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Opinión

5 de Octubre de 2011

Marihuana y degradación

Ilustración de: fotolog.com/anxu_cariitaz Por Luis Vargas Saavedra* La gota de marihuana (o de LSD), el puñadito de hojas, sales o azúcares que disfrazan al barbitrúrico, caen sobre la juventud, percuden la piel de los pulmones, la rozagancia de la sangre, estragan los sesos y poquito a poco, sorbo a sorbo, aspira que le aspira, el […]

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Ilustración de: fotolog.com/anxu_cariitaz

Por Luis Vargas Saavedra*

La gota de marihuana (o de LSD), el puñadito de hojas, sales o azúcares que disfrazan al barbitrúrico, caen sobre la juventud, percuden la piel de los pulmones, la rozagancia de la sangre, estragan los sesos y poquito a poco, sorbo a sorbo, aspira que le aspira, el organismo cae tambièn navajeado por la erosión de las drogas.

He seguido el terrible asunto cuanto me fue dable rastrearlo, al menos en cierta zona de Estados unidos, país que se codea con China en cuanto a narcóticos.

Yo he visto esto: la casa de diez muchachos sanos, joviales, empeñosos; diez rostros de réclame o de símbolo, enflaquecerse con la marihuana e irse envileciendo mes a mes; los ojos pasaron de brillantes a turbios, y de turbios a nefandos, repletos de un odio ebrio, un tosco odio zoológico sin lucidez ni meta; toda la faz se les pudría, tanto en cutis como en alma, hasta que llegaron a una total bestialidad. Allí los cogió la medicina, el sanatorio y el confinamiento atónito.

Y ha seguido el colapso sicológico de un joven que parecía normal, pero que después de cuatro cigarrillos vio trizarse su personalidad y asistió lúcido al tajo que lo mondaba en dos seres opuestos. Caín y Abel frente a frente, o trabados en una lucha que lo iba destrozando más y más. Aquella esquizofrenia había estado agazapada y latente como una serpiente debajo de la hierba y se la despertó ferozmente a la humareda de la marihuana.

Este es un Mal cuya mayúscula nunca será suficientemente tremenda como para amedrentar a los ilusos, a los pobres infelices que buscan un hogar en el vaho o la burbuja de un narcótico, casa-amparo-cariño que no durarán más allá de las horas que dure el efecto y que después los varan en una realidad empeorada, más y más adversa a cada nuevo naufragio; otros juegan la vida por no saber cómo ni con quién vivirla, y se arrojan al pozo de nafta ardiendo, sin verlo ni sentirle el tiraje. Hay quienes acaban de fumar, llenos de expectación, el primer pitillo de hojas secas de Cannabis Indica, para caer de golpe en un ataque, no sólo desagradable, sino que degradante. A los más empecinados, a esos que trasponen el umbral de la náusea primeriza, del mareo novicio y del soponcio novato, los aguarda la “gloriosa” galería de los siguientes achaques “paradisíacos”: puntadas de sed y de hambre, antojos de devorar dulces hasta almibararse por entero, más náuseas y mareos, unos dolores al abdomen que alancean como peritonitis, aludes de modorra, una apatía en los brazos de lana, una voluntad estancada en donde se pudre cualquier esbozo de acción; por contraste a tamaña abulia, una hilaridad loca, incontrolable como petróleo incendiándose; después aprensión, angustia y zozobra, grandes ilusiones de grandeza, obsesión de persecución, postramiento depresivo, una garrulería de cacatúa o de paranoico, la verborrea de horas y días hablando sin tregua y sin ton ni son. Un hablar, más tarde, con las piezas del lenguaje sueltas, una desintegración del pensamiento que ha cortado el hilo mental y cae, y se sumerge en el delirio.

¡Estupenda avenida para desembarcar en el infierno a corto plazo y adelantada!

Puesto que los sesos se desbaratan y corrompen, el ente dopado no logra lo que necesita, en tanto que se le pudren las empresas y va transformándose en una bestia urgida que rápidamente agarrará la única herramienta posible para sus zarpas: el revolver, si es rico; el cuchillo, si es pobre; el crimen, en ambos casos.

Los asesinos de “gran catadura” suelen heder la marihuana y tal vez ignoran que hasta la palabra “asesino”, que los forra de ignominia, ella también es producto de la marihuana o “hashish”, como le dice el musulmán. Los tomadores de hashish se llamaban hashishin, de donde brotan “assasin” y “asesino” (el vocablo fue navegado por los Cruzados desde Siria hasta Europa, y provenía de una leyenda según la cual los fanáticos terroristas de la secta Hashishin se dopaban para afrontar exaltadamente el martirio en manos de sus enemigos. De manera que la propia palabra “asesino” diagnostica al “tomador de marihuana o hashish”.

Sé que no se puede “convencer” con meras truculencias de lenguaje -bien intencionada truculencia- y que la imagen visual, el remezón de la escena “presenciada” es la única capaz de zamarrear la tentación o la duda en que se va deslizando el incauto muchacho que quiere “probar” eso: lo prohibido. Porque se la vedan los “otros”: “el adulto, que es su enemigo”.

Por eso hay que recurrir al cine. No tenemos nosotros ni una película para condenar la campaña de divulgación de los estragos que asestaron la marihuana, y habremos de conseguirlas como sea, si es que deseamos salvar a los jóvenes, es decir, al ladrillo y a la argamasa del Chile de mañana…

Viviendo lejos, uno solía respirar feliz de saber que acá abajo -al menos- no se emponzoñaba la juventud con el mismo ahínco demente de los idiotas y desesperados de allá arriba y de ultramar. Parecíamos un Shangri-La de la cordura, de la sensatez instintiva. Ahora llega el estrago, la misma contaminación, y quizás llegue por peor causa: la monería imbécil de monear cuando perpetran los afuerismos.

Ceguera de creer que estar al día es pintarrajearse con el pus extranjero.

*Artículo publicado el 15 de julio de 1969.

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