabal, por su gente, belleza e historia, un país impresionante y trágico. La muerte de Cabral, escribe otro capítulo insólito y sangriento en esa historia dramática.

Porque si alguien no tenia que morir de ese modo absurdo era este trovador: un marginal en el verdadero sentido, un hombre de paz, un místico casi ciego, que vivía en perpetua gira porque como le dijo a Guerreiro:”Yo no tendría que trabajar más. Pero emocionalmente no puedo.”

Pero en Guatemala, en el Boulevard Liberación, donde cayó Cabral o donde sea, en todo momento alguien puede morir.

Rigoberta Manchú, guatemalteca Premio Nobel de la Paz, entrañable personaje, dijo respecto del asesinato de Luis Enrique Cabral, que el cantante murió por sus ideales. Con todo el respeto que me merece Rigoberta, solo puedo discrepar de su afirmación .En ese país todos los días asesinan gente. Niños, niñas, ancianos, periodistas, y la mayoría de ellos, al igual que Cabral, sin saber porque.

Una guerra sorda recorre esa nación hace décadas. Hoy formalmente declarada en el Petén (frontera sur de Méjico, territorio que cobija el monumental Tikal), donde huyen los criminales desde las batallas que se libran en el país del norte entre distintos carteles, en Guatemala la violencia alcanza todo el territorio.

A veces se tiende a explicar esta violencia como resultado del fenómeno narco, pero esa es su manifestación actual. Porque para aclarar la situación, hay que decir que el crimen organizado tiene en las drogas uno de sus múltiples intereses, otros son el tráfico de personas (rumbo a Estados Unidos), la extorsión que se le cobra al desarrollo de las actividades empresariales, el secuestro de ciudadanos, el sicariato (crímenes por encargo), el contrabando de armas y vehículos .Es decir todo un vasto portafolio.

Pero la historia de la violencia en Guatemala es antigua y no comenzó con el narco. Durante el siglo 20 escaló por el sistemático robo de tierras a las comunidades indígenas. La violencia se institucionalizo en ese país de América Central, por la dureza con que Estados Unidos ahogo cualquier mínimo intento de autonomía del país respecto de las acciones de sus empresas. Para favorecer el monopolio de la United Fruit Company (actual Chiquita Brands International) los norteamericanos fueron capaces de todo. De apoyar dictadores, de corromper personas e instituciones, de organizar invasiones, de financiar atentados. Estas acciones se hicieron particularmente duras a partir de 1944. No hay en el siglo 20, país del continente más dolorosamente castigado por la intervención imperial que Guatemala.

Pero nada fortaleció más firmemente al crimen organizado que la cooperación de la CIA y de otras agencias con los incipientes narcos, con el propósito de juntar fuerzas enfrente “del peligro comunista”. A partir del riesgo sandinista en Nicaragua, del Farabundo Martí en el Salvador y del Ejército Guerrillero de los Pobres en Guatemala, las agencias de la defensa norteamericana establecieron una solida alianza con los nóveles criminales que introducían droga a Norteamérica. En medio de la paranoia anticomunista, los gringos instalaron la logística (telecomunicaciones, aeronavegación, inteligencia) y las redes para que el narco elevara su capacidad a otro nivel a cambio de su respaldo en el combate contra los “revolucionarios”.

Para investigar esta conducta estatal norteamericana, en 1986 se crearon tres comisiones especiales para investigar el asunto, en el marco del escándalo reaganiano Irán-Contras: la Comisión Tower, la Comisión Walsh y la Comisión Kerry. Todas ellas entregan abundantes antecedentes sobre este sórdido asunto.

Y mientras se aliaban con los incipientes carteles para combatir el peligro comunista, la Defensa norteamericana entrenaba tropas de élites en los países “amenazados”. Tiempo después, entre los oficiales o soldados profesionales formados en la estrategia contrainsurgente, (las llamadas Fuerzas Especiales, Kabiles en Guatemala, Zetas en Méjico) las mafias mejicanas organizaron el reclutamiento y la reconversión de estas maquinas de matar.

Originalmente contratados por cartel del Golfo (de Méjico) hoy los autonomizados Zetas, siembran el terror en un extenso territorio que cubre desde Centro América a Americana del Norte.

Los Kabiles y los Zetas, se despliegan en toda la porosa frontera de Méjico y Guatemala. Desde Estados Unidos llegan también (como ayer) las armas, los insumos y el mercado para el consumo de drogas .Y desde allí, como consecuencia de leyes migratorias irracionales, el tráfico de seres humanos se convierte en un negocio de lucro superlativo.

En esta guerra muere el que tiene que morir y el que no tiene que morir. Las masacres son cotidianas y la tragedia mayor es que siempre, o casi siempre, los ultimados son jóvenes.

La vida de Facundo Cabral concluyo en medio de este enredo. Puede ser que por una exigencia desconsiderada de extorsiones que en un país donde cobran por respirar. O tal vez, como dicen medios mejicanos, porque su acompañante, de apellido Fariña, lavaba dinero para el cartel de Sinaloa. O por casualidad. O por error.

En fin, a estas alturas poco importa. Siempre hay un motivo para que las balas te maten en Guatemala. Lo excepcional sería que los asesinos alguna vez fueran presentados en un tribunal. Porque como ha dicho Carlos Catresana, juez español, renunciado jefe de la Comisión Contra la Impunidad en Guatemala (de la ONU), faltan apenas dos años para que el país del lago Atitlan se trasforme en un narco estado.

Así cualquiera dispara. Por el motivo que sea y contra el que sea, aunque cante a la universalidad de los humanos y se declare como Cabral, “violentamente pacifista”. Ojala este crimen mueva voluntades que cambien este destino de horror.

 

 

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