Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar

Deconstruide

14 de Agosto de 2011

Ellas son hombres

De niñas despreciaban las muñecas y soñaban con pistolas; de grandes se avergonzaron de su cuerpo e hicieron lo imposible por parecer hombres, aún a riesgo de que las llamaran “marimachas” o “María tres cocos”. Andrés y Conrado forman parte de la minoría sexual menos conocida en Chile: la transmasculinidad. Físicamente son mujeres pero sicológicamente son hombres. Ni se imagina la odisea que han vivido para sentirse conformes consigo mismos.

Por

El ángel protector

Nombre de origen: María Georgina de los Ángeles Rivera Duarte
Nombre de destino: Andrés Ignacio Rivera Duarte
Profesión: Educador de párvulos

Siempre supe que era niño. Jugaba a la pelota, al trompo, encumbraba volantines y coleccionaba arañitas. Mis héroes fueron el Zorro, el Llanero Solitario y el Hombre Increíble. Cuando jugaba al papá y la mamá siempre hacía el papel de papá.

Cuando tenía como cinco años llegó una tía con regalos de navidad. Uno de mis hermanos recibió una metralleta y el otro una pistola. Ilusionado abro el paquete con la esperanza de recibir una escopeta y me encuentro de sopetón con una muñeca. Mi tía que era una dama ciento por ciento no le quedó otra alternativa que llevarse el regalito. Desde esa fecha todo el mundo optó por regalarme ábaco, lotería, dominó, juegos de ingenio y rompecabezas.

Aunque intentaron ponerme varias veces vestiditos siempre me los sacaba o los hacía tira. Lo mismo pasaba con los aros. Los perdía, me los soltaba, los escondía o llegaba con uno solo a la casa. Llegó un minuto en que nunca más usé vestidos y empecé a usar solo buzo o pantalones, excepto el jumper que utilizaba para ir al colegio. Cuando me miraba al espejo con uniforme me parecía estar viendo un travesti.

Hasta los ocho años estuve en puros colegios mixtos pero cuando a mi padre lo trasladaron de trabajo decidieron matricularme en un colegio de monjas. Fue súper duro. Como medio ahombrado, me ponían arriba de una mesa y todas me gritaban “María tres cocos”. En ese momento sentí el ridículo y el rol social de género se me impuso como un mazazo.

En la pubertad se agudizó mi conflicto interno. Cuando me llegó la menstruación comencé a anular sicológicamente los dolores y cualquier característica del período. Andaba más alegre que de costumbre y hacía mucho más deporte. El otro tema fue el crecimiento de los senos. Lo único que quería era cortármelos. Hacía todo lo posible para que no se vieran y comencé a fajarme. Es una situación súper triste porque uno se empieza a odiar y a anularse como ser humano. Casi no me miraba al espejo porque verme desnudo era un sufrimiento insoportable.

A los 12 años volví a un colegio mixto. Pese a mi forma de ser, igual tenía hartas amigas. Era súper protector. Pobre que alguien ofendiera a alguna mujer porque yo le sacaba la cresta altiro. Me agarraba con mis compañeros a combo limpio, a escupo. Al libro de clases le tuvieron que colocar más hojas para seguir agregando anotaciones negativas. Era súper matón y pato malo.

Otra de las cosas que recuerdo del colegio era que evitaba ducharme con mis compañeras porque los ojos se me iban pesado. Aunque me sentía efectivamente un hombre me cuidé de no manifestarme sentimentalmente por miedo al rechazo. Con el tiempo aprendes a convivir con tu condición porque al final te das cuenta que tú eres la única persona que sabe realmente quien eres.

Una vez en una comida familiar a una tía se le ocurrió hacer un brindis por mí y decir que “ojalá María Georgina se case algún día”. Lo único que se me ocurrió contestar fue: “nunca me voy a casar porque a mí no me gusta el pico”. Quedó la cagá. Me paré, me di media vuelta y me fui.

Todo mi despertar como hombre lo viví en la universidad. De hecho fue ahí donde forjé mi primera relación con una mujer. En ese momento me di cuenta que de verdad uno puede conquistar a través de la seducción y vivir una vida de hombre aunque no se tenga pene. El tener desarrollado un lado femenino te ayuda. Tú marcas las diferencias con los hombres biológicos porque estás más atento a los detalles, lo que te hace más cobijador.

Hasta la fecha todas las parejas que yo he tenido han sido mujeres heterosexuales. Ellas se han cuestionado mucho estar conmigo. Al principio se consideraban lesbianas. Cuando yo tenía la película más clara les decía que en realidad no eran lesbianas sino que estaban con un hombre que había nacido en un cuerpo equivocado.

Pese a mis primeras incursiones fue tanta la presión social que decidí llevar a un pololo a la casa. Fue para la foto no más. Él sabía todo lo mío. Ahí la familia se tranquilizó y no me gueveó más. Igual en mi vida he tenido varios voladeros de luces.
Hasta el año ‘94 yo pensaba que era una lesbiana con rasgos varoniles. Cuando tenía 30 años empecé a tratarme con una sicóloga y ahí recién supe que era una persona transexual, es decir, un hombre atrapado en un cuerpo de mujer. Ese momento fue clave. Me prometí que encontraría la forma de enfrentarlo y que a los 40 haría mi vida costara lo que costara.

A los 38, después de una depresión horrible decidí emprender mi proceso físico de masculinización. Visité al médico y me encontraron unos tumores en las glándulas mamarias. Tenían que extirparme parte de un seno. Para mí fue como un combo Mac Donald. Como tenía confianza con el doctor le expliqué que era un persona transexual y le pedí que me sacara todas las glándulas. Me hizo un diagnóstico un siquiatra y tuve que firmar una declaración jurada explicando que era una decisión mía realizarme la mastectomía. Desde entonces mi vida cambió radicalmente. Empecé a ir a la playa y bañarme tranquilamente. Nunca más fajas. Fue una delicia. Me empecé a sentir feliz conmigo mismo y me ayudó a reafirmarme en la construcción de mi nueva identidad.

Al tiempo empecé a votar líquido vaginal y fui a ver a un ginecólogo. Aproveché la oportunidad para decirle que me gustaría operarme. Como se manejaba en el tema transexual aceptó. Presenté mis informes y a la semana ya me habían practicado una histerectomía que es una intervención de extirpación del útero, los ovarios y las trompas. Fue como sufrir una menopausia bruscamente. Tenía dolores de cabeza constantes y estaba muy irritable. Pero después empecé a disfrutar de las diferencias. Como había comenzado a inyectarme testosterona, me creció el clítoris y empecé a caminar con las piernas más abiertas y a sentarme de otra forma. La voz se puso más gruesa y la espalda se ensanchó. Me salieron vellos en todos lados y me puse más cuadrado.

El proceso final debería ser una cirugía de readecuación sexual o faloplastía que es la construcción quirúrgica de un pene a partir de un nervio del brazo. En Canadá esa operación ha tenido muy buenos resultados pero acá algunos implantes se han necrosado y han tenido que cortarlos por lo que las personas han perdido toda la sensibilidad orgásmica. No sé si me sometería a este tipo de carnicerías. Mi construcción de hombre no pasa por tener un pene. Aunque a veces utilizo uno de silicona que se llama dildo, eso no es determinante. También existen penes de relleno que uno los usa debajo del calzoncillo. Nosotros les llamamos simplemente paquetes. Pero lo más complicado es orinar de pie. Se requiere técnica y uno que otro truco.

Algunos han inventado mecanismos bastante ingeniosos. Existe uno que se fabrica con los sacamocos de las guaguas y una manguera. Pasas piola. Yo personalmente uso una tapita de café. La doblas, te bajas el cierre y el pipí sale derecho a la taza del baño sin problemas. La uso sobre todo cuando salgo a una discoteque o a un paseo donde no hay baños. En un bolsillo llevo la billetera y en el otro la tapita. Si la ciencia avanza y tuviera dinero quizás me haría un pene. Siempre me digo que si alguna vez lo tuviera, haría dos cosas. La primera sería mear desde un puente y la segunda sería ir a un baño público y escribir: pico pal que lee.

El galán de la bicicleta

Nombre de origen: Gabriela González Morales
Nombre de destino: Conrado Ricardo González Morales
Profesión: Paisajista.

La ciudad donde nací la dividí en dos. En una parte era él y en la otra era ella. El centro de la ciudad, donde estaba el carrete, le correspondía a Ricardo y el sector donde estaba mi casa y el colegio le pertenecía a Gabriela. En esa época tenía como 15 años y comencé a escaparme por las noches. Me juntaba con gente entrecomillas normal, puros héteros. Pasaba tan piola que incluso pololié con varias niñas que nunca supieron que yo era transexual. Era como vivir dos vidas. En el día era una persona y en la noche otra.

Recuerdo que en ese entonces decidí vivir con mi abuela para tener más libertad. Un día salí a dar una vuelta en bicicleta y en una plaza, bastante lejos de mi casa, un lote de niñas me empezó a tirar el churro. Después conocí a un grupo de chicos que también andaban en bicicleta y que me empezaron a presentar niñas. En el lote estaba el Héctor que terminó por convertirse en mi mejor amigo.

Al principio era fácil llevar la situación pero después, cuando empezamos a carretear, se empezó a complicar. Cuando tomábamos cerveza tenía que aguantarme para no ir a echar “la corta” con los locos. De puro urgido tuve que aprender a mear parado. Me bajaba un poco el pantalón que tapaba con un polerón largo y me inclinaba para adelante para que el chorro no me mojara la ropa. Cuando dominé la técnica ya fue más fácil carretear. Igual intentaba estar lo más lúcido posible para que mi compadre no se diera cuenta. Poco a poco empecé a frecuentar su casa. Sus papás me querían tanto que incluso me invitaban a alojar.

Me acuerdo que la pieza del Héctor tenía dos camas. A veces salíamos a ver chiquillas y este gueón llegaba caliente y se corría una paja delante mío. Siempre me incentivaba para que lo acompañara pero yo me sacaba los pillos y le decía que esa cuestión era una cosa personal. Le cagaba toda la inspiración.

A tal punto llegó nuestra amistad que una vez su familia me invitó a pasar unas vacaciones con ellos. Cuando llegábamos a bañarnos al río el Héctor se sacaba la ropa y se tiraba en pelota al agua. Yo tenía que inventar cualquier pretexto para no bañarme. Le decía que estaba muy helada o cochina o que podía andar una culebra por debajo. “¡Puta que soi maricón, no te sacai la polera, no te corrí una paja, qué onda!”, me decía. Yo le explicaba que la polera me la sacaba cuando quisiera y que la paja era algo íntimo. ¡Puta que soi siútico¡, me respondía. Pero lejos, lo peor era cuando estábamos en un lote grande y empezaban a hacer la peladilla.

Ahí yo estaba con todas las antenas paradas y me echaba al pollo altiro. Por suerte nunca me la pudieron hacer. También me acuerdo que les daba de repente por tocar el paquete como en gueveo. Menos mal que andaba con un pene falso que me hacía con el dedo medio de un guante quirúrgico. No lo usaba frecuentemente pero me lo ponía cuando iba a ver una mina o salía en plan de conquista.

A los 17 años tuve mi primera pareja. Fue la primera y única vez que me enamoré. La relación duró como ocho meses. Al principio todo bien. Puros besitos y abrazos. Pero al poco tiempo ella comenzó a manifestar interés sexual. Era un poquito efusiva, por no decir caliente. Cuando nos quedábamos solos en su casa, ella trataba de aprovechar la situación. Yo me sacaba los pillos diciéndole que había que tener respeto a sus viejos. Igual a veces le hacía sexo oral y ella comenzaba como a hurguetearme pero yo no la dejaba que avanzara mucho. Hasta que finalmente se funó la relación producto de esto mismo. Nos fuimos distanciando de a poco y ella terminó casándose como a los cinco meses después. Fue heavy, porque nunca supo la verdad sobre mí. Toda esa gente que compartió mi vida de hombre, hasta el día de hoy, piensa que yo era Ricardo. Cuando me vine a Santiago dejé de verlos a todos. Nunca tuve un confidente. A veces me da pena porque me gustaría verlos de nuevo.

Aunque siempre me gustaron las mujeres y me sentía hombre, intenté enmendar el rumbo de mi vida una sola vez. Para una fiesta de cumpleaños de una amiga un compadre se me declaró. Al otro día lo vi en el colegio y me pidió pololeo. Le dije que bueno porque en el fondo sabía que era imposible ser hombre y quería llevar una vida más normal. Después de clases me fue a buscar, me tomó de la mano y nos fuimos caminando a una plaza. Ahí nos dimos un beso y, olvídate, cuando llegué a la casa entré al baño y vomité. Al otro día chao con el gueón.

Otra de las torturas que tuve que vivir fue para mi primera comunión. Mi mamá me tenía el jumper y la blusita planchados listos para la ceremonia. Como en mi colegio dejaban ir a las mujeres con pantalones nunca usé jumper. Así que esa vez le dije que no pensaba ir con esa ropa a la iglesia. Fue tanto mi enojo que me arranqué de la casa y esperé en la calle a que todos se fueran. Después reflexioné y decidí ir pero como yo quería. Y llegué allá con mis pantaloncitos bien puestos y me puse en la fila. Todas las minas con sus jumpercitos impecables y yo ahí firme con mis pantalones. Cuando llegué a la casa mi vieja me agarró de las mechas y me pegó sus buenos aletazos.

En ese momento creo que confirmé todas las sospechas de mis padres. Pese a todo, ellos siempre me dejaron ser. A lo más, me recomendaban que fuera mejor vestido para algunas ocasiones. Nada más. Por ejemplo, era típico que cuando había casorios en la familia mis hermanas se producían con vestidos de gala y yo iba piolita con mi “bluyin” y mi chaleco. Para que nadie me preguntara nada, opté por transformarme en el fotógrafo oficial de la familia.

Cuando me vine a Santiago hace como cuatro años decidí cambiar completamente. No mentir más sobre mi condición. Por eso me ha costado tanto encontrar pareja. Ya no quiero vivir lo mismo. Necesito que me quieren tal cual soy. No quiero seguir mintiéndole a nadie. No quiero estar bien con una niña y después decirle sabí que yo no soy físicamente lo que tú ves. Ha sido un proceso bastante solitario.

Generalmente las personas que están con los Trans son bisexuales. Pero yo no soy lesbiana, soy una persona heterosexual porque me siento hombre. De hecho en enero comencé a hormonarme. Se me cortó la menstruación, me salieron caleta de pelos y me estoy afeitando todos los días en las mañanas. En diciembre espero sacarme el útero y empezar el trámite del cambio de nombre. Me gustaría después visitar mi ciudad natal y recorrer los lugares donde paseaba en bicicleta un muchachito que todos conocían con el nombre de Ricardo.

Notas relacionadas

Deja tu comentario